Fasínder, el niño de la estepa

23 de abril de 2022 por Gemma N. Escarp

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Gemma N. Escarp

Corría como la más veloz de las alimañas. Ligero. Sorteando las aristas de piedras con sus pies descalzos, como si con él no fuera la dura aridez del suelo.

Caendras sabía perfectamente hacia dónde lo llevaba. Directo hacia una trampa. Otra vez. Era listo el chiquillo. Solo lograba atisbar su enmarañado pelo de lejos y por eso, no había sido capaz de distinguir, entre toda la suciedad que llevaba, el mechón del que le habían hablado. Hasta pudiera ser que se hubiesen equivocado de muchacho. Necesitaba como el comer, poder confirmarlo. Conocido era el anhelo de la Anciana por encontrar algún vestigio de su descendiente desaparecido. Quizá la esperanza le había sorbido la razón. Cualquiera podría haberse aprovechado de ella, haciéndole creer lo que no era. Pero no iba a ser él, quien desdeñase la cuantiosa suma que le había pagado por darle caza. Así que ahí iba, detrás de un chico inalcanzable y esquivo, que lo sorteaba como quería. Si solo pudiese comprobar su autenticidad… pero ese mechón oculto se resistía a ser visto.

Cuando localizó por primera vez al pequeño, no se lo podía creer. Surgió como un espíritu furioso de la nada. Lo encontró corriendo en medio de un rebaño de moratíes, con su cuerpo cubierto por entero de lo que parecía ser excrementos. Detrás de ellos, iba toda una jauría de arkentosos, que los perseguían visiblemente hambrientos. ¡Por todos los dioses! ¡Iba a acabar siendo pasto de los carroñeros! ¿Cómo iba a sacarlo de allí? No obstante, pronto se calmó. La disposición decidida del flaco cuerpo del chico le dijo al cazador, que no estaba huyendo junto a los moratíes, sino que estaba esperando una oportunidad. Quizá fueron sus movimientos llenos de seguridad y no de miedo, lo que le dio la pista. Así que sencillamente supo, que no estaba en peligro. De repente vio, como de un salto, agarraba la enmarañada melena de una de las huidizas bestias, cabalgándola a pelo. El moratí que estaba más pendiente de huir y salvar la vida, que de valorar qué era lo que se le había colocado en el lomo, que además olía como ellos, no se encabritó y siguió corriendo junto a la manada. Caendras, frustrado por la velocidad que llevaban, dejó de correr al borde del ahogo y pronto los perdió entre la nube polvorienta que los hizo desaparecer por el horizonte.

Pero justo en el momento que iba a perderlo de vista definitivamente, el chico giró de repente su cabeza hacia donde él estaba, lo miró y le regaló una inquietante media sonrisa. Lo había descubierto. ¡Cuánta habilidad en un muchachito tan joven!

De esa visión increíble hacía ya un mes. Muchas eran las manadas que se habían ido cruzando por el camino, emborronando las huellas que buscaba. Cuando volvió a localizar su rastro, fue porque había encontrado el cuerpo del moratí fileteado hasta los huesos. Signo indiscutiblemente humano. La forma en la que había sido despachado, entre la precisión y la bestialidad, no era la propia de la gente nómada. Los taendrum no dejaban rastro alguno tras su paso. Veneraban a los animales que sacrificaban, devolviendo a la tierra, lo que no necesitaban de ellos.

No fue fácil situarlo tras aquello. Pero el cazador lo volvió a lograr una segunda vez. Y una tercera. Y unas cuantas veces más después de aquella. A pesar de su buena reputación cazando, aquel niño lo desafiaba desde que lo había descubierto semanas atrás, persiguiéndolo. Todo se convirtió en una suerte de tretas y juego sucio después de ese día, que cada vez se complicaba más. Pero también empezaba a comprender, como funcionaba la joven mente indómita del chico. Y lo que iba descubriendo sobre él, lo asombraba más y más. Su innata inteligencia, sus argucias, su sutileza… No obstante, no sabía determinar con exactitud, si aquella eficacia era buena o mala. A veces, hasta creía que se había convertido él en su presa y no al contrario, y que para colmo de males, se estaba divirtiendo a su costa. En ocasiones sentía incluso, que aún seguía vivo, por ser su mero entretenimiento.

Pero no se dio por vencido y ahora, se encontraba yéndole a la zaga de nuevo, aunque sospechando que lo iba a volver a meter en un apuro. Aunque esta vez no lo pillaría desprevenido como en las anteriores ocasiones. No, ya no más. Había aprendido las lecciones y tenía un increíble golpe de efecto sorpresa guardado. 

