Ser autor en lengua castellana dentro de los géneros especulativos no es solo sentarse a escribir. Detrás de cada libro hay mucho más: una carrera de fondo, una lucha silenciosa y constante por sostener una vocación que rara vez encuentra reconocimiento inmediato. Porque más que de inspiración o talento, esto va de resistencia.
Aunque hoy nos centraremos principalmente en la literatura fantástica, podríamos estar hablando también de ciencia ficción, terror o de cualquier otra variante afín, porque en muchos aspectos comparten el mismo destino: el de la invisibilidad editorial, la precariedad económica y una autoexigencia que rara vez se ve recompensada.
Y no, no es solo una realidad española. Al otro lado del charco, en países hispanohablantes como México, Argentina, Colombia o Chile, los autores se enfrentan a retos muy similares. El escenario cambia, sí, pero la lucha se parece demasiado. Es, en el fondo, un mal común que afecta a quienes escribimos en nuestra lengua.
Hoy queremos asomarnos a esta situación desde la trinchera, sin dramatismos. Solo con datos, experiencia y las preguntas incómodas que quizás todos deberíamos empezar a hacernos.
Dedicarse a este oficio implica mucho más que crear mundos —lo cual, ya de por sí, es una de las tareas narrativas más exigentes, especialmente cuando nos adentramos en la alta fantasía—. La mayoría de autores, especialmente quienes están empezando o viven lejos de las grandes ciudades, se ven obligados a llevar una doble vida: una donde imaginan imperios, razas milenarias y profecías capaces de salvar o destruir realidades y que van mucho más allá de simples batallas épicas o conjuros. Estas historias no solo requieren una arquitectura narrativa monumental, sino que además ofrecen una radiografía crítica de nuestro propio mundo.
Y luego está la otra vida, mucho más terrenal: la de quien lucha por superar los 300 seguidores en redes sociales o por conseguir que su libro llegue a alguna estantería aunque sea la de la librería del barrio. En la práctica, el autor acaba siendo su propio editor, promotor, diseñador, community manager, contable, corrector… y, no pocas veces, también su propio terapeuta para sobrellevar el silencio editorial y la indiferencia del público general.
A todo esto se suma lo cotidiano: el trabajo, la familia, las citas médicas, las facturas y ese entramado de obligaciones que, poco a poco, devoran el escaso tiempo que queda para escribir.
¿Y aún nos preguntamos por qué vivimos al borde del colapso?
“El problema no es solo que no te lean, sino que todo el esfuerzo que se exige para lograr que alguien quiera leerte, roba el tiempo y la energía necesarias para escribir una historia que realmente merezca la pena.”
— Gemma N. Escarp, 2025
Este artículo es una radiografía sincera de lo que implica, hoy en día, intentar construir una carrera como escritor en el terreno de la fantasía en nuestro país. Hablaremos de precariedad, de algoritmos, del marketing forzado y de puertas que solo se abren a quienes ya cuentan con miles de seguidores. También pondremos sobre la mesa datos reales y contrastados que evidencian hasta qué punto esta lucha, invisible para muchos, es dolorosamente cierta.
La realidad es que ser autor nacional, y más dentro de este género, exige tanto trabajo ajeno al acto de escribir que muchos acaban exhaustos antes incluso de terminar su primera saga, o incluso, su primer libro.
El ciclo al que estamos sometidos es perverso: hay que mantenerse activo en redes sociales, porque si no, el algoritmo te penaliza, a menos que pagues —y ni siquiera eso garantiza resultados de difusión—. Estamos atrapados en un sistema de normas arbitrarias, bajo la amenaza constante de que te cierren la cuenta si te vuelves demasiado “incómodo”. Nos ocurrió, por ejemplo, al intentar promocionar un artículo sobre la polémica ucronía “El hombre en el castillo” de Philip K. Dick: bloqueaban el anuncio por “uso indebido de simbología” al mostrar la portada original del libro. Vaya hachazo a la cultura…
Y aunque la gestión de redes sea el frente que más tiempo consume a un autor, no es el único obstáculo. También hay que asistir a eventos y ferias —aunque el bolsillo no lo permita—; costear portadas profesionales para evitar críticas por “chapuzas”; pagar correcciones que garanticen un mínimo de calidad literaria; encargar la maquetación; participar activamente en comunidades literarias para ganarse un hueco y, además, encargarse de difundir tu propia obra.
En la mayoría de los casos, no se recupera lo invertido —esa posibilidad ni se contempla—. Todo sea por encontrar a tu nicho de lectores y confiar en que, algún día, el titánico esfuerzo dé algún fruto.
