Aquí hay gato encerrado

29 octubre, 2025 por Gemma N. Escarp

Los gatos siempre han estado rodeados de misterio. Su andar silencioso, sus ojos que parecen atravesar diferentes planos y la multitud de supersticiones que los acompañan han hecho de ellos criaturas tan adoradas como temidas.

Y, cómo no, también han dejado su huella en nuestro lenguaje cotidiano.

Una de las expresiones más conocidas —y que les otorgó parte de su fama— es la de “Aquí hay gato encerrado”, que aún hoy usamos cuando intuimos que algo se oculta o no es lo que parece, y que inevitablemente asociamos con nuestras mascotas.

Ahora que se acerca la noche en la que el reino de los muertos se confunde con el de los vivos, y en la que los gatos se vuelven el centro de todas las miradas, vamos a concederles el papel de protagonistas absolutos y a adentrarnos en esa mala fama que les dio el título de habitantes de la noche, para descubrir cuánto hay de cierto —y cuánto de mito— en ella.

Porque detrás de esas “bolas peludas” hay mucha más historia de lo que parece: simbología, leyes, maldiciones y versos que los elevaron al rango criaturas misteriosas.

Zarpazo a la superstición

Pocos animales han llevado una cruz tan pesada como el gato.

En la antigüedad fue símbolo de sabiduría y protección, pero en la Europa medieval su destino cambió. Su independencia —ese no someterse a nadie— y su mirada que parece contemplar otros planos despertaron sospechas en una sociedad que temía todo lo que no podía entender o renegaba de lo que no se podía controlar.

Durante los siglos XIII y XIV, en plena lucha de la Iglesia contra las herejías, surgieron los primeros textos que vincularon a los gatos con el demonio.

Uno de los más citados es la bula Vox in Rama, emitida en 1233 por el papa Gregorio IX, dirigida contra una supuesta secta luciferina en Alemania. Sin embargo, no existen pruebas históricas de tal culto, y probablemente fue una invención propagandística para menoscabara a otras creencias o discursos religiosos.

En ese documento se describe un ritual herético en el que se hace mención a la estatua de un gato negro al que los iniciados rendían adoración. Esa mención —única en su tipo— bastó para que, con el tiempo, el felino quedara asociado a un ser maligno.

Sin embargo, la bula nunca ordenó exterminar gatos, ni existen pruebas de una persecución sistemática impulsada por la Iglesia. La idea de que la Vox in Rama provocó su caza y que ello contribuyó a la expansión de la Peste Negra pertenece al terreno del mito.

Lo que sí es cierto es que el documento sembró un precedente de mal augurio y el gato empezó a figurar en el imaginario europeo como un animal ambiguo, capaz de servir al bien o al mal, y de moverse entre ambos mundos con la misma facilidad.

El familiar más tierno

Con el tiempo, esa ambigüedad se convirtió en una maldición.

Los gatos fueron vistos como familiares o compañeros de las brujas, presencias capaces de absorber parte de su poder o su alma. Se creía que ellas podían transformarse en gatos para moverse por la noche sin ser reconocidas, o que el animal albergaba el espíritu de su dueña cuando ésta dormía.

Su mirada fija, que parecía seguir algo que nadie más veía, reforzó la superstición. El gato conocedor de la penumbra, podía ver más allá del velo del mundo humano. En los hogares, cuando el gato se detenía mirando un rincón vacío, se decía que allí habitaba un espíritu.

En la tradición céltica y bretona, el Cat Sìth (cait sìdhe en gaélico) —un gran gato negro con una mancha blanca en el pecho— merodeaba los cementerios para robar las almas de los muertos antes de que los dioses las reclamaran. Su leyenda se sitúa entre la Edad Media y el periodo temprano moderno, aproximadamente entre los siglos XII y XVII.

Sin embargo, no todas las versiones lo pintan como un ladrón de almas. En las Highlands, el Cat Sìth pertenece al pueblo feérico, considerándose una criatura ambivalente que bendecía los hogares donde se le mostraba respeto. Durante la festividad de Samhain, se decía que vagaba por los pueblos en busca de un cuenco de leche caliente; quienes se lo ofrecían recibían su favor y prosperidad, mientras que aquellos que lo ignoraban sufrían su enojo.