Cuando por fin le dio alcance, verificó con alegría, que había caído dentro de la red que había ocultado con tanto esmero. Pero pronto comprobó preocupado, que estaba a punto de escaparse. Roía las cuerdas frenéticamente, incluso vio sangre en ellas por el ahínco con que lo hacía.

—¡Este niño es tonto! ¡Se está haciendo daño! —gritó el cazador enojado.

Solo faltaba entregarlo a la Anciana en malas condiciones. Así que Caendras se aproximó ofuscado y cojeando hasta él. Su cojera se debía a la última jugada del pequeño, que le había costado una torcedura y unos cuantos rasguños, mientras lo perseguía saltando sobre la superficie de unas profundas grietas que conformaban la estepa, en una escabrosa zona, en la que nadie con dos dedos de frente se atrevía a aventurarse. Estaba apunto de alcanzar la red y a su presa dentro de ella, cuando para su sorpresa, escuchó un “click” que accionaba otra trampa. No reaccionó a tiempo y cayó precipitándose en una bien camuflada sima, que no había visto, producto de otra de las genialidades del chico. Probablemente el cazador jamás había maldecido tanto todo lo conocido, como en ese momento. Le costó salir del angosto agujero, pero por suerte, obtuvo ayuda desde el exterior. Cuando logró asomar por el borde del socavón, enseguida miró hacia su propia trampa, preocupado de que el niño pudiera haber escapado mientras tanto. Aunque no estaba posicionado en un buen ángulo de visión y no alcanzaba a discernirla con total claridad. Se empezó a poner nervioso. ¿Y si se había vuelto a escapar? ¡Por todas las fieras de la estepa en estampida! ¡No, otra vez no!. Pero al ver al nómada que lo había ayudado a salir del agujero, indicándole que aún seguía en la red, suspiró con evidente alivio.

Sí, esta vez, avanzándose a los ardides de aquel condenado chiquillo, había contado con la ayuda de los taendrum, que eran los que ahora, lo estaban sacando de aquel embrollo. Ellos eran su baza. Dio gracias por haber tenido la ocurrencia de buscar su favor, pero aquella inusual petición, le había costado unas cuantas valiosas pieles de una criatura muy codiciada por ellos y muy difícil de cazar, pero sobre las que por suerte, conocía su punto flaco. Logró intercambiarlas con ellos después de conseguir que “lo encontrasen”, lo que le hizo perder una semana de valioso tiempo. Cuanto más tardase, menos dinero ganaba. No era lo mismo hacer el trabajo en dos días que en un mes, por el mismo precio. Ahí creía que no había calculado bien el tema. Lo que había pensado que iba a ser un trabajo fácil, se había convertido en una pesadilla y para colmo, su reputación infalible, estaba siendo dañada. Pero gracias a los dioses, los taendrum lo ayudaron a localizar más rápidamente al niño y a preparar adecuadamente la trampa que terminó por cazarlo. Su intuición le decía que los nómadas estaban molestos, si no hartos ya, con aquel salvaje que no mataba solo para sobrevivir y lo querían fuera de su estepa. Por eso no le fue difícil a Caendras lograr su protección.

Así que el plan fue, que los taendrum espiasen con cautela al chico durante días, informándole a él después sobre sus evasivos movimientos. No podía ser de otra forma, eran expertos en el tema de mimetizarse con el terreno y pasar desapercibidos, lo que fue de gran ayuda contra la agudeza natural que mostraba la criaturita en cuestión. Aquella vez habían estado estudiando sus idas y venidas al detalle, y dispuesto la trampa con gran minuciosidad en uno de los senderos que habitualmente solía usar el muchacho. Fue el esfuerzo de la unión de unos cuantos adultos curtidos en la tundra, lo que logró finalmente, que esa bestiecilla escurridiza fuera atrapada. Pero por desgracia, con lo que Caendras no contó, fue con que se le habría adelantado de nuevo, haciendo lo mismo con él y siendo víctima de otra de sus trampas. ¡Qué desquicie de niño! Y mira que ya estaba en sobre aviso, con todo lo que le había hecho pasar hasta entonces, pero la ilusión de verlo atrapado hizo que bajase la guardia imprudentemente.

Miró hacia el taendru, preguntándole con la mirada, por qué no le habían avisado de esa escondida artimaña suya. Un gesto inútil, ya que solo recibió por su parte, silencio.

