06.04.2024. Testimonio de Susana Dávila Jiménez. 18:30 horas. Sistema CCTV ON. Transcripción forense. Minuto 1:33.
…Ya se lo he dicho a tu amigo de allá. Puedes preguntarme hasta la extenuación por qué lo hice, pero no escuchas mi respuesta. ¿Que trate de convencerte? Ja. Sería gracioso si no fuera porque tienes la misma sonrisa que ponen mis alumnos cuando mienten. ¿Te piensas que puedes engañar a esta profesora de parvulario? Por favor. Tú verás a muchos delincuentes al día, pero yo llevo treinta y tres años viendo a niños creerse sus propias mentiras. Sé que Juan está muerto. No trates de negarlo.
¿Y qué hay de Aura, me preguntas? Seguro que has visto ya su foto, ¿no? Una niña preciosa, como de revista. Tirabuzones dorados que enmarcan una carita en forma de corazón, dominantes ojos azules celestes, y sonrisa veloz. La primera vez que la vi, de la mano de Lourdes en la entrada de la escuela, Juan me dijo que ojalá sus hijas fueran así de guapas y buenas. Pobre Yolanda, ¿habéis hablado con ella? No sé qué hará ahora, sola, con dos niñas pequeñas.
Bueno, a lo que íbamos. La niña. Aura. ¿Será diminutivo de Aurora? La niña había venido con su padre por lo que me dijo Lourdes. Creo que me comentó que parecía un poco ido. Yo vigilaba que ninguno se sacara un ojo con las varillas de la tienda. Los conocía a todos desde el parvulario. Excepto a Aura. Como comprenderás, una niña nueva causa mucha expectación. Y sobre todo una tan bonita como esta. Llevaba un vestido azul de raso, y una mochila de la Patrulla canina. Pero lo que llamó mi atención fue la muñeca.
Ah, la muñeca. Es lo que esperabas ¿verdad? Que te hablara de ella. Pues sí, la niña nueva llevaba una muñeca realmente inquietante. Era horrorosa y antigua. Me dio un escalofrío en cuanto la vi. Era de trapo, alguien le había cosido botones dispares por ojos y con rotulador le había dibujado una sonrisa. No olvidaré esa sonrisa jamás.
La nueva no era muy social. Se quedó en una esquina, mirándolo todo con sus grandes ojos. En un momento dado Alicia, la hija del carnicero, se acercó a ella y la arrastró a jugar con las demás. Estaban tocando palmas, ya sabe, con esa estrofa. Don Federico mató a su mujer, la hizo picadillo y la puso a cocer… cantaban. Macabro. No puedo dejar de escucharlo.
Servimos la cena a las ocho. Paco contaba la misma adivinanza que en las últimas dos colonias, y hasta los niños parecían aburridos de ellas. Es por eso que el grito de Alicia fue perfectamente audible. La niña saltaba señalando su bandeja, y yo corrí a poner orden. Pero a mí también se me revolvieron las tripas cuando vi el plato de arañas que condimentaban un corazón crudo y sangrante. Andoni lanzó la bandeja fuera del círculo de las tiendas del patio, hacia los matorrales del otro lado de la valla. Algunos de los niños comenzaron a llorar.
Recuerdo que gritó indignado que llamaría al catering y que se iban a enterar de la bromita. No sé si lo hizo al final o no. Yo estaba tratando de calmar a mis niños, pero por el rabillo del ojo vi a Aura con la muñeca sobre el regazo, mirándose mutuamente, sin pestañear. La niña parecía atemorizada, pero por algún motivo, no la lanzaba lejos de sí. Susurraba cosas, mirándose a los ojos.
