Este Año Nuevo me ocurrió algo inesperado.
Mientras buscaba palabras e imágenes para una felicitación especial, escuché unos golpes en la puerta de entrada a casa. Al abrir, me encontré con un diminuto personaje de orejas puntiagudas y mirada chispeante.
“Soy Kovak”, se presentó, “el Duende de Año Nuevo. ¿Eres escritora? Porque traigo una historia que merece ser escuchada”.
Tras la sorpresa inicial, supe que no podía dejar pasar esta insólita oportunidad. Lo invité a pasar, le ofrecí un vaso de leche con miel y me acomodé para escuchar su relato. Me atrapó tanto que lo que debía ser una felicitación sencilla se convirtió en algo mucho más especial.
Por eso, aunque me ha llevado un poco más de tiempo prepararlo, aquí estoy, lista para compartir con vosotros el cuento que Kovak me confió. Espero que lo disfrutéis tanto como yo lo hice al transcribirlo y que su magia consiga llegar a vuestros corazones al igual que hizo con el mío.
Os dejo con El Duende de Año Nuevo.
¡Feliz Año Nuevo!
Venid, acercaos. Os voy a contar una fábula. Sentaos aquí, a la vera de esta lumbre. Dejad que mi historia os embargue como el calor reconfortante que desprende sus rescoldos.
Cerrad los ojos, imaginad el crujir de las ramas bajo la nieve y el susurro del viento que atraviesa las copas de los árboles. En esta noche fría de invierno, cuando el aire parece cargado de promesas y las estrellas titilan como si compartieran un secreto, os llevaré a un lugar donde lo imposible aún puede ser posible.
Durante las noches más heladas, cuando el mundo entero aguarda un cambio y las horas parecen detenerse, en el corazón de un bosque antiguo algo comienza a moverse. Esta foresta no se encuentra en ningún mapa ni pertenece al plano terrenal. Es un lugar entre mundos, una tierra suspendida en el tiempo, donde la magia no solo es real, sino esencial para la existencia.
Dicen que, justo cuando la última hoja del calendario cae, un pequeño ser despierta de un profundo sueño. Se despereza lentamente, moviendo sus orejas puntiagudas y frotándose los ojos como un niño que ha dormido demasiado. Es Kovak, el Duende de Año Nuevo.
Kovak no es un duende cualquiera. Su misión va más allá de las travesuras y los cuentos de hadas. Él es el responsable de repartir chispas de buena fortuna que nos recuerda que cada final es, en realidad, un nuevo comienzo.
Así que, estad atentos a mis palabras, porque lo que os voy a narrar no es solo un cuento, sino un momento crucial en el que se recuerda que incluso en los inviernos más oscuros, el amor puede florecer. Ahora, si estáis listos, daré comienzo a este relato.
I
La huesuda mano de Aureth se acercó al rostro surcado de arrugas de Kovak. Pero no era una mano de anciana ni un rostro de viejo; ambos reflejaban la esencia misma de la naturaleza que era la base de sus constituciones, pues eran un matrimonio de duendes.
Aureth miró con cariño a su esposo, acariciando suavemente su mejilla mientras esbozaba una sonrisa.
—Despierta. Es la hora.
Se encontraban bien tapados por gruesas mantas de lana, resguardados en el interior de un cubil oculto bajo las raíces de un roble centenario. Esa noche, las estrellas titilaban con un brillo peculiar, anunciando que algo antiguo estaba a punto de llegar.
—¿Pero qué…? —Kovak se frotó los ojos y miró a su esposa, con la mente embotada aún por el sueño—. ¿Ya está aquí?
—Eso parece, sí. Si no, no habríamos despertado. Solo puede significar que el rey Véselik se acerca.
Al oír el nombre del monarca, Kovak sintió un escalofrío de emoción recorriendo su piel cuarteada. Véselik no era solo su rey, era la encarnación del cambio, el guardián de los ciclos que los regían a todos. Su presencia marcaba el inicio y el fin, el momento en que lo viejo daba paso a lo nuevo, un ciclo que terminaba. Este año debía comenzar con buen pie.
Nadie en el mundo mágico podía obviar la imponente figura del rey, lo único constante en él, ya que su cuerpo se transformaba con cada encuentro. Algunos lo veían como un duende alto y majestuoso, con cabello plateado que brillaba como las primeras luces del alba. Otros lo describían más pequeño, como un niño travieso, cargado con la energía de lo que estaba por venir. Pero lo que todos recordaban eran sus ojos: uno reflejaba la claridad del futuro y el otro, la sombra del pasado.
