Aquella noche oscura de noviembre, donde afuera la lluvia caía con estrépito, y un viento infame embestía contra los ventanales, fui fiel testigo de lo que comenzó a suceder a mi alrededor. Tras varios años luchando contra mi Némesis, en los cuales fui capaz de burlar al tiempo hasta el punto de creerme inmortal, por decirlo de algún modo, en esta noche gélida y oscura, a pesar de encontrarme frente a la chimenea, comencé a sentir un gran vacío; ese vacío trajo consigo un frío cruel, donde aprecié como mis huesos apenas eran capaces de entrar en calor.

     Decidí en estos últimos días alejarme de la civilización, huyendo a la vieja mansión que aún poseía de mi abuelo. Me encontraba muy lejos de la ciudad, y pude jurar que allí tan solo estaba yo, en mi más absoluta soledad, hasta hace dos noches, cuando de pronto comencé a sentir la presencia de algo o alguien entre estas cuatro paredes. Quizás me estuviese volviendo loco, perdiendo por completo la cordura, ya que tan solo me acompañaba el silencio, y juro por dios que a veces el silencio es capaz de traer tus peores miedos. Pero supe desde el primer momento que estaba equivocado; si, allí había alguien más conmigo. No solo pude sentir su presencia, también fui testigo de varios susurros que llegaban hasta mis oídos, como si estuviese justo detrás de mí; susurros que hacían sobrecogerme. Debo confesar que en la mansión apenas hay luz una vez cae la noche, donde tan solo varios blandones de bronce iluminaban las distintas estancias, creando un juego de sombras estremecedoras, pero que en el fondo me traían paz, aun sabiendo que aquellas sombras eran un buen escondite para pasar inadvertido. ¿Quizás ese alguien que llevaba sintiendo en estas dos últimas noches había aprovechado para guarecerse en esas esquinas oscuras donde no parecía llegar la tenue luz que desprendía los cirios? Tan solo me quedaba levantarme del sillón y avanzar candil en mano para cerciorarme de que allí no había nadie y fuese tan solo una locura más de mi mente enferma.

    Las fuerzas me fueron abandonando en las últimas horas, pero eso no evitó que me levantase aun con dificultad y poder verificar si realmente allí, en la oscuridad había alguien. Caminé lentamente hasta la esquina que llevaba del salón a la librería, dejando a mi derecha el pasillo que conectaba con la librería, la cual se encontraba en la otra ala de la mansión. Cuando enfoqué con el candil pude comprobar la ausencia total de vida alguna a pesar de que mis sentidos querían creer que no estaba solo. Giré y decidí seguir avanzando por aquel angosto pasillo que comunicaba con la librería, lugar donde tantas horas pasé leyendo libros de medicina. Mientras caminaba era consciente de que aún seguía escuchando aquellas voces, lo que por momentos me pareció creer que se trataba de más de una persona. ¿Podrían haberse adentrado en la mansión un par de maleantes en estas últimas noches, aprovechándose de mi creciente debilidad? Aun así, me costaba creerlo, ya que normalmente siempre solía ser muy precavido con la seguridad, cerrando pestillos y echando las llaves en cada puerta. Ahora, fui capaz de escuchar mejor las voces; según iba acercándome a la librería, más cerca llegaba a mis cansados oídos palabras que aún no lograba a comprender.

    Traspasé el umbral de la puerta que daba acceso a la librería y allí tampoco fui capaz de vislumbrar nada extraño. Era como si estuviese volviéndome loco por momentos, pero en el fondo comencé a sentir una gran presión en el pecho. Ahora, a esos pequeños susurros le acompañaron una especie de silbidos, como si el viento infame que parecía existir afuera, se hubiese filtrado en el interior. Por un momento creí haber visto la figura de alguien al fondo del pasillo, por lo que me decidí a apresurarme y volver a la estancia anterior. Ahora, desde el salón fui capaz de observar un grupo de sombras, diría que en número eran cinco. Ya no solo podía escuchar sus voces, ahora también comenzaban a hacerse visibles, pero apenas eran tangibles, siendo incluso distorsionadas, borrosas. ¿No sería que la locura me hubiese alcanzado finalmente creando en mi mente figuras y voces que no existían, sino tan solo en mi demencia?Oscura eternidad