Dos horas después, conseguimos acostarlos. Habíamos jugado a las películas, al pañuelo, la maleta de sombreros…La única que se negó a participar fue Alicia. Parecía realmente afectada. Ahora creo que Alicia sabía algo. Quizás vio algo que nosotros no. La cuestión es que cuando llegó la hora de dormir, comenzó a llorar diciendo que no quería dormir con la muñeca de Aura. Le daba miedo. Y era un temor contagioso, todos comenzaron a berrear también. La niña apretaba la mano de la muñeca con fuerza, dijo que era de su madre. Lourdes no sabía qué hacer, pero se la quitó y le prometió cuidar de ella, diciendo que se la devolvería al día siguiente. Esa fue su perdición.
Paco y Andoni hicieron la primera guardia. Los monitores compartíamos tienda y me desperté porque mi saco estaba húmedo. Me levanté de un salto e intenté salir al exterior, pero se me enrollaba el saco en las piernas y caí fuera, alarmando a Paco y Andoni. Esta vez fueron ellos lo que gritaron. Sangre. Mi saco también estaba empapado. Andoni enfocó al interior de la tienda, donde un somnoliento Juan se despertaba sobresaltado. Los tres contuvimos la respiración al ver las manchas que salpicaban la tela y que formaban un gran charco en mitad, donde debía estar durmiendo Lourdes. Paco preguntó dónde estaba Lourdes, Juan salió de la tienda en calzoncillos y Andoni gritó tratando de mantener la calma. Creo que farfullé algo de llamar a la policía, y Andoni sacó enseguida el teléfono, pero estaba sin batería. Ninguno teníamos. Cinco móviles y ninguno funcionaba.
Andoni fue el primero que pensó en los niños. Dijo que los reuniéramos, que él mientras iba a tratar de llamar desde el colegio. Salió escopetado.
Juan me tendió su toalla usada para limpiarme y fuimos de tienda en tienda, llamando a los niños, intentando que no se notara el pánico creciente en nuestras voces. ¿Y sabe qué es lo que encontramos?
Sí, exacto. Nada. No había ningún niño. No estaban por ninguna parte.
Como docente, alguna vez he sentido el terror de perder a uno. Entre usted y yo, he tenido pesadillas sobre ese tema. Yo estaba viviendo mi pesadilla. Acabábamos de perder a diecinueve niños de golpe.
Paco estaba perdiendo la calma, se le notaba. Gritó los nombres de los niños, corrió de un lado a otro buscándolos hasta por debajo de los sacos de dormir. No pueden andar muy lejos, dije yo en alto, porque ¿quién podría secuestrarlos sin que los hubiéramos escuchado? Los tres decidimos ir por Andoni, así que le seguimos al interior del colegio. Me temblaron las manos cuando empujé la puerta entreabierta. El interior, tan conocido, se sintió terrorífico iluminado solo con la luz de nuestros móviles.
Los dibujos de los niños ya no parecían dulces, sino siniestros. El eco de un colegio vacío es realmente aterrador, por si no lo sabías. El eco significa que falta algo, algo vital. Nos acercamos al despacho del director en la primera planta y comenzamos a escuchar un murmullo, como de estática. Paco, frente a la puerta del director, susurró el nombre de Andoni. Nadie respondió. Pero se escuchaba perfectamente el tutututututu de un teléfono descolgado, así que empujamos la puerta y yo chillé.
Necesito parar, por favor. No quiero rememorar de nuevo lo que vi. Estoy segura de que tienes las fotos, así que por favor, no me obligues de nuevo a ello. Yo… Andoni y yo salimos una temporada. No funcionó, pero …
Juan corrió al teléfono descolgado y marcó el 112. ¿Qué cree que hacía yo mientras él hablaba con la centralita? Lloraba. Y gritaba, creo. Paco se acercó a lo que quedaba de Andoni, y susurró un padre nuestro.
La estática volvió, esta vez más alta. Era el equipo de megafonía, una antigualla que usamos solo para los simulacros de emergencia. Comenzó a sonar una canción con voces infantiles, la misma que las niñas habían jugado con las palmas, la de Don Federico y su mujer, en bucle. El teléfono dejó de funcionar entonces y Juan lo colgó con frustración.
