El Mesías del desierto

13 mayo, 2025 por Susana Torres Cabeza

“Los que pueden destruir algo son los que de verdad lo controlan”

(Frank Hurbert en DUNE)

“Vinimos de Caladan, un mundo paradisíaco para nuestra forma de vida. En Caladan no existía la necesidad de construir un paraíso físico o mental, lo teníamos a nuestro alrededor”

(Conversaciones con Muab’Dib, por la princesa Irulan. DUNE)

Son muchas las obras de ciencia ficción que comienzan con un mundo devastado por los hombres. Ya sea por guerras nucleares, virus modificados, contaminación o por agotamiento de los recursos. La mayoría de las distopías, literarias o cinematográficas, surgen de un mundo arrasado que se ha tenido que reinventar.  Los autores nos explican cómo el miedo a lo desconocido y la escasez son el origen de numerosas guerras por el control de ciertos recursos. Ya sea agua (Waterworld, Madmax), comida o, simplemente, un lugar habitable (Metro 2033).

Son muchos también los autores que, precisamente por esa conciencia de disminución de recursos, han tratado el tema del ecologismo en alguna de sus subtramas. Porque la destrucción de nuestro hábitat nos preocupa y nos asusta.

En algunas de sus obras, John Michael Crichton nos advierte de los peligros de querer manipular la naturaleza a nuestro antojo. En Parque Jurásico (1990), basta una suma de errores y sabotajes humanos para que los dinosaurios que han sido clonados y forzados a vivir en una época y lugar que no son suyos ataquen sin piedad.  En Presa (2002), un grupo de pequeños nano robots espías, creados por el hombre a partir de bacterias modificadas, toma conciencia de sí mismo como animal de mente colmena, evoluciona y se da cuenta que debe aniquilarnos para sobrevivir.

J.R.R.Tolkien, en El señor de los anillos, nos habla de los peligros de no respetar la naturaleza y destruir nuestro entorno en pos de una supuesta evolución tecnológica. Cuando Saruman se alinea con Mordor y tala parte del bosque antiguo de Isengard para la construcción de máquinas de guerra, los ents, pastores de árboles, que se habían mantenido neutrales en todas las guerras, decidirán luchar al lado de los pequeños hobbits y detener la destrucción del bosque.

Robert Jordan introduce en la Rueda del tiempo el concepto de equilibrio. Una de las causas del desmembramiento del mundo es la ambición de poder y la locura que se apodera de aquellos que abusan del acceso a la fuente, rompiendo el equilibrio de las fuerzas de la naturaleza. No será casual que el símbolo de las Aes Sedai es un disco blanco y negro con clara referencia a la filosofía oriental del YingYang.

Hay muchos elementos interesantes en la saga de Jordan que hay que tener en cuenta. Uno de ellos es El desierto. El pueblo que apoyará a Rand al’Thor en su cruzada, los Aiel, viven en el desierto. El yermo es su castigo y su orgullo, el yermo es su promesa. Porque el desierto, tierra vetada a los habitantes de las tierras húmedas, se convierte una metáfora del sacrificio para llegar a una transformación. Los héroes deben atravesarlo para adquirir conocimiento y convertirse en quien deben ser.

El desierto…

Si pensamos en el desierto y ciencia ficción, sin duda nos viene a la cabeza las doradas dunas que se pierden en el infinito, el planeta ardiente poblado por gusanos devoradores y guerreros implacables.

Sí, lo habéis adivinado. El protagonista de hoy es un planeta quemado por el sol llamado Arrakis, o como es conocido por los moradores de las arenas, DUNE.

“Mi camino se adentra en el desierto. Puedo verlo. Si nos aceptas, iremos”. Dice Paul Atreides en Dune.

 El desierto es un personaje más, es el camino, pero también es el precio que pagar, es el destino y el origen de todo.

“Dios creo Arrakis para probar a los fieles”

Se ha hablado mucho de Dune como una novela, o mejor una saga de novelas, precursora de la ficción ecológica o la eco ficción, también se la ha considerado una ciencia ficción utilizada para criticar las políticas colonialistas y la destrucción de los modos de vida indígenas que son respetuosos con su medio ambiente.