El gato se transformó así en un guardián del umbral, una criatura entre lo físico y lo espiritual. Su poder para ver en la oscuridad —literal y simbólicamente— lo convirtió en testigo de aquello que los humanos temen reconocer o encontrarse: el pecado, la muerte, el más allá.

De todos los gatos, el negro fue el que se llevó la peor parte. Su pelaje, invisible en la noche, y con unos ojos que relucían a la luz de los candiles, sin distinguirse su cuerpo, bastaron para que muchos lo vieran como un mal presagio. Así nació la creencia de que cruzarse con uno traía mala suerte, una superstición alimentada en la Edad Media, cuando el color negro se asoció con el maligno y el gato fue vinculado a la brujería.

Pero no en todas partes fue un símbolo de infortunio. En Japón los gatos negros ahuyentan el mal de ojo, y en el antiguo Egipto eran sagrados por representar la fuerza y la protección de Bastet, la diosa gata.

Así, lo que para unos fue un ser grotesco, para otros fue amuleto de buena suerte. Quizá, al final, la diferencia nunca estuvo en el gato, sino en los ojos que lo miraban.

El verdadero “gato” no era un felino

La R.A.E. recoge la locución haber gato encerrado con el significado de “haber causa o razón oculta”. Sin embargo, su origen no tiene tanto que ver con el animal, sino con una acepción antigua de la palabra “gato”, que en el Siglo de Oro se usaba para designar un bolso o talego de cuero donde se guardaba dinero.

En aquellos tiempos, era común esconder esos “gatos” entre las ropas o en cofres para evitar a los ladrones. Así, cuando se decía que había “gato encerrado”, se aludía a un dinero oculto o algo de valor. Con el paso de los siglos, la frase se amplió a cualquier situación sospechosa o secreto.

Por otro lado, la versión del “talego hecho de piel de gato” aunque es popular en artículos y blogs, no está confirmada en documentos legales o lingüísticos antiguos con certeza absoluta. No se ha encontrado un tratado medieval o texto contable que catalogue formalmente ese uso del cuero de gato para bolsos de monedas como norma general. Muchos de los relatos provienen de etimologías populares y reconstrucciones lingüísticas.

Otro punto de vista es el de que algunos medios populares han confundido o reinterpretado la expresión, proponiendo orígenes dudosos (por ejemplo, que se usaba “gato” por la astucia del ladrón, o incluso que “gato” era el ladrón mismo).

No es casual que autores como Quevedo o Lope de Vega  jugaran con este significado en sus obras. El sigilo del gato y su asociación con el engaño terminaron de sellar el sentido figurado que ha llegado hasta nuestros días.

Quevedo

Poderoso caballero es don Dinero (fragmento)

En uno de sus versos más citados, Quevedo juega con el doble sentido de la palabra “gato” para hablar de la codicia y el poder del dinero:

(…)

Por importar en los tratos
Y dar tan buenos consejos,
En las casas de los viejos
Gatos le guardan de’ gatos.
Y pues él rompe recatos
Y ablanda al juez más severo,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

(…)


En este pasaje, lo que Quevedo quiere decir es que los “viejos gatos” representan a esos personajes ávaros que solo buscan acaparar dinero y que lo custodian con celo para protegerlo de otros “gatos”, es decir, de ladrones o interesados. La ironía es más que evidente ya que los avaros se guardan de los ladrones, siendo ambos el súmmum de la codicia.

En el Siglo de Oro además, el término gato se asociaba con la picardía, el hurto y la astucia, cualidades que el poeta convierte en el reflejo del comportamiento humano.¹

Consultación de los gatos  (también conocida como El cabildo de los gatos)

En este romance satírico —numerado como poema n.º 750 en la edición crítica de José Manuel Blecua (Obra poética, Castalia, 1969)²—, Quevedo convoca a una asamblea de gatos para criticar los vicios humanos bajo la apariencia de un consejo felino.

