“El verdadero punk es ser apasionadamente uno mismo”
Imagen extraída en Redes.
Esta es una de las pintadas responsables de que hoy esté escribiendo este artículo y, además, desde una perspectiva personal.
¿Por qué digo esto? Porque he sido muchas cosas en mi vida, pero ante todo, curiosa. Supongo que, en mi afán por encontrar la tan anhelada identidad y descifrar cuál era mi lugar entre los terrícolas, me he metido en mares revueltos, unos más navegables que otros. A continuación, lo que os contaré es una de esas anécdotas.
Prometo volver a ser seria en los próximos artículos. Empecemos.
El detonante:
Siempre me ha aburrido lo “normal”, lo “correcto”, lo “estipulado”. He intentado hacer hueco a esa nota discordante que emitía solitaria y que producía un zumbido atronador dentro de una banda sonora perfectamente orquestada. Además, me sobraba energía por todos los poros y tenía que encauzarla de alguna forma. Sin embargo, como la mayoría, acabé bajo la rueda que aplasta cualquier atisbo de autenticidad, segada por el filo implacable de la responsabilidad adulta.
De lo expuesto, puede deducirse que tuve épocas rebeldes. En una de ellas fui ligeramente “punk”. Insisto en el adverbio: no de manera absoluta, sino ligera. Lo que suele moverme es el saber, no el ser; por eso soy volátil con las ideas instauradas y nunca aterrizo en ningún lugar concreto durante demasiado tiempo.
Siempre quise averiguar qué se sentía al ver la vida desde otro prisma, con diferentes perspectivas y desde puntos de vista distintos a los que me ofrecían: ¿en qué creen o qué valoran las personas más transgresoras, las menos aceptadas, los otros, los marginados? Hasta que no creía tener lo que necesitaba saber y descubría sus valores, no paraba.
Por desgracia, muchos de estos valores, si rascabas la superficie, estaban marcados por el sufrimiento y la incomprensión. Pero, aun así, persistían en su camino con una determinación y fiereza que me dejaban pasmada.
El detonante del momento que quiero explicar fue el siguiente: pensé que, tal vez, entre los punks —a quienes les daba igual lo que pensasen de ellos y vivían a su manera— encontraría la respuesta al sentido de la existencia.
—Quizá este afán de búsqueda insaciable me convirtió en lo que soy ahora: una alocada escritora de fantasía y no una formal y cultivada, como se espera que sea. Pero esa es otra historia demasiado larga de contar, así que sigamos con lo que nos ha traído hasta aquí—.
Sacando a colación el mensaje que lleva implícito el personaje de Tom Bombadil sobre el Anillo Único en “El señor de los Anillos”: “El verdadero poder es no desearlo en absoluto”, mi manera de discurrir adoptó una idea similar: “A los que les importa todo un bledo, deben tener la clave de lo que somos.” Lo concebí al estilo de los filósofos griegos, como el cínico Diógenes —sí, el del síndrome— y los estoicos, quienes valoraban la vida simple y el desapego como caminos hacia la virtud y la sabiduría.
Ya veis en qué ocupaba mi mente a los 18. Más adelante comprendí que ni un estilo de ropa, ni una ideología, ni un espacio en la sociedad te definen. Pero esta lección, como digo, la aprendí después.
El encuentro:
Y ¡oh, sorpresa! Durante esta “experimentación”, se cruzó en mi camino un auténtico punk. Una de esas raras avis que lo llevan en la sangre, como parte indivisible de su esencia, con su cresta de colores, sus pantalones ajustados y sus piercings. Por supuesto, aquel extraño muchacho despertó en mí una flagrante necesidad. Averiguar su visión del mundo me atrapó cual telaraña, y mi curiosidad didáctica hacia él marcó toda esa corta etapa rebelde.