Cuando por fin se acercó lo suficiente por segunda vez, el muchacho dejó de morder las cuerdas para proceder a enseñarle los dientes, amenazante. Muy animalesco todo él… Indiscutiblemente estaba reconociendo que lo había atrapado. El cazador al ver esa ferocidad, se planteó cómo iba a poder ingeniárselas para llevarlo hasta la ciudad, sin resultar él mismo herido o algo peor… Además el chiquillo hedía. Una pestilencia arraigada por toda su piel que causaba arcadas. Ese crio desconocía lo que era la higiene. Solo debía acercarse al agua para beber, si lo que saciaba su sed era agua claro estaba… por lo que se le ocurrió una idea.

—No, no. Se te acabó la fiesta —le aseguró Caendras—. Hagas lo que hagas te voy a devolver al lugar al que perteneces. Ya es puro orgullo mío. Que lo sepas…

Y sin más miramiento le echó un odre de agua por la cabeza. Un bien escaso, pero que sabía que a un niño tan indomable como aquel lo descuadraría por completo. Como había supuesto, el pequeño relacionó de inmediato, el agua con peligro. Viviendo tantos años solo en aquel paraje, la época de lluvias, Aquarea, debía convertirse en una experiencia aterradora para él. Cuando todo su mundo desaparecía bajo un cataclismo acuático.

El chiquillo aulló y trató de quitarse el líquido cómo si le quemase, pero al poco rato paró, al darse cuenta de que no se estaba ahogando. Se le veía ofendido. No obstante una parte de la suciedad que tenía incrustada en el pelo se le había deslizado. Entonces Caendras pudo comprobar al fin, el destello de un mechón rojo fuego brillando poderoso sobre su frente. Pero no fue ese fuego el que lo inquietó, sino el que vio tras su peligrosa mirada y su sarcástica media sonrisa, que le auguraban venganza, signos inequívocos de un auténtico asesino despiadado.

Y como respuesta al temor del cazador, el niño apartó rápidamente la vista de su rostro, para desviarla hacia el largo machete curvo que le colgaba en el costado. Vio como alargaba el brazo con énfasis, dando manotazos en el aire, con la evidente intención de querer quitárselo.

—¿Así que aprecias las armas? —le inquirió Caendras suspicaz—. Pues si te portas bien, esta podrá ser tuya.

La intensidad de sus manotazos aumentó, estaba visto que estaba acostumbrado a que, lo que quería, lo obtenía, sin filtros ni medias tintas. Es lo que tenía no haber estado nunca, bajo ningún tipo de disciplina u orden, sin nadie que lo guiara.

—Por ahora tienes mucho que aprender antes de manejarlas —le dijo mientras escondía el machete de nuevo, bajo la solapa del chaleco largo de fina piel que vestía.

No se sabe si aquel muchacho logró entender alguna de sus palabras, pero lo que sí comprobó Caendras, es que le había quedado muy claro el gesto de ocultación que había realizado a conciencia y, a continuación, escuchó unos claros gruñidos infantiles de insatisfacción.

—Al fin te atrapé Fasínder Fensirán —masculló—. Tu abuela te está esperando.

3/3

Comentarios

  1. Montse dice:

    Me encanta y quiero más, con tal descripción te lleva allí a esa estepa .Muchas gracias corazón felicidades

  2. Isabel dice:

    Felicitats! Atrapa la història i deixa amb ganes de seguir, gràcies per compartir-la

  3. Pack Oh! dice:

    Estupendo relato, aunque juego con algo de ventaja al “conocer” al muchacho.

  4. Mònica dice:

    Moltes felicitats Gemma, m’he quedat amb les ganes de més…

  5. Miri dice:

    Me encantaaaaaaaa!!!!!!!! ¡Quiero más! Te imaginas rápidamente a los personajes y a todo su entorno. Te dejo que sigo con más 😉😘

  6. Pearlene Soule dice:

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    El texto es una hermosa obra literaria que cautiva con su riqueza descriptiva y el carácter apasionado de la protagonista. La escritura es tan vívida que casi podemos sentir el viento agitando la capa y el polvo. La historia nos sumerge en un mundo de misterio y aventura, y la determinación de la Anciana Nesindre nos invita a reflexionar sobre la importancia de seguir nuestros sueños sin importar la edad. Un relato que atrapa la imaginación y promete una emocionante travesía literaria.

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