     Así como vinieron, se fueron esas voces; y ese silbido que parecía sonar como si el mismo viento penetrase por los intersticios de los ventanales también desapareció. Decidí pues dejarme caer nuevamente sobre el sillón, me sentía cada vez más agotado, como si me estuviesen arrancando de cuajo esa juventud que tanto había anhelado, y la cual me costó conseguir. Porque todo en esta vida tiene un precio, y a veces debes sacrificar ciertas cosas para conseguir lo que uno desea. Y mi deseo no fue otro que sentir de cerca esa inmortalidad de la que solían hablar los dioses; no envejecer nunca. ¿Quién en su sano juicio no querría la inmortalidad para él? ¿Y quién no haría todo lo que estuviese en su mano para combatir al tiempo?

     Intenté cerrar los ojos y descansar; era evidente que por primera vez Cronos estaba ganándome la batalla. En todos estos años fui capaz de burlar a ese dios del tiempo, rozando con la punta de mis dedos la eterna juventud, pero como bien dije anteriormente, todo tiene un precio, y yo, estaba cerca de sufrir sus consecuencias. Cuando creí que finalmente la calma se había adueñado de esa última noche, aquellas voces volvieron a resonar en mis oídos. Eran susurros llenos de dolor, de llanto e incluso de rabia. Comencé a sentir verdadero pavor, ya que de algún modo esas voces me perseguirían hasta el final de mis días; era consciente de ello. Quise rendirme posado en el sillón, sin mover ni un solo músculo, pero de repente pude sentir un escalofrío espantoso en todo mi ser. El temblor comenzó a apoderarse de todo mi cuerpo, sintiendo un frio parecido a cuando te encontrabas en un absoluto estado febril. Aun con las pocas fuerzas que tenía en ese instante, decidí que lo mejor sería levantarme y huir de aquella estancia.

    Supe que debía llegar hasta mis aposentos, donde probablemente decidiese meterme bajo las mantas de mi lecho y así combatir este inusual frio que existía dentro de mí. Pero, según iba avanzando, las voces se hacían más fuertes. Y si tan solo hubiese sido eso… Pero en mi camino hasta mis aposentos pude ser testigo de como me acompañaban esas sombras; estaban por todas partes, me rodeaban, y cada vez pude sentir más helada la estancia, hasta el punto de poder ver con mis propios ojos como de mi boca se desprendía cierto vaho. Intenté correr todo lo que pude, pero me fue inútil, de hecho hasta tropecé conmigo mismo cayendo de bruces contra el suelo. Alcé la mirada y allí estaban; cinco sombras. Que me perdone dios si por un momento creo en fantasmas. ¿Podría permitir tal herejía nuestro señor? Ánimas jugando con la fina línea que separa el mundo de los vivos con el de los muertos… Tal fue la presión que sentí en mi cabeza que acabé perdiendo la conciencia.

    Una vez volví en mí, pude comprobar que ya nada había a mi alrededor, volvía a estar solo en aquella vieja y gélida mansión, donde el calor del amor dejó de existir hace años. Ahora, tan solo me acompañaba mi buena y fiel amiga soledad, y quizás el odio. Me levanté del suelo ayudándome de mis manos, y proseguí mi camino hasta mi habitación. Necesitaba tumbarme en la cama y descansar; probablemente aquello era lo que necesitaba mi mente cansada. Una vez dentro de la cama me tapé por completo, quedando completamente a oscuras, donde tan solo el suave tintineo de las estrellas que dibujaban el cielo nocturno, y el brillo de una luna en su fase cuarto menguante lanzaban algo de luz sobre la estancia. Cerré los ojos esperando a que el sueño viniese a mí, pero todo volvió a suceder de repente. Los susurros resonaron una vez más en mis oídos, pero ahora aún más cerca, como si hubiese alguien allí, tumbado a mi costado. Decidí pues abrir los ojos y lanzar una mirada furtiva, pero no logré ver nada, ninguna figura. El corazón comenzó a latir cada vez más y más rápido, pero sobre todo cuando pude vislumbrar al fondo de la habitación como una larga sombra se asomaba por detrás de la puerta. Intenté gritar, pero no pude; mi voz parecía morir dentro de mí, ahogándose con mi valor hasta desaparecer por completo. Alcé la cabeza intentando observar con más detalle lo que allí había, pero ahora pude presenciar como el ventanal se iba alejando cada vez más, como si de pronto la habitación comenzase a expandirse, alejándome de todo, quedando quizás a solas en ese pequeño rincón junto a la cama.