Mientras tanto, las grandes editoriales apuestan por títulos extranjeros o sagas juveniles que ya han demostrado su éxito en otros mercados. El autor nacional, en cambio, queda relegado a la casualidad de que alguien lea su manuscrito y, con suerte, caer en manos de un sello pequeño que, con mucho esfuerzo, apenas logran mantenerse a flote. Con recursos limitados, estos sellos solo pueden permitirse tiradas modestas, una promoción reducida y una distribución muy restringida. Todo ello los obliga a tomar decisiones editoriales basadas en la extensión de la obra, su complejidad o su potencial de venta —cuestiones que desarrollaremos en un apartado propio más adelante—.
Si ya es complicado para ellos, imaginemos lo que supone para quien lo intenta en solitario: sin respaldo editorial, sin red de contactos, únicamente con una mochila cargada de ilusión a cuestas y sin saber siquiera a qué puerta llamar. Muchos, además, arrastran el peso del síndrome del impostor, mientras descubren que el camino está lleno de costes y que no existen ayudas institucionales específicas para autores autopublicados.
¿Y la literatura? Queda arrinconada entre métricas de interacción, publicaciones triviales y vídeos que poco o nada tienen que ver con lo que de verdad escribe.
Lo más doloroso no es la falta de éxito. Es la sensación de que no puedes avanzar. Que, para tener una mínima oportunidad, parece que debes ser bueno en absolutamente todo, menos en escribir… Tu arte, tu estilo, tu trabajo: eso es, paradójicamente, lo que menos se valora ahora.
Aun así, muchos seguimos adelante. Escribimos de noche, robando horas al trabajo, a la familia o al descanso. Peleamos por cada lector como si fuera el primero. Seguimos soñando mundos imposibles, incluso cuando el real se vuelve cada vez más difícil de abordar.
Es un poco como lo que sucede en Réquiem por un sueño, una película desgarradora dirigida por Darren Aronofsky y basada en la novela de Hubert Selby Jr. y que me parece un buen ejemplo. Refleja un drama psicológico que no necesita monstruos para helarte la sangre. Basta con mostrar personas luchando por sus sueños en un entorno que, poco a poco, se vuelve insoportable. No porque no tengan fuerza o voluntad, sino porque las reglas del juego están trucadas. Esa sensación de esfuerzo constante frente a un sistema que no da tregua resulta inquietantemente familiar para muchos autores de hoy en día.
Y ahí es donde reside la verdadera épica “fantástica” del autor.
Pero dejemos de hablar solo desde la experiencia. Pongamos también los datos sobre la mesa. Saquemos lápiz y papel, porque esta lucha no es etérea ni imaginaria: es tan real como demoledora. Lo que vais a descubrir no solo puede representar un bofetón para cualquiera que escribe, sino también el golpe que derrumbe muchas expectativas. Nos han vendido demasiadas veces la idea de que, con esfuerzo, puedes dar el pelotazo y triunfar. Nada más lejos de la realidad.
Literalmente hemos estado viviendo dentro del mito de la caverna de Platón: mirando sombras idealizadas proyectadas en la pared y pensando que representan la realidad del mundo editorial. Nos han hecho creer que, con talento y perseverancia, el éxito es solo cuestión de tiempo; que publicar equivaldrá a vender miles de ejemplares algún día. Pero basta con mirar las cifras para que la claridad nos alcance, y revele una verdad incómoda: casi nadie está vendiendo tanto como creemos. Ni siquiera los “grandes”.
Nota: “Este no es un artículo técnico ni una guía paso a paso. Es un retrato sincero de lo que supone escribir fantasía en España.”
El panorama editorial
A ojos del gran público, el auge de las plataformas de streaming, las adaptaciones cinematográficas y los estantes temáticos en librerías especializadas dan la impresión de que la fantasía vive una edad dorada. No es extraño pensar así cuando vemos fenómenos como Juego de Tronos, The Witcher o The Last of us, series que han captado la atención de millones y consolidado universos fantásticos en el imaginario colectivo global.
En paralelo, también estamos presenciando una potente ola de importación asiática que empieza a ganar terreno. Desde China, El problema de los tres cuerpos de Liu Cixin —adaptado recientemente por Netflix— ha sido un caso emblemático de cómo una obra de ciencia ficción con raíces profundamente locales puede irrumpir con fuerza en el mercado internacional. En el ámbito del cine de animación, películas como La serpiente verde (de inspiración mitológica china) o la galardonada El viaje de Chihiro (desde Japón) prueban que las leyendas tradicionales pueden convivir con narrativas modernas y conmover a públicos de todo el mundo. Incluso producciones coreanas como El juego del calamar han dejado claro que el espectador está más que dispuesto a mirar hacia otros horizontes culturales, con historias que no se ajustan precisamente a fórmulas simplificadas para alcanzar a más público.
