Los últimos temblores que recuerdo fueron los de anoche, cuando una vez más nuestro padre se adentró en nuestra habitación para castigarnos como solía hacer; cinturón en mano comenzaba su habitual ritual, emprendiendo contra nosotros de aquella manera tan cruel y fustigándonos con ese trozo de cuero desgastado por cualquier mínima cosa que hubiésemos hecho; de tal manera que creyese que ese era el mejor método para educarnos.

Mi hermano era cinco años mayor que yo, y desde que mis padres decidieron tenerme, él siempre estuvo ahí para cuidarme. Solía quedarse ensimismado mientras se agarraba a mi cuna para verme dormir, jugar o incluso reír gracias a los gestos que él mismo me hacía poniendo caras para que yo me divirtiese. Según fui creciendo, fue él quien me enseñó a dar mis primeros pasos cuando me cogía de la mano, pero siempre ante la atenta mirada de nuestra madre. Nunca se separaba de mí, y al contrario que otros hermanos que suelen sentir celos por la nueva llegada de otro miembro a la familia, él jamás sintió ningún tipo de odio o rencor hacia mí, más bien todo lo contrario. Siempre escuchaba de su boca que me cuidaría ante cualquier cosa, que se convertiría en el mejor hermano que existiese. Y hoy, sigue siendo igual.

Yo tan solo tengo ocho años, pero sé perfectamente cual es la situación en nuestro hogar; y a pesar de las dificultades y de no haber tenido lo que se dice una infancia feliz como el resto de los niños de mi edad, he de decir que me siento bastante afortunada de tener a mi lado a mi querido hermano. Sin él, toda esta situación sería insufrible. Desde hace un par de años que todo comenzó a cambiar de la noche a la mañana; nuestro padre llegaba a casa oliendo raro, según mi hermano decía que aquello era debido al alcohol, por lo que me solía contar se iba cada noche al finalizar su jornada laboral a aquel bar de la esquina, donde por lo visto corría la voz en el barrio de que allí tan solo acudían los parásitos de esta triste ciudad. Era como si la maldad se diese cita entre esas paredes, o al menos esas eran las palabras de mi hermano, que aun teniendo trece años era bastante maduro para su edad, y era consciente del ambiente que se vivía en un bar como ese. Como bien dije anteriormente, estos dos últimos años se fueron tiñendo de oscuridad, de tinieblas, sobre todo cuando desde nuestra habitación escuchábamos los pasos de nuestro padre, pasos que se dirigían hacia nuestra puerta. Se podría decir que incluso éramos capaces de intuir y oler como esa maldad iba acrecentándose según iba acercándose a la habitación. Aunque lo peor era ese instante donde veíamos girar el pomo de la puerta para después ver su cara desencajada y llena de ira. Siempre me pregunté que le habríamos hecho para que nos azotase de aquella manera. Tan solo nos quedaba cerrar los ojos y esperar a que todo pasase.

Han pasado tres semanas, y parece que todo se ha calmado en casa, aunque a decir verdad mi madre no para de llorar, al menos siempre que la veo se encuentra en esa tesitura, como escondida para que yo no la vea, como si no fuese consciente del daño que nos ha hecho padre. Mi hermano apenas anda por casa últimamente desde aquella última noche; creo que ha decidido huir de estar entre estas cuatro paredes desde que se llevaron a padre detenido. Finalmente nuestra madre se armó de valor para llamar a la policía y acabar con todo esto. La verdad es que yo también me siento más tranquila y feliz desde que la situación en casa ha cambiado, y por fin veo que mi hermano puede disfrutar de la vida sin tener que estar a cada minuto pendiente de mí. Ayer decidí sacar nuevamente mi caja de muñecas y volver a jugar con ellas; era momento de dejar todo eso atrás, escondido entre las penumbras de ese pasado reciente, un pasado que aunque siguiese ahí necesitaba dejarlo apartado, incluso haría todo lo que estuviese en mi mano para que no formase parte de mi futuro. Necesitaba enterrarlo en el fondo de mi alma, allí donde nadie más pudiese llegar, y por segunda vez, disfrutar de esa infancia que se había quedado congelada en el tiempo, volver a sentirme como el resto de las niñas de mi edad. Además, llevábamos preparando toda la semana los disfraces, ya que esta misma noche era 31 de octubre, Halloween. Todo parecía volver a esa normalidad que tanto añoramos, pero esa misma noche algo cambió de repente, trayendo nuevamente esos fantasmas que parecía haber dejado olvidados en estos últimos días.