     Los sudores fríos nacieron de repente, recorriendo todo mi cuerpo. ¿Acaso era miedo lo que estaba comenzando a experimentar? Intenté por todos los medios ponerme en pie y salir de aquella cama, pero me fue imposible. Las piernas no me respondían como hubiese querido, y ahora solo me quedaba observar lo que acontecía a mi alrededor. Allí, rodeándome estaban esas cinco sombras; no, ahora ya no eran solo cinco, comenzaron a ser más. El terror que sentía en esos instantes se fue disipando poco a poco cuando fui consciente de todo lo que estaba ocurriendo. A los pies de mi cama se postraron todas esas sombras, las cuales se fueron haciendo cada vez más visibles. Entonces supe que se trataban de todas esas almas a las que les había arrebatado su juventud.

     Mi memoria me llevó de repente a esos años donde jugué con tantas vidas inocentes, usando de mis dotes y sabiduría en el campo de la ciencia para poder seguir sintiéndome joven a pesar del paso del tiempo. Por entonces, no sentí piedad alguna por esos pobres infelices que perdían su miserable vida a cambio de mi eterna juventud, y creedme si durante estos últimos años ni siquiera tuve el menor de los remordimientos; incluso ahora mismo tampoco sentía nada de todo aquello. Quizás por eso estaban allí en ese instante, a los pies de mi alcoba. Habían venido a por mí, de eso no me cabía duda alguna, pues lo que si es cierto fue ver en estos dos últimos días como la juventud se iba desprendiendo de mi cuerpo y de mi rostro poco a poco, hasta llegar a sentir el cansancio y los dolores de un cuerpo fatigado, añoso. Era evidente que las almas que se encontraban observándome, estaban chupándome toda esa energía que un día yo mismo les robé. Parecían disfrutar con el momento, pues a mis oídos, aparte de aquellos breves susurros, pude escuchar alguna que otra risa perversa, o se podría decir infame.

    El dolor que comencé a sentir era más que horrible, noté como si me estuviesen arrancando la vida de cuajo. Las lágrimas empezaron a brotar de mis apagados ojos, y un grito de desesperación y aflicción abandonó mi garganta para escucharse más allá de aquellas paredes. Poco a poco fui contemplando como mi tersa piel iba dando paso a una tez muerta, exánime, hasta quedarme en los propios huesos. Aquello fue el fin de mis días, mis últimos suspiros. Habían venido para arrancarme lo que tanto les pertenecía. Ahora, que ya formaba parte de ese otro mundo, que había cruzado la línea que separaba la vida de la muerte, al fin pude ver sus rostros; estaban sonriendo, pues al fin su venganza tuvo lugar. Y el peor de mis temores no fue ver a esas almas del más allá venir a mi encuentro, añorando venganza, sino el temor a la vejez. ¿Y quién no teme envejecer y ver como su cuerpo se va marchitando con el paso del tiempo, perdiendo la luz de la vida?

    Juventud, divino tesoro…

¿Te ha parecido interesante?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación / 5. Recuento de votos:

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

¡Siento que este contenido no te haya sido útil!

¡Déjame mejorar este contenido!

Dime, ¿cómo puedo mejorar este contenido?

Luis Manuel Nieto
Últimas entradas de Luis Manuel Nieto (ver todo)

Deja un Comentario

1
    1
    Carrito
    Condena 77 1024 x 1024
    Condena 77 1024 x 1024
    1 X 2,00  = 2,00