Kovak se desperezó de inmediato. Tomó con suavidad la mano de Aureth y suspiró.
—Por fin… Pensé que esta noche nunca llegaría. Siento mi cuerpo como si hubiese estado dormido durante siglos.
II
Una vez de pie, pequeño como una de las nueces de su propio árbol, Kovak movió inquieto sus orejas puntiagudas.
—¿Dónde está mi ropa? —preguntó tras un buen rato buscándola.
—¿Dónde va a estar, querido? Donde la dejaste la última vez.
Una sonrisa traviesa iluminó el rostro del duende, seguida de una carcajada.
—¡Esposa mía! ¿Cómo voy a encontrarla entre todo este caos?
Aureth, aún recostada, se giró para ver a qué se refería. Al observar el desastre, se llevó las manos a la cabeza, consternada. Estaban casi por completo sepultados bajo una capa de barro, guijarros y hojarasca.
—¡Por todos los trasgos! —exclamó—¿Qué es esta debacle?
—Creo que alguno de nuestros familiares pasó por aquí mientras dormíamos.
—No, esposo mío. Nosotros causamos pequeñas travesuras, como endurecer el pan o esconder zapatos, no esta ruina que veo.
—Entonces, ¿quién…?
—Por cómo está todo, han sido los años. Creo que realmente llevamos dormidos demasiado tiempo.
—No puede ser… ¿Cuánto crees que ha pasado?
—Mucho más del que debería.
Los duendes de invierno permanecían despiertos desde que la Estrella Polar lo indicaba hasta la llegada del nuevo año. Luego, caían en el letargo del Gran Sueño. Kovak solía bromear llamándolo “estivalizar”, en alusión a los osos, con los que jamás coincidía despierto.
—Si eso es cierto, significa que los humanos nos han olvidado.
—Es posible, pero también significa que nos han vuelto a recordar. ¡Es una buena noticia, Kovak! Nuestro rey no tomó las mejores decisiones la última vez, incluso si los humanos lo provocaron.
—¡Aureth! No hables así de nuestro monarca. Sabes cuánto dolor sufrió.
—Lo sé, y tú también sabes que se equivocó.
—Es nuestro rey… y era su hijo.
—Una tragedia, sin duda, pero mira lo que nos ha costado. Casi nos destruye a todos.
Kovak asintió con pesar. Su esposa tenía razón. Nada había salido bien tras aquel suceso. Muchas leyendas oscuras nacieron de ese episodio, y los humanos comenzaron a temer a los duendes hasta no querer ni verlos. Pasaron de ser guardianes deseados en los hogares y portadores de buena fortuna, a ser vistos como seres malvados, acusados injustamente de llevarse a los recién nacidos como pago.
—Es curioso, ¿verdad? —barruntó Kovak mientras miraba el desorden a su alrededor—. El rey Véselik siempre trae consigo la promesa de un nuevo comienzo, pero arrastra errores del pasado como lo que le ha ocurrido a nuestra casa. Tenemos que poner orden, este desastre nos recuerda lo que cuesta conseguir otra vuelta al sol. Nunca llega sin esfuerzo.
—Cierto. Esta vez no podemos fallar. Si nuestro rey ha despertado, significa que todavía queda algo por salvar.
III
Todos sabían que el rey Véselik no era indulgente. Recompensaba la generosidad humana a través de sus duendes de invierno, aunque respondía con frialdad cuando olvidaban mostrarle el debido respeto. Sin embargo, sus castigos no pasaban de ser simples travesuras, molestas pero inofensivas. No obstante, una gran traición lo llevó a retirarse al bosque antiguo, dejando que el miedo llenara el vacío donde antes reinaba la magia.
Todo se debió a que tiempo atrás, cuando los lazos entre humanos y duendes eran fuertes, Véselik tuvo un hijo llamado Noreth, nacido bajo la influencia de la estrella polar más brillante. El pequeño no solo era el heredero del monarca, sino también un símbolo de la unión entre ambas especies.
Al ir creciendo, Noreth, curioso y amable, solía pasear por los pueblos humanos, dejando pequeños tesoros a quienes demostraban tener buen corazón y creían en él. Una noche aciaga, sin embargo, la avaricia humana destruyó todo. Un rumor malintencionado comenzó, afirmando que el polvo mágico de Noreth podía conceder fortuna infinita si se extraía directamente de su corazón.
