Os voy a hablar de una carambola de coincidencias que me sucedió unos meses atrás. Es curioso cómo un conjunto de casualidades puede derivar en un combo deductivo en el que se pueden entrelazar una serie de conceptos aparentemente aleatorios y, así, intuir que ahí se puede hilar una historia.
Os cuento:
Coincidencia 1: La Lectura de “El Híbrido”
A finales de noviembre de 2023, leí un escrito de Franz Kafka que nos cuenta lo siguiente:
El híbrido
Cartas a Max Brod, Julio 5, 1922
“Tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad.
Del gato tiene la cabeza y las uvas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos.
En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina a los ratones. Horas y horas pasa al acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.
Lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.
Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano. Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo el poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, como se llama, etcétera.
No me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino.
En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria: es el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene un solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
A veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. Como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro.
Una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes.
¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído.
Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero acá es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.
Aquí concluye esta joyita que encontré.
Os menciono a más a más, un apunte: fue gracias a Max Brod, amigo, confidente y destinatario de algunas de las cartas de Kafka, que podemos disfrutar hoy de su obra. La salvó de la destrucción a la que Kafka la había condenado, publicando la mayoría de sus escritos después de la muerte del autor.
Os dejo un link por si queréis saber qué dijo exactamente Kafka: Quémalo todo, carta de Franz Kafka a Max Brod
Coincidencia 2: El Texto de Iván Humanes
Justo unos días antes de Navidad, el 14 de diciembre, leí otro escrito del autor @ivan.humanes por Instagram. Tras haber encontrado “El híbrido”, me llamó profundamente la atención al descubrir la relación entre ambos.
Aquí lo tenéis (con permiso del autor concedido):
“Tengo un animal mitad escritor, mitad perro. No lo heredé de nadie. Estaba yo a los pies de su trono cuando, vacilante, se acercó. Posiblemente antes fuera más escritor que perro, pues sus ademanes al olisquear y mover el rabo le suponen una vasta cultura. Algo de Ovidio debe tener en su sangre: al escuchar otros ladridos parece murmurar en latín algunos de los versos de ‘Las metamorfosis’ del poeta romano.
No quiere apartarse. ¿Teme el rechazo? Corro al final del callejón y viene a mordisquearme los cordones de los zapatos, juega. No sería exagerado afirmar que su rostro guarda un asombroso parecido con el de Kafka. No lleva bombín ni bastón, pero uno aseguraría con rotundidad que es él. Aunque afirmar lo que no es podría crear una enemistad entre ambos. Así que hago que se tumbe y le toco la barriga, luego le pregunto si le gustan los sesitos. Pensándolo mejor: el deseo de que ese animal sea mío, anula cualquier otro. Corro de nuevo al trono y me sigue con su lengua de escritor fuera de la boca. Se lo presento.
—Es igualito que K. –me dice ella.
—No –la corrijo—, es el perro de K.“
¡Atención! ¡Primera carambola!, aunque esta no va a ser la única, hay más.
Coincidencia 3: Mi Historia Personal con Kafka
Imagen: Ejemplar de mi propiedad de “La metamorfosis”
Fue leerlo y emocionarme. Porque además de recordarme a “El híbrido”, soy una de esas tantas personas en el mundo que se encuentran en la tesitura de labrarse un futuro como posible escritora.
No obstante, esto no explica por sí solo mi emoción, sino que también removió un sentimiento que mantenía guardado desde hacía tiempo en mi corazón bajo siete vueltas de llave y sobre el que aún no había sido capaz de hablar.
Os pongo en contexto: Fue en unas Navidades cuando perdí a mi perro y con él se fue una parte fundamental de mí. Debido a la pena sentida, no tuve palabras para llorarlo como se debía en su momento, ni despedirlo, ni escribir sobre él, de tan destrozada que me dejó su partida. Y… se llamaba Kafka. ¿Increíble, no? ¿Empezáis a ver las casualidades?
Ahora tal vez algunos os preguntéis: ¿Por qué le puse ese nombre a mi perro? Pues porque cuando llegó a mi casa por primera vez, me engañó. Llegaba yo del trabajo cansada, sin ganas de nada y de repente, vi una bolita tierna de pelo blanco que era lo más hermoso que había visto en la vida. Esperaba sentado en medio del comedor y al verme, vino corriendo hacia mí encantado. Kafka fue un regalo para suplir la pérdida de otro compañero canino: “Lord Byron”. (Sí, lo sé, peco con la extravagancia de poner a mis mascotas nombres de escritores, pero continuemos con lo importante).
Ahí estaba él, una divina bolita rechoncha frente a mí. Me miró a los ojos y al instante, sentí una profunda conexión. A los pocos minutos trataba de llamarlo de diferentes formas, pero no me hacía caso. Me convencí de que esa falta de reacción suya podía significar solo una cosa, que tenía que buscarle un buen nombre que encajase con él. Así que, decidí respetar su ritmo, no estresarlo y colocarlo en su camita. Era tarde. Estuve acariciándolo hasta que se durmió. A la mañana siguiente, cuando fui corriendo a ver cómo se encontraba, me había destrozado los muebles del comedor. Me quedé de piedra. He tenido otros perros y jamás me había encontrado con aquel nivel de devastación.