Siempre he disfrutado analizando situaciones y observando el comportamiento humano: sus dinámicas, costumbres, etc. Digamos que es una deformación profesional; no se puede escribir una historia con fundamento sin ser observador.
Lo que me voló la cabeza en mi adolescencia fue descubrir que esta “peor” persona, según el normamundo —el marginal, el violento… un radical, vamos— era, en realidad, alguien con las ideas claras. Amable, cercano e íntegro; destilaba autenticidad.
Sin embargo, un día le perdí la pista. —Básicamente, unos señorones bigotudos que nada entendían del sentido de la vida ni de mis motivaciones me arrastraron fuera de su mundo y me “rescataron” de mi escandalosa existencia, rodeada de infames sujetos anarquistas, por orden y mandato de mis padres—.
En definitiva, volví a la monótona realidad… y así, tal cual lo sentí: retornar a un grisáceo mono-tono. (Nota: el uso de “mono” se aplica en esta ocasión como sinónimo de “insípido, desvaído y simiesco”, comportamiento que parece haber conquistado hasta el último rincón de nuestro planeta).
Todos los colores se habían apagado. Me aislé en mi habitación, lejos del mundanal ruido, y volví a garrapatear historias inventadas tumbada en el suelo. Los escritos me apartaban del absurdo. Esta insólita obcecación mía por crear sociedades imaginarias era mi forma de demostrar rebeldía frente al sinsentido que me rodeaba, ya que, en lugar de esgrimir una espada como mis héroes y heroínas soñados, blandía lápices de colores y bolígrafos.
Siempre he creído que la vida es algo más que lo que vivimos. No puede quedar todo en una densa nada. Mirar hacia atrás y ver que… bueno, pues eso: la permanencia de un vacío existencial.
Por este motivo, siempre he insistido en encontrar la chispa en lo insólito.
Así que esta fue mi breve indagación dentro de este infame movimiento: hallar a una de las más bellas personas en medio de la oscuridad más repudiada. En definitiva, un punk que me demostró que la esperanza existe. (Que conste el uso del tono cínico que hago, ya que en absoluto pienso que los punks sean unos marginados. Es una forma de vida que escogen y de la que suelen sentirse muy orgullosos).
Si tenéis la oportunidad, informaos sobre la serie británica Els joves, conocida en España como Los jóvenes (The Young Ones). Siempre me retrotrae a aquellos años en los que se gozaba de una mayor libertad de expresión.
Nunca me he reído tanto en la vida. Hasta en mi gusto por ver series soy rara. Ni amarrada a una silla hubiese visto la aclamada Sensación de vivir. Aunque, ojo, no tengo nada en contra de ella; si triunfó, por algo sería. No os convirtáis en “odiadores” simplistas del todo o nada a causa de mis preferencias. Que para gustos, colores.
Por supuesto, tras cerrar mi breve etapa punk, seguí disfrutando de canciones estridentes y manifestaciones radicales de mi ser. No obstante, también terminaron desvaneciéndose en aras de la normativa social y la edad.
¿Por qué explico todo esto? Por el hopepunk: un término que ha logrado que volviera a recordar al chico con malas pintas que tenía unos valores de oro. De hecho ninguno de los otros subgéneros terminados en “-punk” —cyberpunk, steampunk, solarpunk, dieselpunk, etc.— lo consiguió. Solo el “hope” es el único que he visto que aporta cierto sentido de la justicia y resiliencia a la humanidad en medio de un mundo caótico. Al igual que hizo mi amigo con mi empanada mental.
“O te unes al caos con un punto de humor pintoresco y aprendes a moverte, o te hundes en la amargura y miseria que provocan otros.” Tal cual.
Así que, después de toda esta larga introducción para poneros en contexto, llegamos al tema que nos concierne y por el que estamos aquí.
¿Qué es exactamente el hopepunk?