Cegados por la codicia, un grupo de hombres lo capturó durante la visita a una aldea. Cometieron un acto atroz y el príncipe nunca regresó al bosque. La noticia llegó al rey Véselik como una tormenta devastadora. La Estrella Polar, siempre radiante, se apagó. Abrumado por el dolor, el monarca tomó una decisión que cambiaría el destino de todos.
En su furia, declaró que los duendes se retirarían del mundo mortal. Cerró los portales y decretó que su pueblo permanecería para siempre dentro de los límites del bosque encantado. Transformó sus bendiciones en un miedo atroz, sumiendo a las aldeas humanas en sombras y haciendo que sufrieran sus propios delirios egoístas de grandeza. En definitiva, los abandonó a su suerte para que perecieran en soledad.
—Si no valoran los regalos que les ofrecemos amablemente, que nos vean como crueles enemigos —anunció.
Desde entonces, las leyendas oscuras comenzaron a crecer. Los humanos dejaron de buscar a los duendes, intentando protegerse de un mundo lleno de odio, mientras sus ilusiones comenzaron a desvanecerse. El peso de esta decisión fue grande: si los humanos se olvidaban por completo de los duendes, estos desaparecerían. Solo los niños, con su inocencia, sostenían el reino mágico, pero cada año que pasaba iban perdiendo la capacidad de imaginar a una edad más temprana.
Pero Véselik contra todo pronóstico los había despertado al fin, así que a pesar de toda esa desgracia vivida, su monarca había regresado.
“Nuestro rey no se presenta sin motivo”, pensó el pequeño duende. “Es un presagio de algo importante.”
Se giró hacia Aureth, decidido.
—Tal vez la conexión con los humanos se ha restaurado porque Noreth ha regresado.
—Ojalá tengas razón, Kovak.
—Querida mía, debemos preparar nuestro hogar antes de acudir a la reunión invernal. Después saldremos y cumpliremos con nuestra misión, esta vez sin amarguras. Si no seguimos los pasos adecuados, caeremos todos en el olvido, y eso no será bueno para nadie. Los humanos seguirán sin su buena fortuna y nosotros perderemos nuestra magia una vez más.
Aureth sonrió con dulzura y tomó a Kovak de las manos.
—¡Arremanga tu pijama, querido, y pongámonos manos a la obra! Pero antes, necesitamos un puchero bien lleno. Nuestros cuerpos serranos lo agradecerán.
IV
El matrimonio dedicó el día a limpiar y organizar su hogar. Tenían que conseguir despejar la entrada e ir vestidos de forma adecuada. Así que Kovak se aseguró de que cada rincón estuviera libre de polvo y hojas, mientras Aureth preparaba los ropajes de gala. Trabajaron con entusiasmo renovado, conscientes de la importancia de la tarea que les aguardaba.
—¿Crees que el rey estará contento? —preguntó Kovak mientras se colocaba su gorro inclinado.
—Estoy segura que sí —respondió Aureth mientras acomodaba sobre los hombros su capa de hojas de otoño—. Mas allá de eso, confío en que esta noche marcará el inicio de algo bueno.
Concluyendo con su preparación, Kovak cargó un pequeño saco a la espalda, repleto de polvo mágico, y cogidos de la mano emprendieron el camino hacia el corazón del bosque.
El aire estaba impregnado de expectación. Bajo las ramas más frondosas, en un claro iluminado por la luz de la Estrella Polar, un grupo de duendes ya se había congregado. Sus rostros reflejaban emociones diversas: esperanza, cansancio y una pizca de duda ante lo que estaba por venir.
En el centro del claro, sobre un trono de madera que latía al compás de la savia, se encontraba el rey Véselik. Su figura cambiaba con cada parpadeo: a veces era un anciano de cabello plateado y mirada sabia; otras, un joven lleno de energía y promesas. Cuando habló, su voz resonó profunda y clara:
—Hijos míos, el tiempo apremia. Todos hemos sufrido con esta separación y aunque los humanos hayan comenzado a recordarnos, con eso no basta.
Un murmullo de pena se propagó entre los presentes.
—De todos modos—continuó Véselik, suavizando el tono mientras apartaba una gran hoja que ocultaba el contenido de un fardo que cargaba en brazos—, es un punto de partida. Os presento a Noreth, mi hijo renacido. Ha vuelto con nosotros. Esto solo puede significar que alguna familia humana, al creer en su magia, lo rescató. Aunque esté aún débil, podemos volver a empezar.