No solo era una noche fría y lluviosa, podían oírse los gritos y el jolgorio que existía en las calles por la festividad de una noche como la de Halloween; aparte de aquello, también pude escuchar como mi madre acudió a coger el teléfono que no dejó de sonar hasta que consiguió descolgarlo. Bajé por las escaleras pensando que quizás fuese mi hermano que llamase para avisar de que esa noche se quedaba en casa de algún amigo, aunque a decir verdad, me resultaría extraño ya que prometió pasarla con nosotras. Cuando pude ver la expresión de la cara de mi madre, y donde apenas articulaba palabra pude sentir que quien estaba al otro lado de la línea telefónica no era mi hermano. Una vez colgó el teléfono, sentí como sus ojos comenzaron a mirarme con un pavor que ya conocía de noches anteriores, esas noches donde el terror cruzaba la puerta de nuestra casa.

—Mamá, ¿Qué ocurre? —Quise preguntarla queriendo saber que ocurría.

Mi madre tan solo fue capaz de articular las mismas palabras una y otra vez, sin apenas dar explicaciones.

—Cariño, sube a tu cuarto y escóndete bien. Yo, mientras tanto llamaré a la policía.

PenumbrasNo entendía que podría estar sucediendo para que mi madre actuase de esa manera, pero creo que tenía que ver con mi padre, era obvio. Antes de hacerle caso, decidí acudir a su habitación y descolgar el auricular del teléfono que tenía sobre su mesilla de noche, ya que pude ver como marcaba de nuevo para llamar a la policía como bien me había explicado. Pude escuchar aquella conversación, y si, estaba llamando a la comisaría central. Su explicación no pudo ser más clara; mi padre había conseguido escapar del centro psiquiátrico en el cual habían decidido internarle por sus problemas con el alcohol, lo cual según decían era lo que le hacía sufrir de trastorno mental, de ahí su ira hacía nosotros sin sentido, transformándose en otra persona distinta al hombre que conocíamos de años atrás, antes de que cayese en las garras de ese mal. También pude escuchar algunas veces a amigos de mi hermano decir que mi padre estaba siendo poseído por una entidad maligna, como en aquellas películas de terror de los ochenta. ¿En serio padre podría haber sido poseído por un demonio? Quizás el alcohol le hiciese borrar la memoria y no recordar que éramos sus hijos, quien sabe. Lo único que sabía en ese instante es que si realmente había conseguido escaparse, seguramente se dirigiese hacía aquí. Colgué el teléfono y pensé en hacerle caso a mamá, aunque lo que más me preocupaba ahora mismo era mi hermano. ¿Y si lo encontraba afuera, en la calle? Aun así, a pesar de toda mi preocupación, corrí tanto como pude hacía mi habitación para esconderme bien. Cual fue mi sorpresa que al cabo de unos minutos allí en mi cuarto escondida dentro del armario, pude sentir la presencia de alguien más allí conmigo. Algo me decía que no debía salir pasara lo que pasara, pero aquella presencia me resultó tan familiar que por un momento creí que pudiese ser mi hermano. Abrí despacio la puerta del armario y asomé la cabeza con cierto cuidado para no llamar bastante la atención, y de pronto mis ojos pudieron vislumbrar como una sombra se adentraba bajo mi cama. Un largo escalofrío recorrió todo mi cuerpo; madre nos dijo que los fantasmas no existían, pero en ese instante me fue imposible no pensar en ello. Intenté contar hasta diez, como me había enseñado mi hermano cada vez que estuviese nerviosa o con miedo, ya que el contar hasta diez haría que tanto mi mente como mi cuerpo se relajasen, y así fue. Una vez llegué a diez, pensé que lo más sensato es que fuese mi hermano quien por terror a nuestro padre al haberse enterado de lo sucedido, también hubiese decidido esconderse.

