Cae el sol sobre un cementerio de la planicie mexicana que es, en realidad, un escenario construido en España. Tres protagonistas se enfrentan, cada uno en una esquina del tablero, en un duelo final para quedarse con el botín. En el más icónico y divertido Spaguetti Western que existe, solo comparable a las otras dos películas de la trilogía, no hay ninguna duda acerca de quién es quién. Los roles son claros desde las primeras imágenes de la película: El bueno, el feo, el malo. Y todos sonreímos cuando el bueno, nuestro querido Clint Eastwood, se sale una vez más con la suya. Nos hace felices porque nosotros también somos buenos y nos identificamos con él. Fin de la historia.
¿Seguro?
Hoy voy a hablar de roles. ¿Qué es eso? En psicología la palabra rol hace referencia al papel o forma de actuar que un individuo tiene en una situación y que conlleva unas expectativas determinadas.
Si la actitud o rol expresada se corresponde con la expectativa generada nos sentimos bien. No hay incertidumbre. Tanto el actor como el observador sienten que todo es como debería ser, que todo funciona.
¿Pero qué pasa cuando la expectativa y el rol no se corresponden?
Cuando empecé a leer la primera novela de la saga de Ender, llamada El juego de Ender, creía que sería una novela ligera de ciencia ficción juvenil, algo para pasar el rato y poco más. Creía saber a qué atenerme. ¡Que equivocada estaba!
Al llegar al final de la historia, mi cabeza explotó. Había sido atrapada por la profunda y filosófica cosmovisión del autor, Orson Scott Card. Bienvenidos al infierno de las incertidumbres.
Scott Card había cogido mis creencias y prejuicios y las había tirado por la ventana. No lo sabía aún, pero sus novelas marcarían profundamente mi forma de entender la narración. Sus temas principales saldrían siempre, de algún modo, en mis relatos.
Pero ¿por qué? ¿De qué trata El juego de Ender?
Si alguien ha visto la película, sin haber leído el libro primero, podría pensar que la novela trata sobre un adolescente superdotado, con cierto pasado de abusos y violencia al que seleccionan para ser entrenado por un ejército espacial de élite. Seleccionado para matar marcianos enemigos. Superficial y poco más que entretenida.
Aaaah… Pero quién crea eso no conoce a Scott Card. Con él las cosas nunca son tan simples. Cualquier expectativa que pongas en sus personajes se verá mermada y volteada como le pasa a Sancho Panza una y otra vez en el Quijote.
Bienvenidos al juego de cambio de roles.
No voy a destripar las novelas, pero sí anunciaros que después de leer la saga necesitaréis unos días para reflexionar sobre la vida y el mundo. Avisados quedáis.
Y por cierto no he sacado a colación a nuestro querido Quijote sin venir a cuento. Lo he hecho porque una de las cosas que más me gustan de la excelente obra de Cervantes, que si hay alguien que no la haya leído ya está tardando, es que además de introducir reflexiones filosóficas muy profundas, lleva los personajes hasta la caricatura para después hacerlos evolucionar.
Y lo mismo hace Scott Card.
Orson, es un autor prolífico, pero tanto en los relatos cortos como en sus novelas, dibuja personajes que pasan por un periodo de sufrimiento que les conduce a una evolución o aprendizaje. Y dicha evolución navega siempre entre dos conceptos:
El héroe o bueno y el villano o malo.
El otro.
Hablábamos de roles y expectativas. Scott Card pone en duda constantemente el rol de héroe. No, no lo pone en duda, lo dinamita.
Hay un subgénero de la ficción especulativa, el Grimdark, que convierte a los protagonistas en antihéroes machacados por las circunstancias, malcarados, malhablados, con mala suerte y con doble moral. A veces incluso son crueles y nos llegan a caer un poco mal, pero aun así siguen siendo de alguna manera héroes. Joe Abercrombie es un maestro de este subgénero, y es otro de mis autores preferidos, por cierto. Las trilogías de La primera ley y La era de la locura o sus novelas cortas La mejor venganza o Los héroes son ejemplos excelentes de cómo arrastrar por el barro a los protagonistas. Aunque, insisto, incluso bañados en mierda, siguen siendo los héroes de la historia.