Debe de haber ocho días,
Aminta, que en tu tejado,
se juntaron a cabildo
grande cantidade de gatos.

puestos en los caballetes
los más viejos y más canos;
los negros a mano izquierda
a la derecha los blancos, (…)

A través de este recurso alegórico, el autor satiriza la corrupción social y política de su tiempo. Los gatos representan a los poderosos que maquinan en la oscuridad. Su reunión nocturna —el “cabildo”— se convierte en una parodia del gobierno y del consejo moral.

En esta sátira, Quevedo transforma la figura del gato —tradicionalmente sigiloso y nocturno— en un símbolo de inteligencia y de cinismo, un reflejo feroz de la condición humana.3

Varios estudios apuntan a que, con su habitual ironía, denunciaba también, de forma velada el maltrato y el malvivir de los animales perseguidos por superstición, entre ellos los gatos, víctimas del miedo y la ignorancia.

En ese cabildo felino se invierten los papeles. Son los gatos quienes deliberan sobre los defectos humanos. Quevedo los dota de razón, voz propia y alma, desafiando así las creencias de su época


Notas

  1. En el español del Siglo de Oro, “gato” podía referirse tanto al animal como a una persona astuta o ladrona. El propio Quevedo emplea este doble sentido para ironizar sobre la naturaleza del dinero y de quienes lo adoran.

  2. El poema no está incluido en la Antología poética editada por Esteban Gutiérrez Díaz Bernardo (Castalia, 1992), por tratarse de una selección parcial. La referencia al número 750 procede de la Obra poética de Blecua, la edición crítica de referencia.

  3. La consultación de los gatos es un ejemplo temprano del uso del animal como portavoz moral, lo que hoy se analiza dentro de los animal studies. En el poema, los gatos discuten sobre los males del mundo humano, anticipando la crítica social moderna a través del humor y la alegoría.


Lope de Vega

La Gatomaquia (1634)

Si Quevedo empleaba al gato como portador del ingenio y la corrupción humana, Lope de Vega lo convierte en protagonista absoluto dentro de una fábula épica y paródica: La Gatomaquia, publicada en 1634 bajo el seudónimo de Tomé de Burguillos.

(…) ¿Quién pensara que fuera tan mudable
Zapaquilda, cruel e inexorable,
y que al galán Marramaquiz dejara
por un gato que vio de buena cara,
después de haberle dado
un pie de puerco hurtado,
pedazos de tocino y de salchichas? (…)

En esta obra, Lope parodia las epopeyas clásicas y caballerescas —como La Iliada o La Eneida— trasladando sus gestas al universo doméstico de los gatos. El resultado es una “epopeya felina”, donde los amores, traiciones y guerras de Marramaquiz y Zapaquilda reflejan, en tono burlesco, las pasiones y defectos humanos.

La Gatomaquia es mucho más que un juego humorístico, es una crítica disfrazada de comedia animal, donde Lope despliega su maestría métrica y su ironía para satirizar los ideales heroicos y los conflictos amorosos de su época.

En palabras de los estudiosos, esta obra representa “la humanización del gato y la animalización del hombre” —una inversión cómica y filosófica a la vez.¹

“El parto de la gata” en La dama boba

El imaginario gatuno de Lope no se limita a La Gatomaquia. En comedias como La dama boba, el autor incluye referencias domésticas y humorísticas al comportamiento de los gatos. El “parto de la gata” o sus maullidos se convierten en metáforas de caos y desorden, con un tono costumbrista y festivo.²

Estos recursos refuerzan la presencia del felino como figura cotidiana, a medio camino entre lo cómico y lo simbólico, anticipando el papel ambivalente que los gatos tendrán más tarde en la literatura barroca y romántica.


Notas

  1. La Gatomaquia fue editada por primera vez en Madrid en 1634 y reeditada póstumamente en 1637. La edición de Antonio Carreño (Cátedra, 1998) es una referencia crítica fundamental.

  2. Véase La dama boba (acto I, escena IX), donde el parto de una gata se usa como elemento cómico dentro de un diálogo doméstico.