Sin embargo, nada de esto garantiza espacio ni reconocimiento para los autores nacionales de fantasía. En los catálogos editoriales españoles, los nombres siguen siendo, en su mayoría, anglosajones: repetidos, traducidos y promocionados con una fuerza que rara vez se aplica a una obra escrita en castellano. Incluso dentro del fandom lector más especializado, el prestigio parece reservado a figuras extranjeras, mientras los escritores españoles siguen luchando por salir de la sombra, relegados a circuitos muy reducidos o directamente al anonimato.
Y lo más paradójico: no es que falte talento, imaginación o mitología propia. Lo que escasea, demasiadas veces, es la confianza del sistema editorial en los relatos que se crean aquí.
Las editoriales, sobre todo las grandes, siguen apostando por lo que ya viene probado de fuera: éxitos de ventas, fenómenos virales o sagas consolidadas con un elevado fandom detrás. Y aunque esta lógica responde a criterios comerciales, el resultado es claro: no solo competimos con un mercado saturado, sino con un sistema que apenas nos reserva espacio entre las novedades.
Quienes lo logran, suele ser desde los márgenes: pequeñas editoriales, autopublicación, ferias alternativas o recomendaciones en redes. Lo que debería ser el punto de partida, se convierte en nuestro techo de cristal.
Y este es el escenario que habitamos: un terreno desigual, donde la lucha por abrirse paso no es solo una cuestión creativa, sino estructural. Porque si bajamos un nivel más en esta radiografía, nos toparemos con un problema aún más profundo: el control del mercado por parte de unos pocos, y la falta de voluntad para dejar entrar nuevas narrativas.
El oligopolio editorial
El mercado está dominado por unos pocos grupos editoriales que operan bajo una lógica estrictamente comercial, donde el criterio principal son los beneficios. Esto genera una serie de barreras difíciles de superar para los autores nacionales e, incluso, para editoriales independientes que sí quieren apostar por ellos:
• Rentabilidad ante todo: Si un autor extranjero ha vendido 100.000 ejemplares en EE.UU., traducirlo se considera una apuesta segura. El riesgo creativo se sustituye por una lógica de importación masiva.
• Desconfianza hacia lo nacional: Aún persiste la idea de que el lector no confía en la fantasía escrita aquí. Eso alimenta un círculo vicioso: no se promociona lo nuestro → no se vende → no se vuelve a apostar por ello. La profecía se cumple sola.
• Prioridades editoriales: Aunque hay autores españoles con propuestas sólidas, las grandes casas suelen priorizar thrillers, romántica o no ficción, géneros considerados más rentables. Y cuando se publica fantasía, suele tratarse de romantasy, que —por supuesto— tiene derecho a tener su lugar y a encontrar un público, pero no es la única que se escribe. Además, el problema es otro: la obsesión editorial por explotarla en cadena, sin filtrar calidad, con la esperanza de que alguna entrega se convierta en best seller, dejando al resto en el olvido.
• Sin un gran “currículum”, no existes: Si no formas parte del círculo editorial, no has ganado premios relevantes o no tienes contactos clave, es casi imposible que tu manuscrito cruce la puerta. El talento, sin credenciales, no vale.
• Seguidores antes que escritura: Si tienes una comunidad amplia en redes —aunque buena parte sea ficticia—, algunas editoriales están dispuestas a ofrecerte un libro prefabricado, escrito por encargo. Como si bastara con enchufarte el autotune y hacerte cantar. Todo es válido si genera ventas.
• Competencia desleal en precios: Las grandes editoriales pueden permitirse abaratar costes gracias a sus márgenes, imprentas propias, acuerdos de distribución y presencia garantizada en puntos de venta. Eso deja fuera de juego a pequeños sellos y autores autopublicados, que no pueden competir ni en precio ni en visibilidad.
• Y luego están, los gastos de envío: En muchos casos, cuesta más hacer llegar el libro al lector que el precio del propio ejemplar. Una barrera más para quienes no pueden equipararse con estos gigantes. A veces, compensa más coger el coche, entregar el libro en mano y tomarse un café con el lector. Al menos te llevas una experiencia… y una nueva amistad.
Conseguir que una gran editorial apueste por una novela de fantasía nacional es, en la práctica, una meta inalcanzable para la mayoría. El sistema no está pensado para descubrir nuevos escritores, sino para reproducir lo que ya ha funcionado. Y eso deja fuera a toda una generación de escritores autóctonos, auténticos diamantes en bruto, sin apenas posibilidad de hacerse oír.
Una vocación sin cimientos
Más allá de las dificultades del mercado, hay una verdad más profunda y silenciosa: en España no existe una estructura pública que promueva la escritura como carrera profesional, y mucho menos si hablamos de literatura fantástica.
