Identidad en la fantasía épica

22 enero, 2025 por David Oritz

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Diez años, algo de alergia, la cadena de la bici atascada y mi mejor amigo en casa con un brazo roto. Ese era el panorama que tenía a mediados del tercer trimestre en quinto de primaria, cuando decidí abrir el último libro de las lecturas obligatorias de clase de lengua. Todos los años comprábamos un estuche con tres novelas adaptadas a nuestra edad, de las cuales teníamos que hacer sus respectivos comentarios de texto, y mi recuerdo más habitual es que eran historias duras de leer, o en el mejor de los casos poco estimulantes. Cuando abrí el último libro en aquel tostón de primavera no me esperaba ni mucho menos algo distinto. Podría haberme tenido que enfrentar a cualquier cosa.

Pero lo que me encontré no fue cualquier cosa. Fue “El Valle de los Lobos”, de Laura Gallego García, y las reglas del juego cambiaron para mí.

Seguramente no vaya muy desencaminado si especulo sobre las motivaciones que dotaron a cada uno de los componentes del fenómeno fan de la fantasía épica se parecen bastante a las mías. A lo largo de los últimos años varios autores (que citaré al final del artículo por si os interesa entrar en estas propuestas teóricas) han destacado que la búsqueda de una vía de escape a la vida real es la principal razón para la aproximación al género, seguida de la identificación intelectual con los personajes, la temática o el estímulo a la imaginación.

En mi caso aquella lectura abrió una puerta a otro tipo de introspección que no casaba con lo que yo concebía sobre mí mismo y mi forma de pasar el tiempo, aunque entonces no lo sabía. Llegó la adolescencia, y con ella momentos duros en casa que me alejaron mucho de la vida social que había experimentado en mi infancia, y aquella novela de Laura Gallego García fue la primera de muchas otras puertas que me alejaron de pasajes muy oscuros.

¿Ha sido ese, o sus homólogos en décadas anteriores, el refugio de los fans de la generación X y los últimos baby boomers? ¿Fueron Gary Gygax, Margaret Weis, Tracy Hickman, Ursula K. Le Guin o George Lucas (sin contar con revisitaciones de autores más clásicos en el género) esa especie de demiurgos de universos que aportaban algo distinto a la soledad, la marginación y el dolor a cantidades ingentes de inadaptados?

Y en caso afirmativo, ¿qué pasa cuando encajar en la sociedad en la que vivimos ya no depende de las mismas cuestiones que entonces?

Nos encontramos en un momento en el que la expresión de identidades divergentes de lo hegemónico en la sociedad destapa numerosas brechas. Problemas que antes también existían pero se esquivaban o se reprimían con mayor virulencia, y que no pueden pasar desapercibidos al ámbito de la creación de historias. ¿Y si vamos más allá de lo puramente subjetivo? ¿Se habrían aplicado otros códigos narrativos a la fantasía épica sin la desindustrialización de los países occidentales, sin la globalización y sin la creciente desigualdad y destrucción medioambiental? ¿Se habrían reinterpretado de forma distinta los elementos tomados de la obra de Tolkien, solo por poner el ejemplo de un autor importante, para construir las bases del género tal y como lo conocemos?

Te recomiendo que no sigas adelante si para ti hay figuras que deben permanecer inalteradas, si quieres un género fantástico ceñido a la comodidad de un niño con la bici rota y sin nadie con quien jugar, porque mi intención con este artículo es abrir un debate que no está nada explorado, enfrentarnos juntos a un melón por abrir, a la velada más épica (literalmente): Fantasía contra realidad, la identidad del género en disputa.

Arquetipos y Mazmorras

Casi desde sus orígenes, la fantasía épica se ha movido por arquetipos. Cada personaje era una entelequia en sí mismo.

Pero las idealizaciones pueden entrañar peligros.