El anuncio generó un suspiro colectivo. Kovak, invadido por la responsabilidad, dio un paso al frente. A pesar de sentirse pequeño ante la majestuosidad de su rey, su determinación no menguó. Alzó sus manos huesudas en señal de respeto, solicitando permiso para hablar. Con gesto solemne, el rey Véselik le concedió la palabra.
—Como su majestad sabrá, esta noche cumpliremos con nuestro deber, sembrando las chispas de buena fortuna. Sin embargo, con Noreth aún tan indefenso y para evitar otra tragedia, ¿qué más podemos hacer para restaurar el vínculo perdido?
Véselik lo observó con sus ojos duales: uno reflejando el amanecer, el otro como el ocaso. Su voz adquirió una calidez inesperada.
—Haced que los humanos recuerden su bondad, incluso si no nos han dejado ofrendas. Que entiendan que nuestra magia es un reflejo de sus corazones. Ellos mismos deben desterrar la codicia de sus vidas. Solo así podrán deshacerse del miedo y ser libres. Deben redescubrir la ilusión que concede tener esperanza.
—Priorizaré los hogares llenos de amor y con deseos sinceros, majestad —respondió Kovak con firmeza. Sin embargo, el pequeño duende aún tenía algo más en mente—. Si me lo permite, ¿podría dar un abrazo al príncipe?
—Por supuesto, Kovak. Estaré muy agradecido si se lo das.
El claro se llenó de bisbiseos y asentimientos. Cuando su esposo volvió junto a ella, Aureth apretó con fuerza su mano llena de orgullo, y Kovak sintió que, aunque el camino era incierto, la Estrella Polar brillaba un poco más esa noche.
V
El rey Véselik alzó la mano, y un resplandor dorado iluminó los rostros de los duendes, cayendo como una bendición silenciosa sobre sus saquitos de magia. Kovak, lleno de determinación, se giró hacia Aureth y le plantó un dulce beso en la mejilla.
—Todo está en orden. Comienzo el viaje, mi amor.
—Yo me quedaré administrando nuestra magia —respondió ella mientras lo abrazaba.
Luego, tras cruzar el portal que separaba ambos mundos, el pequeño duende de Año Nuevo empezó a tararear:
Nadie sabe de dónde venimos,
pero saben a dónde vamos.
Por los pueblos caminamos,
buscando cosas que brillen.
A través de ventanas miramos,
buscando dulces y miel.
Si la ofrenda encontramos,
¡dejamos chispas de bien!
¡Oh bimbambodú!
¿Cuánta alegría traes tú?
Mientras las campanas del nuevo año resonaban en la distancia, Kovak visitó las casas, dejando su toque mágico. A cada hogar que pasaba, sentía un sutil cambio en el aire, como si la esperanza volviera a prenderse en figuradas llamas. Aunque muchos aún no creían, el duende sabía que la ilusión estaba empezando a abrirse paso de nuevo.
En una de sus paradas, observó a través de una ventana a una familia reunida. Sus risas llenaban el ambiente de calidez, aunque el cansancio y la delgadez en sus rostros delataban las dificultades vividas.
—A pesar de ser buenas personas, no lo han pasado bien —murmuró para sí mismo.
Kovak se acercó sigilosamente y dejó unas pocas chispas doradas sobre el umbral.
—Esto bastará para recordarles que la bondad no pasa desapercibida.
Mientras continuaba su camino por los pueblos, las estrellas brillaban cada vez con más y una ligera brisa helada traía consigo la frescura del invierno. Kovak sabía que esta vez, su misión no solo era traer buena fortuna, sino que tenía el deber de reconstruir los lazos perdidos entre humanos y duendes.
Cuando finalmente regresó al bosque, el amanecer iluminaba las copas de los árboles. Aureth lo esperaba bajo el roble centenario, y sus ojos reflejaban la primera luz del día.
—¿Cómo fue? —preguntó ella.
—Fue… diferente —respondió Kovak con una sonrisa—. Tal vez, solo tal vez, están comenzando a recordarnos de verdad. Aunque, esposa mía, algunos calcetines tuve que cambiar. Los hay que no tienen remedio.
Aureth soltó una carcajada y colocó una mano sobre el hombro de su esposo.
—Entonces, hay esperanza.
