Cómo descubrí a Tolkien

4 de enero de 2024 por Gemma N. Escarp

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El 3 de enero de 1892 marcó el nacimiento de J.R.R. Tolkien, y para conmemorar su 132º aniversario, publiqué ayer una breve biografía sobre él en esta web. Esto me lleva hoy a querer aprovechar la ocasión para compartir alguna anécdota sobre tan memorable autor y seguir celebrando unas Navidades que están llegando a su fin (en España, aún nos queda una celebración: la llegada de los Reyes Magos de Oriente a los hogares, cargados de regalos y repartiendo alegría). Durante esta semana, iré publicando todo su legado literario, desde la biografía hasta sus anécdotas.

También aprovechando las fechas en las que estamos incluiré una breve referencia de sus “Cuentos de Papá Noel“.

Comienzo con la primera anécdota (aunque es mía, no suya), ya que estoy tratando de desglosar, paso a paso, cuáles fueron mis influencias y bases para decidirme a escribir fantasía en lugar de otro género. En esta anécdota revelo cómo J.R.R. Tolkien se arraigó en mi imaginario para nunca abandonarme.

Al igual que Hans Christian Andersen, sobre quien también compartí la forma en que apareció en mi vida en Nochevieja, Tolkien marcó un antes y un después en mi trayectoria literaria.

Quienes me conocen saben que mi fascinación por el género literario de la fantasía comenzó gracias a J.R.R. Tolkien. Ya estaba incursionando por mi cuenta en el mundo de la literatura sin tener ni idea de que existiera dicho género. De alguna manera, considero esta pasión como algo genuino en mí, aunque ligeramente influenciada.

Siempre he compartido con mis allegados la anécdota de cómo descubrí a Tolkien, ya que me parece entrañable y divertida.

Tenía unos once años; lo sé porque pasé un año entero intentando conseguir su libro “El Señor de los Anillos”. De hecho, fue el regalo de mi duodécimo cumpleaños. En cuanto tuve el libro en mis manos, comencé a leerlo sin demora. Me retiré furtivamente al mundo de mi habitación para sumergirme en lo que esas páginas tenían que ofrecerme. En inglés a este acto se le llama “vanish” (desaparecer). Lo menciono porque en mi imaginario se visualiza dicho movimiento, de una forma más explícita.

Aquí les comparto la imagen de este espléndido regalo, que aún conservo y que es un tesoro preciado para mí… ¡Un verdadero tesoro! (¿Escucharon? Allá en la distancia, por encima del sonido de esas aguas cavernosas y estancadas, un tipo de gemido lastimero, un… ¿gollum, gollum?)

Admito que está bastante desgastado y deteriorado; apenas me atrevo a abrir sus páginas por temor a que se suelten. Ha recorrido un largo camino conmigo, siempre acompañándome en todas mis aventuras por el mundo.

La traducción fue realizada por Luis Domenech y Matilde Horne. La sobrecubierta fue ilustrada por Tröger, y la cartografía fue hecha por Balenyà. Se trata de una edición antigua publicada por el Círculo de Lectores hace mucho tiempo, que contiene los tres libros de la saga en un solo volumen… ¡sí, como lo están escuchando! Por lo tanto, es un libro realmente grueso con hojas extremadamente finas.

 

No puedo describir con precisión la inmensa emoción que me invadió al leer las primeras páginas… especialmente al ver el título del primer libro, “La Comunidad del Anillo”, frente a mis ojos.

Contuve la respiración durante unos segundos, tratando de saborear ese momento, mientras mis ojos recorrían las letras. Si cierro los ojos, todavía puedo revivirlo vívidamente en mi mente.

La alegría que sentí fue tan intensa que mi corazón no dejó de palpitar desde que abrí la primera página hasta que lo terminé… una semana después. Iba al colegio sin haber dormido apenas.