Es posible que Robert E. Howard ya fuera para su momento una persona con un carácter reaccionario (así lo atestiguan además algunas de sus cartas con H. P. Lovecraft). En pleno auge del capitalismo industrial estadounidense, un hombre adaptado a su entorno sureño, asfixiado por sus propias relaciones personales, se veía a sí mismo como un outsider que no entendía el rumbo del mundo. Fruto de ello nace su personaje estrella, como una válvula de escape. Un marginado de una tierra lejana, que confía en los medios que tiene a su mano (su fuerza, su habilidad y su coraje) para enfrentar amenazas incomprensibles para la naturaleza humana, triunfar sobre ellas y reinar.

La adaptación de John Milius en 1982, con Arnold Schwarzenegger interpretando a Conan, populariza un icono que no solo lleva a la cultura popular la Espada y Brujería, también propone a una generación de adolescentes una escapatoria a su realidad. El bullying como fenómeno de estudio es una preocupación muy reciente en el imaginario colectivo, pero ha existido desde mucho antes de su entrada en nuestras conciencias. La hegemonía cultural occidental conlleva un fortalecimiento de ese tipo de arquetipos. La figura del triunfador, del que sabe aprovechar sus oportunidades porque no es distinto, es especial.

Imagen de Philip Gibson. Fantasía. Espada y brujería.

Imagen de Philip Gibson

El boom del género de los años ochenta dejó sin representación a todo lo que no encajaba en los cánones mayoritarios. La expresión de dinámicas de poder mediante la violencia, el diseño narrativo de la épica de batallas, la estratificación de personajes y la forma de concebir el aspecto visual de los mismos (comparsas femeninas hipersexualizadas y constantes asociaciones a la masculinidad dominante) dejaron fuera de la ecuación a muchas personas que tal vez necesitaban una válvula de escape tanto o más que nadie.

En respuesta a esta necesidad creada dentro de la fantasía épica, surgen nuevas narrativas y nuevos arquetipos, a la vez que muchos de los ya existentes se empiezan a trastocar. Análisis del género como los de D. H. Smith o Julie McKenna señalan, por mostrar un ejemplo, que las autoras que incursionan en este género literario tienden más que los hombres a subvertir sus cánones y a imaginar escenarios más innovadores, lo cual nos habla alto y claro del problema que ha adolecido la literatura fantástica a la hora de representar a las mujeres.

Si tienes una zona de confort que funciona, no tienes tanta necesidad de innovar.

Pero esto no es algo exclusivo de este periodo que acabamos de mencionar. Durante las últimas décadas han surgido cada vez más críticas a la obra de Tolkien por el establecimiento de fenotipos muy marcados, del mismo modo que los debates (en cierto modo relativistas) sobre la figura de Lovecraft han cobrado cada vez más fuerza.

Gavilán (Sparrowhawk) de Terramar / Anna Christenson de Concept Art and Illustration

Pero ni mucho menos todo era un mar de testosterona y espadas poco prácticas. Dentro de esa realidad, Ursula K. Le Guin abre con el Ciclo de Terramar una puerta muy poco común hasta entonces. Mientras la Espada y Brujería relegaba la magia a un papel oscuro y difuso, la brillante autora californiana desarrolló un sistema de lo que Brandon Sanderson catalogaría como “magia dura”. La racionalización y el establecimiento de códigos supuso que su obra ya no estaba basada en los mismos criterios a la hora de ofrecer personajes fuertes y bien desarrollados. No necesitaba una figura de poder mediante la fuerza bruta para representar a un héroe, porque tenía su propio sistema. Con esos mimbres crea a Gavilán, lo pone en su tablero y crea un arco que lo dota de una profundidad y una textura muy poco usuales hasta entonces.

Todo lo contrario hizo en 1996 George R. R. Martin cuando desarrolló su archiconocido Poniente y enhebró una de las mejores historias del género hasta el momento con Juego de Tronos. El poder ya no es algo que expresen los personajes, sino un elemento más, un trasunto de la magia. Sí, Eddard Stark es el clásico héroe fantástico, una versión beatífica de Sturm Brightblade, pero la diversidad de personajes como Tyrion Lannister, Catelyn Tully, Arya Stark o Daenerys Targaryen crea un auténtico crisol, que en el resto de entregas de su saga inacabada de Canción de Hielo y Fuego no hace más que crecer. La variedad de formas de demostrar características inspiradoras a través de distintos perfiles es algo muy meritorio, lo cual es muy evidente en dos casos en apariencia opuestos, como las hermanas Arya y Sansa, con actitudes, capacidades y rasgos muy distintos, pero ambas personajes fuertes, carismáticos y poderosos en su desarrollo.