Y lo es, por supuesto que lo es.

Pero Dune es mucho más. Como una cebolla, las páginas de la saga nos van descubriendo nuevas capas con cada lectura.

Para empezar Herbert nos acerca, en Dune a una filosofía y una cosmovisión sobre el equilibrio y el respeto a la naturaleza.

“…Aprendió entonces a empalar la arena para conocer el tiempo, el lenguaje del viento que clavaba mil agujas afiladas en su piel, que la nariz podía escocer con la picazón de la arena y cómo mejorar la recolección y conservación de la humedad de su cuerpo…”

Una filosofía humanista y con cierto miedo a la tecnología: En el imperio multigaláctico los ordenadores están prohibidos. Según la biblia, escrita tras la Yihad Butleriana en la que los hombres consiguieron vencer a las máquinas que los esclavizaban, los ordenadores y robots pensantes solo sirven para someter a otros hombres:

“No construirás una máquina a semejanza de la mente de un hombre”

En una segunda capa, nos encontramos con que Dune también es una advertencia sobre los peligros del poder.

En el primer libro el protagonista, Paul Atreides, debe enfrentarse a las expectativas puestas en él. Con dolor y sorpresa irá descubriendo que podría ser el Kwisatz Haderach, el ser humano perfecto buscado por las Bene Gesserit , aquel que encontrará su ojo interior y podrá ver donde nadie ha podido. En su viaje del héroe, descubrirá también que las leyendas Fremen afirman que él es el Muad’Dib, quien los comandará y salvará a Dune.

El segundo libro, que se titula El Mesías de Dune, empieza con nuestro protagonista elevado a leyenda, casi un dios, que gobierna con mano firme. Aquí Herbert, como hizo Scott Card en La voz de los muertos, convierte a Paul en villano, transforma al salvador en dictador.

Dune, el planeta Arrakis, nos presenta una vez más un mundo árido de grandes desiertos donde la vida sobrevive a base de terribles sacrificios”.

Esta frase abre el primer capítulo de El mesías de Dune el segundo libro de las Crónicas de Dune, y con ella Herbert nos avisa de lo que el emperador va a exigir de nosotros.

Nuestro Spiderman no entiende que un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Una vez más la rotura del equilibrio tiene consecuencias y, como en La rueda del Tiempo, una de las mayores luchas a la que debe enfrentarse el protagonista es la que tiene consigo mismo.

El hombre contra el dios.

Porque uno de los temas principales de Dune es el mesianismo o la fe ciega en alguien que llegará y dirigirá al pueblo hacia la victoria. Los habitantes del desierto, los Fremen, que son capaces de cabalgar gusanos de arena y sobrevivir a las duras condiciones climáticas de Arrakis, no son capaces, sin embargo, de cambiar por sí mismos. Necesitan la llegada de alguien foráneo, que luche por ellos, un caudillo. Aunque según las profecías, y de nuevo como en la Rueda del tiempo, dicha lucha significará su salvación y a la vez su condena.

Dune se convierte así en una crítica feroz a las religiones que prometen la llegada de un mesías y destruyen las vidas por el camino.

Paul Atreides llegará con humildad al desierto de los Fremen. Tras la lógica resistencia inicial, lo aceptarán, adoptará sus costumbres, sus ritos, sus ropas y hasta formará pareja con uno de ellos. Tras la aceptación y valiéndose de sus entrenamientos y de las supersticiones extendidas por las Bene Gesserit, subirá posiciones de poder en la comunidad. Su opinión prevalecerá por encima de las de los otros. Y poco a poco sabrá ser el líder que necesitan y que esperaban.

Quien no quiera cambiar y luchar, será relegado. Porque solo él es el mesías. Ha visto todos los posibles futuros y entiende los significados.

Los Fremen dejarán de ser libres.

Hurbert hace una dura crítica a las religiones en su versión más extrema. Sobre todo, ataca el radicalismo de los gurús sectarios que manipulan a ciertos grupos para conseguir objetivos y de aquellas creencias que prometen paraísos futuros a cambio de participar en luchas.

Una frase del segundo libro dice:

Los Fremen son civilizados, educados e ignorantes. No están locos, sino entrenados para creer en lugar de para saber. Las creencias se pueden manipular. Tan solo el conocimiento es peligroso”.