“El hopepunk dice que la bondad y la dulzura no son un sinónimo de debilidad, y que en este mundo de un cinismo y nihilismo brutal, ser bueno es un acto político. Un acto de rebelión.” (Alexandra Rowland)
Es un término que tiene ya unos años. Fue acuñado en el 2017 por la escritora Alexandra Rowland, quien publicó en su Tumblr: “Lo opuesto al grimdark es el hopepunk. Pásalo”. Más tarde, desarrolló esta idea en su ensayo titulado Un átomo de justicia, una molécula de misericordia y el imperio de los cuchillos desenvainados.
Sin embargo, me enteré de su existencia hace apenas un par de semanas y ahora veo el concepto por todas partes. Estoy viviendo literal, el fenómeno de Baader-Meinhof*: esa sensación de notar algo con más frecuencia justo después de descubrirlo. Supongo que el universo me está intentando decir algo…
—Sí, también tuve mi época “powerflower”. Al fin y al cabo, nuestra forma de ser es el resultado de una combinación de aprendizajes, junto al deseo de experimentarlos e integrarlos en nuestra conciencia y hábitos—.
¿Qué fue lo que originó este movimiento?
En 2019, el diccionario Collins, lo definió como “un movimiento literario y artístico que ensalza la búsqueda de objetivos positivos frente a la adversidad”.
Surgió como una respuesta directa al grimdark, un estilo que abusa de la violencia, adora los paisajes devastados y se centra en personajes dominados por intereses egoístas y retorcidos. Una forma muy cuestionable de percibir el entorno, la verdad.
Aunque, técnicamente, el término opuesto es el noblebright**. Este adopta un enfoque diferente al del hopepunk, centrándose en rescatar a los antiguos héroes tradicionales. Mientras el segundo se basa en la lucha cotidiana y la resistencia frente a los desafíos de personas comunes, el primero apuesta por la grandeza y la virtud en escenarios más predecibles, con actos heroicos reservados para unos pocos elegidos.
Desgranemos sus principales características:
1. Esperanza como acto de rebeldía: La esperanza no es vista como algo ingenuo, sino como un acto consciente y revolucionario frente a la opresión y el caos.
2. Personajes complejos y optimistas: Aunque enfrentan dificultades, los personajes son resilientes, colaborativos y buscan construir un mundo mejor. Piensa en los héroes espontáneos que emergen tras sufrir una catástrofe. esos en los que nunca te habrías fijado.
3. Ética y compasión: Las historias tienden a explorar temas como la empatía, el amor y la conexión humana, resaltando que estas cualidades pueden cambiar el curso de los acontecimientos.
4. Resistencia cotidiana: No se trata de grandes gestas heroicas, sino de pequeños actos que, sumados, generan un impacto significativo.
5. Mundos imperfectos pero reformables: Los escenarios pueden ser distópicos o problemáticos, pero siempre existe una luz al final del túnel, una posibilidad de cambio y mejora.
En esencia, el hopepunk trata de resistir, creer en un cambio y luchar por un mundo mejor, aunque este no lo sea. Como dice su creadora:
“Hopepunk es la antítesis de ‘todo está perdido’. Es la idea de que no, el mundo vale la pena y puedes hacer algo al respecto.” (Alexandra Rowland)
Evolución del término:
2017-2018: Tras su publicación inicial, este concepto empezó a ganar tracción en las comunidades de escritores y lectores, sobre todo en redes sociales. Se adoptó como una respuesta positiva y contracultural frente a la prevalencia de lo oscuro y cínico en las tramas fantásticas, como el grimdark.
2019 en adelante: El hopepunk se consolidó como una etiqueta reconocida dentro de la ficción especulativa y más allá, utilizándose también para describir movimientos artísticos, ideológicos y narrativos en series, videojuegos y cine. Un ejemplo de ello es la serie de televisión estadounidense The Good Place, que, aunque se estrenó en 2016, en retrospectiva encaja perfectamente dentro de este concepto. Personalmente, la vi de un tirón.