VI
Con el alma en paz, Kovak y Aureth se abrazaron una última vez bajo el resplandor de la Estrella Polar. Esta había permanecido tenue durante demasiados años, pero ahora brillaba con fuerza renovada. Conscientes de que su tiempo despiertos era breve, sabían que su magia acababa de dejar huella. Kovak alzó la vista hacia el cielo, con ojos llenos de emoción y sonrió.
—Tal vez, esta vez, los sueños se harán realidad.
Aureth le devolvió la sonrisa y, tomados de la mano como siempre, caminaron hacia su cubil bajo el roble centenario. Allí esperarían, soñando con la próxima noche en que el mundo volviera a creer en ellos.
Cuando los humanos despertaron esa mañana, algunos se llevaron una sorpresa. Quienes habían recibido el toque mágico de Kovak empezaron a notar pequeños cambios: una sensación de esperanza renovada, un destello de ilusión en sus rostros o un consejo oportuno que resonaba en el momento adecuado. Y, cómo no, la promesa de buena fortuna futura. Otros descubrieron rastros curiosos: un gorro descolocado en el perchero, un vaso fuera de lugar en el fregadero o unos segundos de una alegre melodía que parecía flotar en el aire.
Así que, si alguna vez sentís que algo misterioso ocurre tras la noche de Año Nuevo y vuestro corazón no tiene nada que temer, fijaos bien en los rincones de vuestra casa y buscad. Tal vez un pequeño duende haya pasado, dejando una pizca de magia en los bolsillos.
Feliz Año Nuevo,
Gemma N. Escarp
Inspiraciones del Relato:
-
Ull, Dios del invierno y la caza (Mitología nórdica)
- Ull, hijo de Sif y hijastro de Thor, es el dios del invierno, los arcos y la caza. Se le asocia con los paisajes nevados y la resistencia durante las épocas más duras. Como protector de quienes dependen de la naturaleza, encarna cualidades de liderazgo, fortaleza y adaptabilidad, que también encontramos en el personaje de Véselik. Ull inspira la figura de Véselik como un líder vinculado a los ciclos naturales y a la supervivencia durante los inviernos más crudos. Además, su rol como cazador resuena en la temática de perseverancia y propósito.
- Fuente: Mundo Mitológico: Ull.
-
Skadi, la diosa del invierno (Mitología nórdica)
- Skadi, diosa de la nieve, las montañas y la caza, representa la conexión entre la naturaleza salvaje y los ciclos de renovación. Su fortaleza y relación con el invierno complementan la figura de Ull y refuerzan la atmósfera invernal del relato. La presencia de Skadi aporta un toque femenino a la temática de resiliencia y transición, eco de los elementos presentes en Aureth.
- Fuente: Mundo Mitológico: Skadi.
-
Yule: Celebración del solsticio de invierno
- Yule marca el renacimiento de la luz tras la noche más larga del año. Este simbolismo de esperanza y renovación impregna el cuento, especialmente en la figura de Noreth, la Estrella Polar. La conexión entre Yule y los dioses del invierno, como Ull y Skadi, refuerza la idea de ciclos naturales y el renacer de la magia.
- Fuente: Mundo Mitológico: Yule.
-
La leyenda de Tomte, el gnomo de Navidad
- Tomte, protector de hogares durante el invierno, se refleja en Kovak, que trae fortuna y magia a las familias humanas. La relación de Kovak con los humanos y su deseo de restaurar los lazos perdidos está inspirada en Tomte.
- Fuente: Gnomos y Duendes: Tomte.
-
Nisse, el espíritu del hogar escandinavo
- Nisse, como guardián del hogar y las tradiciones, es otra figura clave del folclore nórdico que aporta un modelo para Kovak y su interacción con los humanos.
- Fuente: La Casa del Búho Editorial: Nisse.
-
Gnomos escandinavos
- Los gnomos escandinavos son figuras diminutas que protegen a los humanos durante el invierno, con características visuales y simbólicas que inspiraron la apariencia y el papel de Kovak.
- Fuente: Gnomos y Duendes: Historia de los Gnomos.
- El impacto de Oliver Twist – 7 febrero, 2025
- Reseña de Sinforma: cuando la IA decide por ti – 4 febrero, 2025
- Hablando con Susana Torres Cabeza – 30 enero, 2025
Luis Manuel Nieto dice:
La verdad que muy buenos relatos, sobre todo para esta época navideña jeje.
Gemma N. Escarp dice:
Gracias Luis, contar con tu opinión siempre me anima.