Paco pegó un alarido, señalando el exterior del cuarto, en dirección al pasillo. Allí estaba Aura, de la mano de la muñeca. Parecía que estaba siendo arrastrada por ella, porque la niña forcejeaba y gritaba asustada. La muñeca flotaba y su sonrisa me puso los pelos de punta. La música seguía sonando.
Juan corrió tras ella, y todos los seguimos. Había que salvarla, ¿entiende? Aunque sólo queríamos salir de allí, asustados hasta la médula, no podíamos dejarla en manos de esa muñeca diabólica. Los perseguimos por los pasillos, escuchando sus gritos pidiendo ayuda. La llevaba a la cocina.
Vimos cómo Aura era lanzada contra el mostrador por una fuerza desconocida. La muñeca flotaba en mitad de la cocina, y yo grité con fuerza. Habíamos encontrado a los niños…Perdona. Sí, un poco de agua. Gracias.
Estábamos en una situación límite. La visión de los cuerpos amontonados rompió nuestra cordura. Juan se lanzó a por la muñeca con las manos desnudas. Pero en ese momento se desató el infierno, la voz del megáfono era ensordecedor, los cuchillos volaban por todas partes y el fuego de los fogones prendió de pronto. La niña gritaba para, para, para. Juan fue acuchillado varias veces, pero no soltó al ente. Paco pareció entender lo que quería hacer, porque corrió hacia el horno y lo abrió. Los chicos comenzaron a empujar con todas sus fuerzas a la muñeca para meterla dentro, y lo conseguimos a duras penas. Giré el termostato al máximo y lenguas de fuego comenzaron a lamer la muñeca de trapo, que golpeaba con fuerza el cristal. La canción se detuvo, los cuchillos cayeron al suelo y solo se oyó un hisssssssss interminable cuando la muñeca se consumió entre las llamas. Se hizo el silencio, solo roto por nuestros jadeos.
Y entonces Aura, con su vocecita infantil, dijo gracias. Y yo…me derrumbé.
No, no fue locura transitoria. No me estás escuchando. Crees que sí, pero no lo has hecho, igual que sé que no te has creído realmente mi historia. Ni si quiera yo puedo creérmela aún. Pero te puedo asegurar esto, todo lo que hicimos…fue para evitar que esa cosa escapara. Todos creímos que, acabando con la muñeca, la pesadilla terminaría. Lo dimos todo, incluida nuestra humanidad, pero cuando al fin la muñeca ardió, cuando la niña dijo, gracias, comprendí que no había servido para nada. Porque la niña no lo dijo aliviada. No, yo la miré a los ojos y lo que vi, no fue a una niña asustada. Fue a un monstruo.
¿Qué cómo lo sé? Se ve que aún no lo has pillado. A Juan también le costó, y eso fue su perdición. La muñeca diabólica no era tal. Era un amuleto. Era Pepito Grillo. Era un ente tratando de contener al verdadero diablo. Cuando Lourdes dijo que le devolvería la muñeca, acabó con ella. Cuando ocurrió el incidente de la comida, era la muñeca diciéndonos que huyéramos.
Y ahora está ahí. Evitaron que pudiera acabar con la niña, con el mismo cuchillo con el que destripó a Juan, mientras él trataba de contenerla. Ella lloraba engañándoos a todos con su lengua viperina, graznando que quería marchar con su mamá. Pero su madre también está muerta, ¿verdad? Después de todo, la muñeca se la había dado ella, ¿no? ¿Y qué pasó con su padre? Suicidio ¿eh?
¡¿Es que no lo veis?! ¡Tienes que matarla! ¡Hay que quemarla cubierta de sal! ¡Hacerme caso! ¡Nos matará a todos! ¡Nos m….!
06.04.2024. Testimonio de Susana Dávila Jiménez. 18:59 horas. Sistema CCTV OFF. Transcripción forense. Minuto 6:66.
Isabel Campillo dice:
Genial este relato… la imagen final me ha puesto al piel de galllina…
Gemma N. Escarp dice:
La verdad es que la niña esa no tiene desperdicio… ¡Gracias Isabel!