Cuando iba al instituto, una de las principales motivaciones que tuve para empezar a escribir fue contar las historias que yo pensaba que no existían. Cómo consideraba que sería el mundo en el que sucederían, qué reglas tendría que aplicar y quiénes tendrían que ponerse en el tablero.

Powder y Jinx de Arcane

En mi caso fue todo un desastre, pero puede que esa misma motivación por encontrar una mayor representación haya impulsado el trabajo de otras autoras y autores. Tal vez incluso a realidades ya consolidadas en el género como Tomi Adeyemi o N. K. Jemisin. A lo mejor la existencia de personajes como Vin y Sazed (Nacidos de la Bruma), Essun, Sienita y Damaya (La Tierra Fragmentada) o, más recientemente y virando hacia el medio audiovisual, Powder/Jinx, Vi y Caitlyn (Arcane), no fuera posible sin todo ese camino recorrido por muchas voces talentosas, clamando para sobreponerse a las dinámicas de discriminación fuera y dentro de esta esfera, para representar lo que antes no tenía la menor oportunidad de ser representado.

 

 

Fantasía y Cataclismo

Existe una serie de códigos que se han mantenido inalterables durante mucho tiempo. Es más, romper con esos rasgos es algo que podríamos catalogar como excepcional, pues la mayoría de autoras y autores sigue manteniendo su apego a los aspectos tradicionales del género.

No obstante, en esos mismos códigos ya encontramos preocupaciones vigentes hace décadas. La exposición de la naturaleza en la obra de Tolkien o de C. S. Lewis, como un entorno herido en el que las agresiones sufridas conllevan consecuencias inmediatas, ya refleja una serie de cuestionamientos de carácter medioambiental. Sin pretenderlo, las siguientes generaciones literarias hicieron suyos esos términos y los integraron en su worldbuilding: los elementos asociados al bien (elfos y demás seres feéricos, eruditos y criaturas más primarias) están ligados a la naturaleza, mientras que el fuego, el humo, el metal y la oscuridad son características más vinculadas al mal. La lucha de un monolítico poder destructivo contra la esperanza, la pureza y el equilibrio.

Con el paso de las generaciones, esto también ha cambiado.

Vin de “Nacidos de la Bruma” (Brandon Sanderson)

Dentro de la vasta y ramificada bibliografía de Brandon Sanderson, la novela que da arranque a la saga Nacidos de la Bruma, El Imperio Final, presenta un escenario revelador: un mundo de alta fantasía en el que la división que se nos presenta no está basada en fenotipos, en habilidades (aunque sin entrar en spoilers podemos conceder que algo hay al respecto) o en estamentos de carácter feudal. No. Tenemos una parte de la sociedad que posee todo cuanto existe y otra parte de la sociedad que se dedica a mantener ese todo en funcionamiento, a costa de su propia vida.

Derechos basados en clases sociales.

Capítulo a capítulo hasta llegar a la parte central del nudo, Sanderson va detallando una historia de subversión y acumulación de poder popular que incluso establece paralelismos con la Revolución Rusa de 1917 durante su desarrollo. No hablamos del poder en abstracto, de la naturaleza y de la tiranía, sino de elementos concretos en los que se sustenta la opresión de una parte de la sociedad sobre la otra.

Más notorio es aún el caso de Hijos de Sangre y Hueso. Tomi Adeyemi no solo se basa en una serie de herramientas extraídas del acervo cultural africano, sino que también dibuja en los llamados maji una variedad de características decoloniales. Utiliza un elemento como la magia para construir una identidad sobre la que defenderse de una opresión externa a su existencia previa, y plantea un objetivo de liberación, trasladando los conflictos de sus personajes hacia un escenario general.