“¡Pero bueno! ¿Qué es esto? —le dije, enfadada—. ¿Qué te pasa a ti por las noches? ¿Te conviertes en un bicho o qué? ¡Ni que fueses Gregorio Samsa!”
Al mencionar el personaje de “la metamorfosis“, sonreí. Acababa de encontrar su nombre: Kafka. Cuando lo llamé así, la bolita destructora movió el rabo contento y se acercó a saludarme. Estaba claro, nos gustaba ese nombre.
Por supuesto, la segunda opción que tenía era llamarlo gremlin…
Imagen: mi perro Kafka y su destrucción.
Es ahora, escribiendo esto, que la emoción me sigue embargando y no puedo hablar de su pérdida sin que se me llenen los ojos de lágrimas y eso que ha pasado tiempo… Afortunadamente, tuve la gran suerte de compartir quince años de mi vida con un compañero increíble al que no olvidaré jamás, que me enseñó a fraguar a fuego lento, conteniendo las explosiones, enormes dosis de paciencia y a aceptarlo tal como era. Un ser que buscaba constante afecto y validación (como Gregorio Samsa) porque, si no, la emprendía contra todo bien material que se le pusiera por delante. Más adelante supe que ese comportamiento se llamaba crisis por separación. No soportaba estar lejos de mí ni un segundo. Evidentemente, busqué la ayuda de un especialista.
Quizá si en su día no hubiese leído “La metamorfosis” de Kafka, no hubiese comprendido la ansiedad en la que vivía inmerso mi perro.
Así que tras leer también el escrito de Iván, me pareció el momento ideal para conmemorar mediante sus palabras, que mi perro ya no estaba conmigo y le pregunté si podía usarlas. Me dijo que sí, que adelante. Pero pasaron las Navidades y no lo publiqué. ¿Por qué? Por culpa de otra carambola.
Coincidencia 4: La Conmemoración del Centenario
Justo en esas festividades había decidido comenzar una sección en la página web en la que nos encontramos, para a hablar sobre autores y empecé a confeccionar un calendario con fechas importantes de los mismos. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que el 3 de junio de este año 2024 se celebraba el centenario de la muerte de Kafka. No tuve más remedio que aparcar la idea, hasta encontrar el momento perfecto para poder expresarla toda en su conjunto.
Por eso estoy aquí escribiendo ahora, buscando la mejor manera de conectar estas reflexiones, sin restar la importancia que se debe al verdadero acontecimiento que se celebra: el centenario de la muerte de Kafka. A la vez intento transmitir la dolorosa pérdida que supuso “mi otro Kafka” y toda la lista de casualidades acontecidas durante estos meses, que para algunos significarán una tontería, para otros una osadía, pero espero que algunos pocos entiendan cómo experimenté estas conexiones. Porque de los dos “Kafkas” uno fue familia y el otro maestro. Uno fue perro y el otro escritor y ambos me inculcaron, a su manera, muchos y buenos valores.
Conclusiones
Solo me queda dar las gracias a todos los que os habéis armado de paciencia y llegado hasta aquí.
Tal vez esta no sea la conmemoración más idónea, pero sí es sentida. Al menos, ya puedo cerrar en paz este capítulo con cierta dignidad y sin desmoronamientos.
Adiós Kafka, siempre te amaré, espero que allá dónde estés, te haya gustado esta despedida. Fuiste mi último perro. Ahora solo tengo… gatos y son mitad corderos.
Os dejo también una reflexión que se atribuye a Franz Kafka sobre el dolor que produce en el alma el no poder escribir, un mal que confieso, padecemos unos cuantos:
“Un escritor que no escribe es un monstruo en busca de la locura”.
Para él, escribir era más que una vocación; era una necesidad existencial. Cuando no podía escribir, sentía que su vida perdía sentido y dirección, llevándolo a una especie de “locura” metafórica, una desesperación interna y una sensación de estar atrapado.
Postdata: ¿Más casualidades?
Al ir a publicar este artículo y buscar una imagen destacada, encontré la de Kafka con un perro (Imagen de 1910) y otro relato relacionado con nuestros amigos:
—“Investigaciones de un perro” escrito por Franz Kafka en septiembre y octubre de 1922 publicado póstumamente en la colección Durante la construcción de la Gran Muralla (Berlín, 1931).
Os dejo un extracto del mismo:
“En una inspección más cercana, descubro que algo siempre ha estado mal aquí, hubo una pequeña ruptura, me invadió una ligera inquietud en medio de los eventos populares más venerables, sí, a veces, incluso en círculos familiares, no, a veces no, pero muy a menudo; la mera vista de un compañero perro que amo, la mera vista, visto de una manera nueva, me hizo sentir avergonzado, asustado, impotente, incluso desesperado.”
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Libro recomendado:
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