A diferencia de lo que ocurre en países como Estados Unidos o Reino Unido, donde existen programas universitarios, becas y circuitos académicos que reconocen el valor cultural de la ficción especulativa, aquí seguimos anclados en una visión reduccionista del canon. Mientras El Señor de los Anillos es objeto de estudio en universidades anglosajonas como parte de la literatura inglesa contemporánea, en nuestro país apenas se considera “seria” la fantasía. Y si cuesta validar la que viene de fuera, más aún la que nace aquí.
Salvo contadas excepciones, como el aclamado Don Quijote de la Mancha (1605), la fantasía sigue siendo ignorada en los espacios de formación tradicionales. Muchos se resisten a reconocer la obra de Cervantes como parte del género fantástico, amparándose en que se trata de una sátira contra los libros de caballerías. Pero no deja de ser, en su núcleo, una historia repleta de elementos imaginarios: gigantes que en realidad son molinos, caballeros andantes, yelmos encantados, visiones idealizadas de damas y aventuras que trascienden la realidad. Todo ello, aunque surja de la mente trastornada del hidalgo, configura una narrativa profundamente fantástica.
El propio Cervantes reconocía con ironía su desagrado y pretensión frente al género de moda en aquella época en su prólogo:
“…deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías.”
Hoy, podríamos considerar ese gesto una respuesta muy parecida a la que algunos autores actuales tienen frente a las tendencias editoriales dominantes.
Y sin embargo, esos mundos nos permiten cuestionar el nuestro, ofrecer nuevas perspectivas, incomodar, emocionar y —por supuesto— entretener. A día de hoy, escribir fantasía en España sigue siendo, en muchos sentidos, una vocación sin cimientos.
Ahora bien, eso no significa que no existan espacios donde aprender, compartir o mejorar. De hecho, cada vez hay más academias, talleres, círculos de escritura y profesionales que ofrecen formación, asesoría y servicios de valor. Muchos de ellos lo hacen con verdadera vocación, con conocimiento profundo del oficio y con el deseo sincero de ayudar a otros a avanzar en su camino.
Pero lo preocupante no es su existencia —necesaria, incluso esperanzadora en algunos casos—, sino que dependamos exclusivamente de ellos. Que la formación y el acompañamiento de escritores recaiga casi por completo en el mercado privado, en lugar de formar parte también de un proyecto cultural colectivo. Porque cuando la única vía posible para crecer es pagar, el acceso se vuelve desigual, y la vocación queda en manos de quien pueda permitírsela y no de su talento.
Editoriales independientes
Frente al muro infranqueable de las grandes editoriales, aparecen los sellos pequeños e independientes, muchas veces fundados por amantes del género que apuestan por lo que otros descartan: la fantasía, el terror, la ciencia ficción. Tienen un mérito enorme: se atreven, arriesgan con autores nuevos, con propuestas originales, con obras que no encajan en las fórmulas comerciales de siempre. Son quienes sostienen la diversidad real del ecosistema literario.
Pero, por muy loables que sean sus intenciones, la realidad también los golpea con fuerza:
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Tiradas muy limitadas, que oscilan entre los 100 y 500 ejemplares, y que en muchas ocasiones no pueden reeditarse por falta de recursos.
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Distribución modesta, centrada principalmente en ventas online, redes sociales o ferias literarias.
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Presencia mínima en librerías físicas, donde el espacio es costoso y dominado por las grandes distribuidoras.
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Promoción reducida, sin capacidad para invertir en campañas publicitarias o contar con gabinetes de prensa que posicionen sus obras en medios.
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Dependencia del crowdfunding, que en muchos casos es la única vía para financiar nuevos lanzamientos. Esto implica organizar campañas previas, movilizar a la comunidad y cruzar los dedos para alcanzar el mínimo necesario que permita sacar adelante el proyecto.
A todo esto se suma un problema silencioso, pero cada vez más abrumador: la cantidad de manuscritos que reciben. Algunas editoriales pequeñas reportan la llegada de decenas —incluso cientos— de propuestas cada mes, imposibles de leer y valorar con el tiempo y la atención que merecen. No porque falte interés, sino porque faltan manos, recursos y horas en el día. Y eso hace que muchas buenas historias se queden sin respuesta, atrapadas en el limbo de una bandeja de entrada desbordada.
El resultado es demoledor: incluso publicando con una editorial, con un libro bien editado y una historia potente, puedes quedarte atrapado en una burbuja minúscula, circulando únicamente entre otros autores y lectores del mismo nicho. Una especie de cámara de eco donde todo resuena, pero poco trasciende.
Estas editoriales hacen lo que pueden —y más—, pero las condiciones del mercado no les permiten competir en igualdad de condiciones. No es que no tengan criterio o pasión; es que no tienen herramientas suficientes. Y, aun así, gracias a ellas muchos autores tienen su primera oportunidad real de ver su obra publicada.