Impacto:
Desde su creación, el hopepunk ha buscado contar historias que inspiren a los lectores y fomenten el cambio. En un mundo cada vez más complejo, refuerza la idea de que la bondad no es un acto pasivo, sino una forma activa de resistencia y transformación.
Este subgénero ha cobrado especial relevancia en tiempos difíciles, marcados por crisis globales como la pandemia, el cambio climático o el aumento de tensiones sociales. En estos contextos, el público busca historias que celebren la resiliencia y ofrezcan una visión más esperanzadora del futuro.
Críticas al Hopepunk, (que haríamos sin ellas):
Aquí se abre un melón. Cito, resumidamente, un fragmento extraído de la Wikipedia porque sintetiza bien estas ideas y, siendo honesta, no he tenido tiempo para meditar sobre ello, así que me ahorro un poco de trabajo:
“El uso de este término ha generado controversia por varias razones.
En primer lugar, el hopepunk no se define claramente como un género literario, ya que no depende del tiempo, lugar o los personajes, sino del mensaje que transmite.
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Se vincula más con el tono de la historia que con su género. Por ejemplo, una space opera o una distopía pueden considerarse hopepunk si transmiten optimismo y afán de superación.
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Busca irradiar esperanza y resaltar la bondad humana, pero ¿puede un concepto tan amplio terminar perdiendo su identidad?

El quinto elemento (1997)
Otra crítica común es que parece un género complaciente, con argumentos débiles o un tono excesivamente ingenuo. Sin embargo, esta percepción no siempre es justa.
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Rowland defiende que el hopepunk no es limpio y resplandeciente. Es “mugriento”, porque eso es lo que pasa cuando luchas. Es duro. No es utópico.
Entonces, ¿en qué se diferencia del grimdark? Mientras este presenta un mundo donde reina la desesperación y la corrupción debido a la inactividad de la gente, el hopepunk resalta la lucha por la justicia y la bondad humana. (Piensa en los personajes oscuros de Juego de Tronos frente a los protagonistas resilientes de El Señor de los Anillos.) Ni siquiera tiene que ver con que el final sea feliz. De hecho, para Rowland el sentido está en la lucha. No se trata del resultado, porque no existe el final.
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Este aspecto también se ha criticado, pues esta es la realidad de muchas personas de clase trabajadora, sobre todo aquellas que son oprimidas por cuestiones de raza o género, esa lucha eterna no sería revolucionaria, sino su realidad cotidiana. Para ellas, podría percibirse más como un atractivo para personas privilegiadas.
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Voces como la de Layla Martínez (Carcoma, 2021), alertan que cuando se repite en la ficción un solo enfoque opresor y derrotista, este lleva a que pensemos que nuestra realidad también debe ser así, y que por lo tanto, no vale de nada intentar cambiarla.
En tercer lugar, surge una cuestión importante: el término hopepunk abarca una gran variedad de obras, tanto actuales como pasadas, muchas de ellas muy diferentes entre sí. ¿Es posible agrupar bajo la misma etiqueta a historias tan dispares como El cuento de la criada, Mundodisco, Brooklyn 99 o Star Trek?
Por último, el uso del término punk ha generado polémica. Al unirse a otros subgéneros con esta terminación, como el cyberpunk o el steampunk, algunos consideran que la etiqueta pierde claridad y fuerza. ¿Qué tiene de ‘punk’ algo que busca irradiar esperanza y compasión?”
Conclusión
Así que, volviendo a mi punto de vista, intentar encasillar obras anteriores dentro de términos más específicos puede llevar a que historias originalmente clasificadas como fantasía épica o distopía terminen pareciendo similares debido a su enfoque. Aunque esta categorización ayuda a identificar mensajes compartidos, también puede diluir las diferencias esenciales que las hacen únicas.