No puede haber una crítica mayor a las religiones y fes ciegas.

Pero no solo de filosofía vive el hombre.

¿Y si queremos acción?

No se preocupe querido lector, que como decíamos, Dune tiene muchas capas.

La especia

Una de las tramas importantes en la saga es la lucha por el control de la especia, la Melange, substancia droga psicotrópica, producida por los gusanos de arena, que básica para el imperio ya que permite el desplazamiento por la galaxia. También es usada por las Bene Gasserit para ampliar sus poderes. La especia es una substancia casi mística que amplia horizontes y que a la vez genera dependencia por lo que se vuelve necesaria para el que la prueba, atándole a una adicción de por vida.

Así la historia de Dune se convierte también en una novela negra, en una lucha mafiosa entre familias por el control del comercio de una droga que es vital para el poder imperial y económico. Una novela con traiciones y conjuras. Y por dichas intrigas en todos los futuros que el Muad’Dib vislumbra, hay violencia y muerte.

Por ello, el lector más ávido de aventuras y acción no se aburrirá. DUNE abre una saga trepidante de asesinatos y engaños, en la que nada es lo que parece y todos tienen intereses ocultos. Tanto es así que ha sido comparada a Hamlet o la trilogía del Padrino.

Para concluir nuestra cebolla. Volvamos al tema inicial. ¿Es Paul Atreides el salvador, un cruel calculador o un loco?

Paul se convierte en un tirano por todo aquello que le pasa o siempre ha sido así y solo aprovecha la oportunidad. Son sus premoniciones inevitables o son en cambio una proyección de sus propias obsesiones. ¿Es una víctima o un Verdugo?

Paul Atreides, el Muad’Dib, conoce el futuro. Al disponer de la visión completa es capaz de ver todas las posibilidades de las líneas temporales. Puede ver lo que pasará en cada uno de los movimientos de los demás. Puede percibir además la falsedad y la mentira. Es prácticamente indestructible y omnipresente, como un dios.

¿No es esa razón suficiente para volverse loco?

En la Rueda del Tiempo nos encontramos con un personaje, Min, al que le asaltan las visiones del futuro. Dichas visiones, aunque certeras, nunca son claras y le llevarán a tomar decisiones algunas veces equivocadas. Otro de los personajes, Mat, escucha las voces de todos aquellos que han sido como él y que le advierten de peligros. Ambos personajes viven los poderes como una maldición que los lleva al borde de la cordura.

¿No es acaso el cambio ecológico de un planeta entero la obsesión de un demente?

Ya lo avisaba Herbert en el segundo libro. La vida sobrevive a base de sacrificios. Así, para conseguir el edén verde, es necesario que mueran muchos.

En su búsqueda por el paraíso que dejó atrás en Caladan, Paul se olvida que hay vida en Arrakis. Se olvida de que Dune es una zona árida y yerma, sí, pero es el hogar de muchos. Es el lugar donde viven los gusanos. Así con su obsesión de recuperar el agua y los vegetales, Paul destruye un ecosistema y la forma de vida de un pueblo. Los Fremen dejan de ser el pueblo libre y orgulloso que cabalga el desierto y se convierten en su ejército.

Que importan la vida de miles de hombres, qué importa la felicidad de cientos, que importa el equilibrio de fuerzas y la extinción de una especie.

Pero entonces, ¿es Dune una novela sobre el ecologismo y colonialismo? ¿Es el inicio de la Ecoficción o no?

Pues claro que lo es. Herbert propone por primera vez el ecologismo de un planeta como trama central de una novela.

Pero no podemos olvidar los temas que subyacen a dicha trama: El equilibrio hombre-máquina, el respeto a la naturaleza y el abuso de poder y sus consecuencias, la concepción fatalista de destino en contraposición al libre albedrio y el mesianismo.

Porque no seamos necios, Paul Atreides ha visto todos los futuros posibles y conoce una verdad que los demás no ven. Él es el Muad’Dib, él es el Kwisatz Haderach, el ser humano perfecto, el mesías.

Solo él sabe lo que le conviene al planeta.

Y Quien osa desafiar a un dios.

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