Ayudas oficiales
De todas formas las editoriales, sean de un gran grupo o independientes, sí cuentan con algunas ayudas oficiales, aunque para los sellos pequeños no basten para equilibrar las desventajas. Por ejemplo, el Ministerio de Cultura concede subvenciones para apoyar la edición de libros, cubrir parte del coste (hasta el 50 %) y fomentar la participación en ferias sectoriales mediante financiamiento a editoriales locales. Además, muchas comunidades autónomas (Comunitat Valenciana, Castilla y León…) ofrecen líneas específicas de apoyo a la producción editorial en su territorio .
¿Es suficiente?
No entra en todos los ámbitos: algunas subvenciones excluyen publicaciones digitales, autopublicación o formatos menos tradicionales.
Exigencias burocráticas altas: suelen necesitar certificados, presupuestos justificados y, a veces, soporte institucional.
Competencia feroz: se otorgan en régimen competitivo, desde un presupuesto limitado.
Por tanto, aunque no están desamparadas, estas ayudas solo representan un alivio parcial: ayudan, pero no igualan el desigual acceso que tienen frente a los grandes editores.
Si el autor va por libre
—Es decir, autopublica sin editorial ni sello detrás—, las ayudas institucionales son prácticamente inexistentes en España. A continuación te lo explicamos:
¿Existen ayudas públicas directas para autores autopublicados?
En la práctica, no. Las subvenciones estatales y autonómicas para el sector editorial están dirigidas a empresas registradas como editoriales, no a personas físicas que publican sus propios libros.
¿Por qué?
Porque las ayudas requieren:
- CIF de editorial, no NIF de persona particular.
- Piden historial editorial, catálogos, tiradas, ISBN gestionados como editor, etc.
- Consideran la actividad cultural empresarial, no la iniciativa individual como creadora.
¿Y si se constituye como empresa o autónomo?
Un autor podría:
- Darse de alta como autónomo editorial, con el epígrafe correspondiente.
- Solicitar subvenciones como microempresa cultural.
Peeero: esto implica costes fiscales, trámites complejos y requisitos de facturación que no todos pueden (o quieren) asumir, especialmente cuando aún no se obtienen ingresos significativos.
Otras ayudas que podrían aplicar (aunque de forma indirecta):
- Programas municipales o asociaciones culturales: en algunos ayuntamientos o centros cívicos puede haber ayudas puntuales para publicaciones, sobre todo si tienen interés social, educativo o local.
- Concursos literarios con dotación económica o publicación como premio (aunque aquí entras en competencia con miles).
- Crowdfunding cultural: algunas plataformas como Verkami son apoyadas institucionalmente (ICUB, Generalitat…) en Cataluña o incluyen proyectos con ayuda pública.
Conclusión
El autor independiente parte con desventaja total: No solo debe asumir todos los costes, sino que además carece de apoyos públicos directos, subvenciones específicas o una red de protección como sí tienen las editoriales.
Y ahora sí: viene una de las verdades más duras —y más difíciles de aceptar— si eres autor.
El negocio está en ti, no en tu libro
En este ecosistema, el autor ya no es solo creador: también es consumidor. Cada paso —corrección, ilustración, maquetación, promoción, formación, autopublicación— requiere contratar servicios, muchos de ellos costosos y envueltos en promesas de visibilidad y éxito.
Y conviene dejarlo claro: estos servicios no son el problema. Muchos son necesarios, y hay profesionales que los ofrecen con rigor y vocación real de ayudar. Pero también hay vendehumos: quienes prometen atajos imposibles a precios desorbitados. Distinguir entre unos y otros —sobre todo al empezar— no siempre es fácil y te puede arruinar.
El verdadero problema viene de que el mercado se ha organizado para que el autor funcione como cliente, no como creador. Cada etapa del proceso se convierte en una oportunidad de venta, y la obra acaba desplazada a un segundo plano.
El foco ya no está en lo que escribes, sino en lo que proyectas. No basta con escribir bien: hay que construir marca, generar contenido, mantenerse visible. Paso a paso, el autor se convierte en el producto.
Porque esa es la verdad incómoda:
El sistema no está diseñado para vender tu libro. Está diseñado para venderte a ti.
Y mientras tú escribes con la esperanza de avanzar, otros construyen sus negocios a tu alrededor.
Y por si fuera poco, si decides prescindir de ciertos servicios —porque no puedes, no los necesitas o simplemente prefieres hacer las cosas a tu manera—, prepárate: llegarán las críticas. Te acusarán de no respetar el oficio, de despreciar el trabajo ajeno, de “no tomártelo en serio”. Incluso ese pequeño público que empezaba a interesarse por tu obra puede darte la espalda, tachándote de egoísta o de intruso.