Orson no hace eso exactamente. A diferencia del género Grimdark, Scott Card convierte a los protagonistas directamente en villanos. No en un heroe-villano de los simpáticos, de los que tienen su corazoncito y consigue que empaticemos con sus acciones como los que nos presenta Abercrombie, sino un villano de los peores, de los que, sin que lo hayas visto venir, es capaz de causar todo el mal y el dolor posibles.
Debo reconocer que no es el único que lo hace. Hay sagas de fantasía que se han especializado en jugar a eso con los personajes masculinos en pos de un romanticismo extraño y retorcido que, lo siento mucho por las fans, pero yo no comparto. El Friends to enemies to lovers es muy popular y da mucho dinero.
Pero olvidemos este cambio de roles tóxico y volvamos a Orson.
Como decíamos, muchos de sus personajes protagonistas pasan de héroes a villano o al revés. De todo a nada, sin transición, sin avisar, sin dar ciertas concesiones o justificaciones. Entonces cierras las tapas del libro preguntándote, ¿Qué ha pasado aquí? ¿Dónde está mi héroe?
Y es que Scott es un genio en dar un golpe maestro y girar el tablero en el último momento para que dudes del concepto de malo y bueno y para obligarte a ponerte, durante unas líneas, en el lugar del otro.
Pero Orson todavía guarda más cartas bajo el brazo. Si hacemos una segunda lectura de sus novelas, nos daremos cuenta de que el tema principal de las narraciones es todavía más profundo.
El otro
Si al llegar aquí has conseguido desprenderte de tus prejuicios sobre el rol del héroe, es el momento de que vuelvas a leer a Orson y leas entre líneas. Porque su tema principal, el motivo al que da vueltas una y otra vez, de forma obsesiva, es el concepto de otro.
La ciencia ficción ha pilotado sobre el tema del Otro desde el principio. Los monstruos y los marcianos son un reflejo de nuestros miedos como ya hablábamos en el artículo anterior el enemigo está en casa.
Pero Orson no se contenta con que vislumbremos de lejos la posibilidad de que nosotros seamos los monstruos. Orson necesita que los toquemos, que nos metamos en su piel y en su cabeza, qué nos empapemos de su sangre y nos sintamos culpables.
Y es exactamente lo que hace.
Al leer sus historias nos mancha las manos con la sangre de aquellos que nos atacan y luego se va y nos abandona a nuestra suerte en medio del desastre.
Y nos sentimos desvalidos porque nuestras expectativas se han roto. Nos creíamos los buenos y no lo somos. Lo que creíamos saber se ha esfumado. Somos los asesinos y violadores en una guerra. Somos los compañeros que se llevan el mérito sin hacer nada. Somos los abusones del colegio.
La familia del monstruo nos mira a los ojos y nos pregunta por qué con lágrimas extrañas. Y nosotros balbuceamos una respuesta incoherente porque no comprendemos lo que ha pasado.
Quizá para nosotros el monstruo es el otro, pero para su familia o raza no lo es. Y nos enseña con rabia que somos nosotros los que estamos invadiendo su hábitat. Quizá ellos se defendían o quizá ni siquiera se habían percatado de nuestra existencia. Quizá ese otro, solo quería vivir en paz.
Orson juega con nosotros, nos marea, nos sube, nos baja, nos estira y nos vuelve del revés… Hasta que, por fin, después de mucho dolor, entendemos que todo es un punto de vista.
Para acabar, simplemente me gustaría creer, llámenme ilusa, que, si los dirigentes mundiales leyeran más novelas como las de Scott Carde, las de Abercrombie y, por qué no, otras como El Quijote, donde los roles no están claros y los personajes son grises, evolucionan y nos hacen dudar de nosotros mismos, dichos dirigentes serían capaces de empatizar con el diferente. Y quizás habría menos guerras y conflictos.
O quizás no. Al fin y al cabo, si algo hemos aprendido es que no hay verdades absolutas.
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Cadulamsas_Ergitare dice:
Muy buen artículo que rompe las expectativas sobre lo que pensabas leer (en el artículo). Esperaba poder meter baza con un comentario sobre Metallica y como empiezan sus conciertos con la música que Morricone compuso para esta peli y…¡ alehop! me sorprende con el juego de roles. Realmente bueno y entretenido.
Susana Torres Cabeza dice:
Gracias. Es un placer escuchar que te ha sorprendido porque es justo lo que pretendo. Por cierto… me encanta Metallica y es cierto que los inicios de sus conciertos son épicos ;P