Sin saberlo, ambos autores contribuyeron a fijar en el imaginario colectivo la idea del gato como ser liminal; sabio, burlón, misterioso y temido.

🔍 ¿Sabías que…?

Desde las antiguas fábulas de Esopo, pasando por el Siglo de Oro español y hasta el británico George Orwell, los escritores han utilizado a los animales para reflejar los comportamientos humanos sin nombrarlos directamente. En sus líneas, estos hablan, conspiran o guerrean para retratar la codicia, el deseo, la hipocresía o el abuso de poder del ser humano.

Lope de Vega lo hizo con humor épico en La Gatomaquia; Quevedo, con sátira moral en La consultación de los gatos; y Cervantes, con ironía y lucidez en El coloquio de los perros, donde Cipión y Berganza dialogan sobre la condición humana.

Siglos más tarde,  George Orwell retomó esa misma idea en Rebelión en la granja (1945), donde cerdos y caballos sustituyen a reyes y obreros en una crítica feroz del poder y la corrupción.

Del Siglo de Oro al terror moderno

En el siglo XIX, la superstición medieval encontró la horma de su zapato en la literatura gótica.

Edgar Allan Poe, con su célebre relato El gato negro (1843), elevó esa tradición al plano del horror psicológico. Su gato, encarna la conciencia que observa desde las sombras el comportamiento del protagonista.

Poe comprendió, como tantos otros antes, que el miedo al gato es en realidad miedo a nosotros mismos, a la mirada que reprocha en silencio, a los terribles secretos que queremos ocultar.

Así, desde las hogueras de las brujas hasta las páginas de Poe, el gato ha sido el reflejo más fiel de nuestra alma. Es la esencia de la humanidad que observa, juzga y recuerda cada uno de nuestros actos.

Por eso muchos le temen y han querido matarlo.

Refranes y expresiones donde maúlla el misterio

El de “gato encerrado” no es el único dicho que pone a los felinos en el centro de nuestra cultura popular. El español está lleno de expresiones gatunas que revelan tanto nuestra fascinación como nuestros temores hacia estos animales:

Ponerle el cascabel al gato:
Proviene de una fábula atribuida a Esopo, donde un grupo de ratones propone colocar un cascabel al gato para oírlo venir… pero ninguno se atreve a ponérselo.

Dar gato por liebre:
Engañar a alguien, ofreciéndole algo de menor valor. Antiguamente se decía que algunos vendedores sin escrúpulos hacían pasar carne de gato por la de liebre.

Buscarle los tres pies al gato:
Complicar las cosas innecesariamente o ver problemas donde no los hay. La versión original decía “buscarle cinco pies al gato”, en referencia a quien insiste en encontrar lo que no existe.

De noche, todos los gatos son pardos:
En la oscuridad, las diferencias se desdibujan, por eso este dicho se aplica a situaciones confusas, donde cuesta distinguir lo real de lo aparente.
También puede entenderse como una metáfora de la noche, cuando las apariencias se igualan y todos somos lo mismo.

Gato escaldado, del agua fría huye:
Quien ha sufrido una mala experiencia teme volver a pasar por lo mismo. La expresión subraya cómo el recuerdo del daño puede hacernos evitar cualquier riesgo, incluso cuando el peligro ya no existe.

Todas estas expresiones, nacidas del ingenio popular, transmiten una verdad atemporal: los gatos representan lo oculto, lo astuto y lo inaprensible.

Conclusión

La próxima vez que escuches la frase Aquí hay gato encerrado recuerda que no siempre hablamos de un felino atrapado o escondido. Puede ser un talego de dinero, un secreto guardado bajo siete llaves o una sospecha que flota en el aire.

Y quizá, en la penumbra de esta noche, también sea una advertencia. Algo oculto acecha, sigiloso, con mirada de gato.

“¡No, no, no! Humanos esclavos, basta ya.

Nosotros solo somos lindas bolas de pelo ronroneantes, observadoras, sí, pero inofensivas.

Se acabó la mala fama. ¡Arriba esas patas!”

Fdo. El Portavoz de los mal llamados gatos malditos

Meow Miau Neko 🐾

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Gemma N. Escarp
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