Todo eso sin tener en cuenta una realidad tan simple como demoledora: que el autor es, paradójicamente, la materia prima de la que tantos otros subsisten. Y que, muchas veces, simplemente está haciendo lo que puede… para seguir escribiendo.
Veamos un claro ejemplo:
La economía del autor
Para entender mejor la raíz del problema, observemos cómo se distribuyen los beneficios en este modelo. En la mayoría de los casos, el autor no solo es quien crea la obra, sino también quien sostiene económicamente todo el proceso:
Ciclo económico del autor autopublicado
Publicar por cuenta propia implica mucho más que escribir: significa asumir cada gasto del proceso editorial, promocional y logístico. Este es el desglose más habitual que enfrentan los autores que deciden autopublicar su obra de forma profesional:
📉 Gastos asumidos por el autor
📈 Beneficios para el autor 
En la autopublicación, los ingresos rara vez compensan el gasto. La motivación suele ser vocacional o por visibilidad, no económica.
Si escribir ya no es suficiente…
- Si publicar no garantiza lectores…
- Si vender exige invertir más de lo que se tiene…
- ¿Dónde queda el autor?
- ¿En qué momento nos convencieron de que debíamos ser escritores, editores, diseñadores, promotores, gestores y comerciales… solo para tener una ínfima oportunidad dentro de este mercado?
Las grandes plataformas
En esta ocasión no hablaremos de las editoriales de autopublicación —ese es otro melón que merece su propio artículo, porque tienen tela y morro—, sino de las grandes infraestructuras digitales que han transformado la forma de publicar, vender y consumir libros.
Plataformas como Amazon KDP han abierto una puerta inmensa para cientos de autores que, hasta hace poco, solo podían soñar con ver su libro impreso o lo dejaban guardado en un cajón, desilusionados. Al menos, eso ha cambiado.
Autopublicar ha supuesto una revolución silenciosa: ya no hace falta el beneplácito de una editorial para compartir tu obra con el mundo. Y eso, sin duda, es una oportunidad.
Pero seamos claros: no garantiza nada. No basta con subir un archivo y cruzar los dedos. Esa facilidad tiene su precio: el camino que se abre tras la puerta está lleno de algoritmos, competencia, inversión… y mucha, mucha soledad. Y para entender esa realidad, conviene mirar los datos.
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Saturación del mercado: Cada año se publican entre 70.000 y 90.000 títulos nuevos solo en Amazon España. Esta avalancha hace que destacar sea casi imposible.
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Inversión personal: Aunque Amazon KDP no cobra por publicar, los gastos reales —corrección, diseño, maquetación, promoción— recaen por completo en el autor.
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Promoción o invisibilidad: Sin campañas de pago (Amazon Ads, redes, colaboraciones), tu libro se hunde en un mar de títulos. El algoritmo solo premia lo que ya se mueve: clics, compras, reseñas. Sin actividad, desapareces del mapa.
Y ahí empieza la paradoja: para que te lean necesitas visibilidad, pero para tener visibilidad necesitas movilidad y tiempo y para tener movilidad necesitas parar de escribir. Si no puedes asumir ese rol, estás fuera del juego antes incluso de empezar.
A esto se suma un fenómeno cada vez más preocupante: la proliferación de libros generados por inteligencia artificial, que ha llevado a Amazon a limitar la publicación a tres títulos diarios por autor —otro melón que merece artículo propio—. Esta medida evidencia una sobreproducción descontrolada que vuelve aún más difícil destacar en un entorno ya saturado.
Para colmo, el lector medio en Amazon España consume sobre todo romántica y thriller ligero. La fantasía elaborada, épica o compleja queda relegada, no por falta de calidad, sino porque no encaja en la lógica del clic rápido que ya se encargan ellos de promocionar.
Autopublicar puede ser una vía de independencia, sí. Pero también es una carrera cuesta arriba. Muchos autores terminan invirtiendo más tiempo en aprender sobre campañas, algoritmos y diseño de portadas, que en escribir lo que realmente aman.
Y mientras tratan de profesionalizarse en un sector que no es el suyo… se precariza la vocación.
Y hablando de melones…
La fábula del agricultor
¿No la conoces?
Imagina que a un agricultor —de vocación— no solo se le exigiera cultivar bien sus productos. También que repartiera sus propias verduras, fabricara pesticidas, diseñara carteles publicitarios, ordenara personalmente las estanterías del mercado para que sus manzanas luzcan perfectas… y todo ello sin ayuda, sin maquinaria, sin descanso. Además, con un segundo trabajo, porque ni siquiera con todo ese sobresfuerzo consigue ganarse la vida.