Creo que es útil analizar las obras para comprender qué llevó al autor a escribirlas, ya sea de forma consciente o inconsciente, como resultado de su entorno o de las circunstancias en las que vivía. Conocer sus raíces es fundamental para entenderlas.
¿Cuál sería, entonces, el punto que determina la genialidad de la obra que estamos leyendo? ¿Es su mensaje final lo verdaderamente importante o su constructo conceptual?
Intuyo que la respuesta debería ser más sencilla.
Nos enfrascamos en definiciones y giros, olvidando que lo esencial es disfrutar de lo que leemos, sin importar el género, subgénero o subtipo. Aprender de lo que inspiran las palabras contenidas en cada obra debería ser lo más determinante, dejando al margen las intenciones con las que se escribió. Los mensajes deberían integrarse como un todo que no merece ser dividido: lugar, época, conflicto, sentimientos… El conjunto es lo que ofrece el tono de una historia, y ya sea ambientada en la Segunda Guerra Mundial o en la Estrella de la Muerte, su objetivo es despertar conciencias.
Podemos trasladar esta idea al concepto de “ser humano”. Nos hemos dividido y especificado tanto que empezamos a percibirnos como diferentes cuando la realidad es mucho más simple que eso. Es cierto que buscar explicaciones nos ha dado respuestas, por supuesto, pero también nos ha convertido en seres más intolerantes.
En definitiva, esta búsqueda es lo que inició mis primeros periplos, hasta que me percaté de que la realidad es mucho más palpable de lo que aparenta, como decía el filósofo Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia; si no la salvo a ella, no me salvo yo” de su ensayo Meditaciones del Quijote (1914).
Así que, tras lo aprendido, entendí que no soy distinta de otros que intentan sobrevivir bajo sus propias circunstancias. Esto no nos hace mejores ni peores, sino diversos. Pero sí nos convierte en responsables de lo que hacemos. Si no somos capaces de comprender este mundo como un conjunto que debemos proteger, nunca seremos capaces de salvarnos a nosotros mismos. ¿No es esta, acaso, la esencia última del hopepunk? ¿Luchar por lo que realmente importa y brindar ayuda frente a la adversidad?
Por eso, me quedo con lo que significaba ser punk en sus inicios: un revolucionario que rompía simbólicamente con lo instaurado para encontrar su auténtico yo —teniendo en cuenta que siempre habrá descarriados que se lo tomen al pie de la letra y provoquen desastres—. Atreverse a desafiar lo aprendido sin miedo al qué dirán, con el propósito de construir un mundo mejor en el futuro. En definitiva, despojarse de los uniformes grises impuestos para vestirse con los colores elegidos, pero sin perder el rumbo de lo que significa ser humano y compañero.
¿Y tú qué piensas al respecto? ¿Deberíamos simplificar nuestras múltiples definiciones para conectar mejor con lo que compartimos y nos une?
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*Fenómeno Baader-Meinhof: Este nombre proviene de un caso anecdótico en el que alguien escuchó por primera vez sobre el grupo alemán Baader-Meinhof (en alemán: Rote Armee Fraktion; RAF) y luego comenzó a notar referencias al grupo en todas partes. Aunque en realidad esas referencias ya existían, el cerebro simplemente no las había registrado antes.
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**Noblebright: Subgénero de la ficción especulativa, especialmente popular en fantasía, que se caracteriza por ser un término relativamente nuevo, acuñado por primera vez en 2014 por el autor C. J. Brightley. Es un enfoque de la fantasía que enfatiza la esperanza, la virtud y el triunfo del bien sobre el mal a la antigua usanza. Las historias son generalmente edificantes, con héroes que están motivados por el deseo de hacer del mundo un lugar mejor. Honor y fuerza. Es, en muchos aspectos, lo opuesto al grimdark, que tiende a centrarse en mundos oscuros, personajes corruptos y una visión pesimista de la naturaleza humana.
Algunas obras actuales que están consideradas dentro del hopepunk:



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