En mi mente, solo bailaban los personajes de Tolkien y sus emocionantes aventuras: el anillo, la Comarca, ¡Tom Bombadil! Me obsesioné con ese personaje… los Nazgûl, tantas cosas sucedieron en aquel libro… y fue entonces cuando me di cuenta de que no estaba tan loca como parecía (explicaré esto más adelante).

Pero llegó el momento. Cuando se terminó… y las historias se desvanecieron sin retorno. No llevo bien el hecho de que una lectura que me ha absorbido por completo termine, dejándome huérfana de historias cautivadoras. Nada, absolutamente nada, es lo mismo después de una adicción literaria de esa índole.

Así que, al igual que hice con Andersen, entrando en una especie de “modo protesta”, me puse manos a la obra y decidí continuar por cuenta propia. Total, ya estaba dibujando mapas inventados, muchos y diversos, con sus criaturas y sus nombres de ciudades peculiares; solo faltaba darle sentido a todo eso.

Lo primero fue intentar emular la torre de la portada, que me había cautivado desde que la vi al abrir el regalo.

La pasión que sentía era tal que decidí plasmarla una especie de oda pictórica: la imponente torre Barad-dûr, el tenebroso bastión de Sauron.

Elegí la cartulina más grande que encontré, a pesar de que era un gasto considerable para mi escasa economía infantil… Era gigante, de 50×70 cm… ¿Por qué hacerlo más pequeño? ¡Yo siempre a lo grande! ¡A por todas! ¡Necesitaba transmitir al mundo la fuerza y la magnitud de lo que había experimentado leyendo las páginas de uno de los libros más únicos y maravillosos del mundo! ¿Debería haberme preocupado por el hecho de que me cautivara más la torre oscura que una princesa elfa o un enigmático bosque llamado Lothlórien? Ahora que lo pienso…

Pues aquí lo tenéis… Les presento el ‘intento de’, porque lamentablemente, me di cuenta de que no tenía destreza para dibujar… ni de lejos. Podía tener mucha imaginación, sí, pero mis habilidades para plasmarla en una pintura son prácticamente nulas, y así fue como quedó reflejada la torre de mis sueños, en mi intento de proclama pictórica al universo.

Frustrada, lo abandoné. Nunca lo terminé. Sin embargo, eso no significa que haya dejado de intentar dibujar, porque tengo determinación, voluntad y una obstinación considerable… y algunos dibujos medianamente aceptables, también.

Fue en ese momento cuando me propuse, aunque solo fuera lograr destellos de algo similar, hacer sentir lo mismo a otros.

 

Fue cuando decidí convertirme en escritora de fantasía.

 

Ahora, voy a compartir la anécdota. ¿Cómo llegué a sentir tal grado de devoción por un autor al que ni siquiera conocía? Tengo dos respuestas para eso:

  1. Lección aprendida.
  2. Encontrar mi lugar en el mundo.

1. Lección aprendida.

Como ya mencioné, no sabía nada sobre este autor hasta que una profesora de matemáticas, muy observadora y vigilante, mientras caminaba entre los pupitres, notó algunos garabatos y anotaciones que yo estaba haciendo con gran entusiasmo en una libreta, completamente ajenos a la lección que se estaba impartiendo. Estaba tan concentrada que la parte de mi cerebro que debía estar pendiente de la presencia de la profesora se despistó, dejándome sin coartada para lo que vino después.

Cuando la profesora pasó por mi lado, se detuvo y me llamó la atención.

Me di cuenta demasiado tarde, cuando ya estaba justo detrás de mí. Comencé a temblar, anticipando la inminente regañina. Siempre había escrito a escondidas, en la profundidad y soledad de mi habitación. Esta era la primera vez que quedaba expuesta frente a “otros”. Sabía que nadie me comprendía lo suficiente y no quería añadir otra etiqueta a las que ya tenía. Sin embargo, llevaba días con una gran historia en mi cabeza y, vencida por la ansiedad y el aburrimiento causado por explicaciones numéricas que no me interesaban en absoluto, decidí arriesgarme a continuar la historia en lugar de seguir con la lección.