Y, por si fuera poco, le advierten: “Si no dominas todas esas habilidades, no logras visibilidad suficiente y no dibujas un franca sonrisa en tu rostro de mientras —por no decir hacer el payaso—, nadie confiará en la calidad de tu cosecha”.
Viva la presión. ¿Desde cuándo los agricultores deben tener el don de la palabra? ¿En qué momento su profesión pasó a exigirles ser también influencers?
Mientras tanto, el campo queda abandonado. La fruta se pudre sin supervisión, porque ya no queda tiempo para cuidar lo esencial: la cosecha.
Y luego, ¡oh, sorpresa!: no hay verdura de calidad. Todos se quejan de que faltan buenos productos, pero nadie se pregunta por qué. Nadie menciona que la fruta se importa desde el extranjero en cámaras refrigeradas y más baratas.
Peor aún: en lugar de aunar esfuerzos —porque al fin y al cabo el objetivo es el mismo—, los agricultores compiten entre sí para vender sus naranjas, aunque lo que ofrezcan —por falta de tiempo— sea un higo chumbo. Se ven atrapados en una carrera absurda por destacar en un mercado que ni siquiera les deja respirar. Y de esta forma los mantienen: ocupados, fragmentados, convencidos de que el enemigo es el agricultor de al lado.
Así se siente el autor independiente: obligado a encargarse de todo, sin margen de error, con la escritura —su verdadera vocación— relegada a lo último del día.
Éxito, en cifras
Vamos al grano. ¿Cuántos ejemplares se venden realmente?
Porque si hay algo que rara vez se muestra tras las portadas y los posts de lanzamiento… son las cifras reales de ventas.
Según la Federación de Gremios de Editores de España, la tirada media por título ronda los 3.600 ejemplares. Pero cuidado: esta es una media que incluye a autores consagrados, manuales escolares, ensayos y libros infantiles. Si centramos la lupa en la fantasía escrita por autores nacionales, el panorama cambia —y mucho—:
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Para un libro de fantasía publicado por una editorial pequeña que empieza, las ventas reales suelen oscilar entre 100 y 300 ejemplares en su primer año.
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En sellos independientes más consolidados, la tirada ronda entre 100 y 500 copias por título.
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En cambio, cuando se trata de autores extranjeros traducidos, las cifras iniciales se disparan: entre 2.000 y 5.000 copias, gracias a la promoción y al respaldo de un nombre que ya ha funcionado fuera.
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Solo en casos excepcionales, una gran editorial apuesta por un autor nacional de fantasía con tiradas de 2.000 a 10.000 ejemplares. Pero insistimos: eso es la excepción, no la norma.
Entonces… ¿qué se considera un éxito?
En España, un libro se considera exitoso si supera las 3.000 ventas. Dentro del ámbito independiente, un bestseller rara vez supera las 5.000.
Estas cifras no solo reflejan la precariedad estructural del sistema: demuestran hasta qué punto el mérito de cada lector conquistado se multiplica cuando se parte desde la invisibilidad. También evidencian lo difícil que es —incluso publicando con sello— sostener una carrera literaria dedicada a la fantasía.
¿Salidas reales… o espejismos?
Muchos autores, tras enfrentarse cara a cara con la realidad del sistema, se hacen la misma pregunta: ¿y ahora qué?
El panorama no es sencillo, pero existen caminos posibles. No son atajos, sino trayectorias que requieren constancia, visión y —sobre todo— una enorme resistencia emocional. Aquí algunas de las alternativas más comunes:
Conclusión:
Ninguna de estas opciones es fácil. Pero todas pueden convertirse en un motor si entiendes que esta carrera no se gana en un fin de semana. Requiere foco, estrategia y un equilibrio constante entre pasión y realismo.
Lo importante es saber que no estás solo/a. Hay otras voces intentando lo mismo. Y tal vez —solo tal vez— podamos hacer más ruido si caminamos juntos.
¿Se puede cambiar todo esto?
No hay recetas milagrosas. Y quien diga lo contrario, probablemente quiera venderte algo.
Tal vez ha llegado el momento de dejar de fingir que todo marcha bien. De dejar de cargar en solitario con el peso de un fracaso sistémico. De dejar de buscar salidas individuales a un problema colectivo.
Quizá el verdadero cambio no consista en encontrar la estrategia perfecta, sino en atrevernos a formular las preguntas difíciles. Las que incomodan. Las que nadie quiere hacerse.
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¿Hasta qué punto queremos seguir jugando con estas reglas?
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¿A qué estamos renunciando solo por intentar mantenernos a flote?
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¿Y si lo que falla no es el dinero, sino el propio modelo?
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¿Estamos creando cultura juntos… o sobreviviendo cada uno por su cuenta como puede?