¿Significa esto que está caduco el worldbuilding tradicional? ¿O es más bien que se utiliza de una forma distinta y eso es lo que está llamando la atención del público?

Hace apenas una década, el debate central en la mayoría de foros específicos (postura que hoy en día no nos es desconocida) ya empezaba a centrarse en una especie de crisis creativa de la fantasía épica, en la posibilidad de que las formas de representación tradicionales eran una vía muerta, pero eran pocos los debates entre personas aficionadas que se centraran en una necesidad real de que el género tuviera un anclaje más sólido en nuestra realidad.

“Problema de los tres cuerpos” (Netflix)

Citando de nuevo el trabajo de N. K. Jemisin en La Tierra Fragmentada, que inicia su saga de la Quinta Estación; o, derivando un poco más hacia la ciencia ficción, ciertos detalles que muestra Cixin Liu con El Problema de los Tres Cuerpos; se retoma de otra manera el conflicto que hemos mencionado antes en Tolkien o Lewis. Ya no hay un ente maligno que está consumiendo la naturaleza, causando efectos de forma directa en los protagonistas. Es la propia naturaleza quien, como elemento inabarcable, inmenso, está reaccionando sin ninguna consideración hacia los personajes (si bien el tratamiento en ambos casos es distinto).

Lo que viene a sugerir esta idea es que la naturaleza reemplaza a las figuras del horror cósmico que ideó Lovecraft, como algo gigante e insensible a los personajes que viven la trama.

En pocas palabras, nuestra narrativa es un reflejo de nuestra realidad, también en las historias a las que acudimos para evadirnos de ella.

Visto lo que nos muestra la fantasía épica, ¿cuál es su posición al respecto?

 

Perspectivas para un nuevo futuro.

¿Grimdark o Hopepunk?

En medio de las fuerzas inabarcables del entorno tenemos a todos los personajes que pueblan una historia, así como la relación que estos tienen con sus respectivos mundos. Si atendemos al tono, como un reflejo de la posición que las mentes creadoras de estas historias nos ofrecen, podemos encontrar dos grandes corrientes:

Grimdark: No es tanto un reverso negativo como una actitud más de survival horror ante el escenario planteado. Una perspectiva sombría, a menudo cínica, agresiva y decadente, en la que los personajes se mueven a cada momento en una matizada escala de grises. La forma en la que se representan las estructuras sociales está envuelta en un halo de corrupción, secretos y violencia.

Hopepunk: Muchas veces considerada una perspectiva más blanca, lo que nos muestra esta tendencia es una especie de luz al final del túnel. Los personajes centrales que se despliegan en el tablero navegan hacia una superación de los conflictos que se representan en la obra. Suele apoyarse en valores positivos, como la cooperación, la resiliencia y la esperanza.

Expuestas muy a grandes rasgos estas corrientes, ¿qué encaja más en nuestra realidad? Ambas son, a fin de cuentas, el reflejo de la percepción del mundo que tienen las personas que se ciñen a estos subgéneros. Son puntos de vista, con sus ventajas y sus limitaciones.

Joker y Batman

Se asocia en muchos casos el grimdark con una perspectiva más realista del género, lo cual parece más atrayente para la cultura de masas. Sí, irónicamente, que nos propongan un símil de lo injusto y ruin que es el mundo en el que vivimos nos pueden llegar a fascinar sin sacarnos del estado de suspensión de la credibilidad propio de una obra de ficción. ¿Qué hay más profundo, realista y creíble que una versión darks del Joker diciendo que vivimos en una sociedad?

Sin embargo, muchas veces podemos dejarnos llevar y sumirnos en un conformismo demasiado cómodo ante la brutalidad, consumiendo historias en las que los elementos más vistosos (violencia explícita, toxicidad como hilo conductor de la trama o un uso burdo de la sexualidad) solo sirven para enmascarar la ausencia de una trama sólida.