Ella me miró, la miré y solo pronunció una frase contundente: “Nos vemos al terminar la clase”.

Me invadió el temor, anticipando un castigo inminente. Me consumí por dentro pensando en qué sería de mi vida a partir de ese momento. No había vuelta atrás. Sentí que estaba condenada de por vida.

La clase finalizó, los demás compañeros se levantaron y se marcharon. Me quedé sola y desamparada ante aquel desafío abrumador.

-Explícame, Gemma -comenzó mi profesora, muy seria- ¿Hace mucho que haces eso?

¡Por todos los cielos! ¿Qué podía responderle ahora? A pesar de haberlo pensado mucho, no encontré una explicación plausible.

-No puedo evitarlo.

Opté por la sinceridad. Ya no podía cambiar nada, aunque lo deseara.

-Entiendo -dijo ella.

Se produjo una larga pausa, al menos así lo percibí yo. Un extenso período de tiempo congelado…

-¿Conoces a Tolkien?

¿Qué? ¿Había escuchado bien? ¿Quién era ese autor? ¿Qué me estaba perdiendo? ¿Dónde estaba la voz airada que esperaba pronunciar un castigo?

-No… -confesé.

-Bueno, es un escritor que hizo algo muy parecido a lo que tú estás haciendo. Además, es muy famoso. Deberías leerlo.

Me quedé sin palabras, por primera vez en mi vida, cualquier tipo de palabra o letra desapareció de mi cabeza.

Mi profesora me explicó durante un buen rato, quién era Tolkien y lo que significaba para muchos, alentándome a no abandonar mis sueños.

-Porque los sueños tienen respuestas…

 

2. Encontrar mi lugar en el mundo.

 

Por eso fue tan significativo para mí que ese libro acabara en mis manos. Finalmente, pensé, encontraría a otra persona que pudiera dar claridad a todo lo que yo hacía, ¡y además, era admirado mundialmente! Una verdadera eminencia.

Por supuesto, no aspiraba a convertirme en una eminencia yo misma, estoy muy lejos de eso y probablemente siempre lo estaré. Sin embargo, me proporcionó un propósito, un desafío y una motivación. Ese día, en un aula de matemáticas vacía, encontré mi lugar en el mundo.

A partir de entonces, nunca más dudé de mí misma y sabía que algún día encontraría el camino para hacer realidad ese sueño.

Lo que no preví en absoluto fue lo difícil que podía llegar a ser esa realidad. Descubrí que los sueños de uno rara vez coinciden con los objetivos de otros.

A partir de ese momento, empuñé la espada para luchar como Juana de Arco y desplegué las velas para navegar “contra viento y marea”, tal como lo hizo el almirante Gaztañeta, quien acuñó la frase.

Quizás en ese instante fue cuando elegí el camino más desafiante para recorrer.

Con el tiempo, encontré personas que valoraron mi pasión por la fantasía, aquellas que compartían mi amor por los mundos imaginarios. Encontré apoyo en lugares inesperados y descubrí que el sentido de la vida no es simplemente una búsqueda externa, sino una conexión íntima con mi propio universo creativo.

El recuerdo de aquel día en el aula de matemáticas, la conversación con mi profesora y la inspiración que obtuve de las páginas de Tolkien, han seguido siendo mi motor. Aunque el sendero hacia la realización de mis sueños es exigente, la llama literaria que se prendió aquel día jamás se ha apagado.

He aprendido que la verdadera esencia no radica en cumplir las expectativas de los demás, sino en abrazar mi pasión con valentía. Y así, con cada página escrita, con cada palabra que he dedicado al trabajo de crear historias, confirmo que he encontrado mi verdadero hogar en este mundo: escribir fantasía.

 

Continuando con la celebración por el aniversario de Tolkien, ahora pasaré a enumerar una serie de anécdotas, esta vez de su vida, pero considero que merece su propio apartado. Si estás interesado y sientes curiosidad por saberlas, haz clic en el siguiente enlace:

Anécdotas y curiosidades sobre Tolkien.

 

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