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¿Y si el primer paso no fuera competir, sino compartir?
No hay respuestas fáciles. Pero quizá sea ahí —en esa zozobra que ya no queremos seguir perpetuando— donde empiece otra forma de hacer. Una distinta. Una que tenga sentido.
¿Qué pasaría si dejásemos de pelearnos por las migajas… y empezáramos a cuestionar el sistema que sostenemos al hacerlo?
¿Estamos creando literatura con alma, o solo contenido para un consumo inmediato?
¿Estamos construyendo mundos… o apenas sobreviviendo en uno que nos arrolla con su forma de funcionar?
Tal vez la pregunta no sea “¿cómo vender más?”, sino: ¿qué estamos dispuestos a sacrificar para que escribir siga teniendo sentido?
Ya lo anticipaba Pink Floyd en The Wall: lo que comenzó como una crítica al sistema educativo se ha extendido como un tumor silencioso a todos los ámbitos de nuestra vida, lanzando a las personas a una trituradora sistémica que nos trata a todos como números.
El espíritu de Equilibria
Sinceramente, no tenemos todas las respuestas. Pero sí algunas opciones que tal vez puedan ayudarte.
Sabemos muy bien lo que significa intentar abrirse paso escribiendo fantasía en español. Lo vivimos cada día: construir mundos desde cero mientras la vida real no da tregua. Rechazos, invisibilidad, agotamiento… y la necesidad de hacerlo todo sin apoyo y a contrarreloj, porque nadie nos avisó de todo lo que implicaba este recorrido.
Por todo esto, decidimos dar un giro a Equilibria. Lo que empezó como una web dedicada a una sola autora, se transformó en un espacio compartido para dar voz a más escritores. Una aventura conjunta, sin un destino prefijado, pero con la certeza de que no queremos recorrerla en solitario. No surgió de un plan de negocio, sino de la convicción de que algo debe cambiar. Y ese cambio empieza por dejar de enfrentarnos a esto en soledad.
No prometemos milagros ni resultados inmediatos. Pero sí podemos asegurar algo: aquí no vendemos humo. Solo queremos tender puentes. Difundir. Escuchar. Colaborar.
Amamos la fantasía, la ciencia ficción y el terror, y queremos dar voz a quienes aún no saben por dónde empezar. Porque creemos en la premisa de “avanzar juntos”, desde el respeto, el conocimiento y la pasión.
Aquí no se exige ser una eminencia o ser un fenómeno social. Solo sonreímos frente a quien llega con ilusión, ideas, imaginación y ganas de contar algo que merezca ser escuchado.
Ponemos a tu disposición lo que tenemos: entrevistas, relatos, artículos, reseñas, herramientas, e incluso conversación.
Porque quizá eso que tú necesitas decir… alguien necesita leerlo.
- Libro Forum Valencia 4-5 de Julio – 3 julio, 2025
- El Capitán Harlock, el pirata espacial – 1 julio, 2025
- Escribir fantasía en España: la lucha invisible – 12 junio, 2025
Luis Manuel Nieto dice:
Tremendo artículo Gemma; me ha encantado, y aparte que dices verdades como puños. ¿En qué momento se llegó a que en España tan solo se lea romance, fantasía con spicy o como quieran decirlo, o thriller ligero como mencionas, que te mezclan amoríos? Creo que muchos/as autores/as tiran a escribir lo que está de moda con tal de vender no siendo fieles a si mismos. Yo, lo siento mucho, pero jamás me venderé al mercado. Prefiero tener cien o doscientos lectores fieles y que saben lo que van a encontrar en mis libros, que no venderme al diablo y escribir algo en lo que no creo y ni me gusta. Es mejor tener tu grupo de lectores fieles, a miles de lectores que vienen y van y no saben apreciarte como autor. Gran artículo. Mi enhorabuena.
Gemma N. Escarp dice:
Muchas gracias Luisma. Ojalá este artículo tenga el suficiente alcance como para poder ayudar a otros y hacerles ver la rueda en la que estamos metidos. Me encanta que te haya gustado tanto. Me ha llevado semanas de trabajo y tu opinión es mi recompensa. ¡Abrazos!
Isabel Campillo dice:
Menuda reflexión has hecho, pero es la realidad con la que se topan muchos grandes creadores de historias que no tienen la oportunidad que se les brinda a otros. Un enorme esfuerzo que no está recompensado, a menos que te suene la flauta por casualidad, pero ¿merece la pena estar ahí esperando que aparezca esa melodía alguna vez? Pues yo creo que se debe ser consecuente con uno mismo y hacer lo que siente y lo que le llena, tenga o no recompensa, y no ver esfuerzo sino aprendizaje en esa dedicación haya o no recompensa. Me ha encantado.