He aquí algo que muchos escritores necesitan tener claro: ser violento no es sinónimo de ser maduro o verosímil. Querer ocultar los elementos fantásticos de tu obra no la dota de profundidad, solo de complejos. George R.R. Martin o Joe Abercrombie no basaron sus historias en la exhibición de escenas vistosas o enrevesadas a propósito, sino que recurrieron a distintas formas de representación, completamente atípicas en el género, para buscar nuevos aspectos de sus universos imaginados.

Por otro lado, esconder los elementos más turbios y negativos de un conflicto puede ser contraproducente para la complejidad de una obra. Sigue existiendo espacio para arcos en los que los “buenos” se unen para combatir el “mal”, pero si la fuerza de la historia se encuentra solo en que sus personajes son más diversos, ¿hasta qué punto nos encontramos ante la cosmovisión de un autor encerrada en el entramado narrativo de su obra y no ante un fanfiction con mayor representación? En “Herederos del Tiempo”, Tchaikovski explora una gran variedad de temas vigentes en nuestra propia realidad, trasladándolos a una odisea espacial y poniendo el foco en un mensaje positivo, sin renunciar a una premisa sugerente y sin maniqueísmos.

Entonces, ¿qué refleja mejor la realidad? ¿La esperanza o el nihilismo?

Es posible que ambas sean dos caras de la misma moneda. Los movimientos sociales conviven en tiempo y espacio con las injusticias, estableciendo entre ambas realidades una relación dialéctica en la que sin lo segundo no existiría lo primero. Necesitamos abrir los ojos al mundo en el que vivimos con tanta urgencia como aferrarnos a motivos para colaborar por hacerlo un lugar mejor, y la literatura puede ser el elemento más potente con el que contamos para espolear nuestra mente, para inspirarnos a cambiar, aprender, despertar y mejorar.

A lo largo de este artículo hemos mencionado numerosas obras literarias en las que ambas perspectivas se entrelazan en cierto modo. Sanderson, Jemisin, R.R. Martin, Abercrombie o K. Le Guin, por rescatar algunos nombres, ofrecen arcos de desesperanza y redención, historias de lucha franca y de intrigas, mundos sometidos a las fuerzas de la naturaleza o moribundos por la acción despiadada de las élites. Y la magia está viva en ellos, no solo de forma literal dentro de sus obras, sino en todo lo que desprenden, en cada sensación que despiertan en su público.

“Una historia Interminable” (Michael Ende). Sus personajes quieren evitar el fin de Fantasía.

Lo que está claro es que no hay nadie que escape al mundo en el que vive, para bien o para mal. Hay influencers literarios que esgrimen que nos encontramos ante un momento de crisis del género fantástico, cuando es posible que nunca haya sido tan rico y variado como en este momento. ¿No es posible que sea la propia cultura de masas, con sus propias dinámicas, lo que esté sesgando estas opiniones? ¿Los árboles del romantasy y la reedición de clásicos copando las estanterías de las grandes cadenas puede estar influyendo a la hora de ocultar el inmenso bosque de hermosos relatos divergentes, de narrativas afines a otras identidades y circunstancias?

O puede que, simplemente, no sea tanto nuestro papel en la esfera del consumo como las tendencias del mercado y ciertas corrientes del fandom reaccionarias al cambio que se está produciendo en el público. A lo mejor ya no es solo el perfil de un niño con la bici rota y sin más alternativas de ocio quien se acerca al género, a lo mejor hay una audiencia que ha evolucionado con el paso del tiempo y requiere otras herramientas de representación para conectar.

Puede que, en otras palabras, necesitemos olvidarnos de ideas preconcebidas sobre si algo es woke o no lo es, y ser más conscientes.

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA:

Fernández Vázquez J. S., ‎Labra Cenitagoya A. I., ‎Laso y León, E. (2003). “Realismo social y mundos imaginarios: una convivencia para el siglo XXI”. Universidad de Alcalá.

McKenna J. E. (2017). “Gender Identity and Sexuality in Fantasy and Science Fiction”. Bloomsbury.

Reid R. A. (2008). “Women in Science Fiction and Fantasy”. Bloomsbury.

Jackson. R. (1981). “Fantasy: literatura y subversión”. Consultada 2º edición, de Catálogos Editora, Buenos Aires.

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