Salí por completo del armario y fui decidida a observar bajo la cama. Me agaché lentamente; por un lado mi mente empezó a imaginarse que quizás lo que encontrase allí debajo fuese el espíritu de alguien, pero la parte racional de mi mente imaginaba que era mi hermano a quien vería agazapado. Debajo de la cama todo era oscuridad, pero fui capaz de ver un bulto, y dos ojos que me miraban fijamente. Dos ojos que guardaban cierto temor. Aquel era mi hermano, sin duda, aunque nunca había visto tanto miedo en su mirada, fue algo extraño. Se acercó a mí, arrastrándose por el suelo, y una vez a mi lado me susurró ciertas palabras al oído. Padre estaba llegando, lo había visto afuera, y esta vez llevaba un cuchillo agarrado en su mano derecha, para seguramente acabar con lo que una vez había empezado. Rápidamente me escondí junto a mi hermano bajo la cama, abrazados los dos intentamos protegernos de aquella amenaza que se cernía sobre nosotros. De pronto, pudimos escuchar un fuerte golpe seguido de un alarido. Nuestra madre comenzó a gritar, despavorida, y tras ello varios golpes más, muebles cayéndose al suelo y ese característico sonido de piezas de cristal o cerámica rompiéndose al caer. Tras unos largos minutos dejamos de oír la voz de nuestra madre, por lo que todo parecía indicar que seguramente también hubiese sufrido la ira de padre. Ahora, pudimos escuchar como esos pasos lentos pero pesados se iban acercando a nuestra habitación. Los pasos pararon en seco, y acto seguido podía oírse una fuerte respiración; estaba delante de la puerta.

—Cariño, sal aquí. Papá ha venido con un regalo para ti.

Su voz de repente parecía sonar dulce, como antes de que cayese en el hábito del alcohol, como solía decir mi hermano. Supe que no podía fiarme, incluso mi hermano volvió a susurrarme al oído nuevamente para indicarme que no cayese en la trampa.

El pomo comenzó a girar despacio, y a la par la puerta se fue abriendo con suspense, hasta que poco a poco pude ver la silueta de padre; tenía la camisa con salpicaduras de sangre, y también parte de su mano derecha, y el cuchillo que seguía agarrando con fuerza goteaba gotas de sangre fresca. ¿Sería de mamá?

—Ven cariño, tan solo quiero darte un pequeño regalo; no hagas que papá se enfade aun más.

Su voz comenzó a sonar ahora más grave, era evidente que estaba perdiendo la compostura. Empezó a buscar por todo el cuarto, en el armario, tras los montones de ropa sucia, tras las cajas de juguetes y peluches… Hasta que al final decidió agacharse para buscar en el único lugar que le quedaba por buscar, bajo mi cama. Se asomó pausadamente, sus ojos comenzaron a vislumbrarse entre aquella oscuridad, y de pronto una extraña y tenebrosa sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro. Otro escalofrío me recorrió por el cuerpo. ¿Aquel era nuestro final? Pero de nuevo, mi hermano volvió a susurrarme, pero esta vez las palabras que llegaron a mis oídos no fueron las que esperaba. Todo mi ser entró en shock.

—No dejes que haga contigo lo mismo que me hizo a mí.

Según susurró aquellas palabras desapareció al instante. Ya no había rastro de mi hermano; podía sentirlo todavía a mi lado, pero no verlo. Ahora, al fin comprendí la realidad. Las penumbras acabarían por alcanzarme, hasta formar parte de ellas por toda la eternidad. Siempre juntos, hermano.

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Luis Manuel Nieto
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