Rumor, el silencio del secreto.

23 de abril de 2022 por Gemma N. Escarp

¡Haz clic para puntuar esta entrada!

(Votos: 10 Promedio: 4.8)

Gemma N. Escarp

Se llamaba Dardo. Hacía mucho tiempo que había olvidado su verdadero nombre, si es que alguna vez le dieron alguno. Nació en una casa de mujeres de uso y nunca supo cual de ellas fue su madre. Podría estar agradecida a la vieja que la mantuvo con vida y que la alimentó con sobras, antes de ser entregada al fauno de las cloacas. Se suponía que aquella matrona siempre pensó, desde un principio, que podría sacarle ese tipo de beneficio. Formar parte del submundo de la ciudad no era fácil, no cualquiera valía, y la presentación de un buen candidato podía llegar a pagarse bien. Así que en realidad, Dardo solo fue un negocio. La piedad no existía dentro del vocabulario de las gentes de Sirquemón.

Aunque había llovido mucho ya, desde aquello. La chica recordaba vagamente, los primeros años de su vida dentro de aquella casa. Solo sabía que nunca iba a querer volver. En cierta medida, agradecía que no la hubiesen amado, ni cuidado, porque fue lo que hizo que se espabilase pronto. Tenía que subsistir y no perderse en lamentaciones. Los tiempos habían cambiado desde que era una niña desvalida y ahora, había adquirido buena fama entre la tropa de delincuentes del fauno. La valoraban. La dejaban a su aire. A su manera, se sentía realizada por aquel reconocimiento. Le había costado mucho llegar hasta ese punto y podría decirse que estaba medianamente feliz.

Hasta el día que el amo decidió darle el más raro de los encargos y que la fastidió enormemente. Al menos, en su origen. Porque cuanto más tiempo pasaba tras él, más curiosidad sentía. Empezó a descubrir, atónita, los amplios recursos que tenía el niño llamado Rumor, y se dedicó más a estudiarlo que a vigilarlo.

Por eso, en aquel momento, se encontraba situada sobre el tejado de una casucha medio derruida, observando al crío que le habían obligado “entrenar”.

Entrenar… ¡ja! Nunca nadie había entrenado a otro en la cofradía, a no ser que sacara algún favor a cambio, por supuesto. Pero aquel flacucho, que apenas tenía carne sobre sus huesos, se veía que era especial. Al principio creyó que Fauno exageraba, pero ahora que lo estudiaba todos los días, parecía tener razón. Aquel pequeño nunca erraba, siempre se hacía con el botín y jamás se quejaba o enfermaba. Poseía una eficacia inigualable. Por lo que se había convertido en una especie de tesoro invaluable para el submundo.

Dardo, desde su cómoda posición sobre el tejado, con la espalda apoyada contra una pared que parecía a punto de caer, andaba observando con detenimiento cada uno de sus movimientos. Rumor estaba justo debajo, sumido entre las sombras del callejón, acechando a su próxima presa.

Conocía a aquel comerciante del encargo del fauno. En realidad no iba mucho por allí. Pero tenía fama de ser avispado y muy violento. Siempre pillaba a los ladrones que trataban de robarle. Estaba segura que Rumor no habría nacido aún, la última vez que aquel hombre se había presentado en la fea y ruinosa ciudad. Durante su visita, mató a uno de la tropa que lo intentó robar y además, con saña. Al mejor ladrón de la plantilla. Fauno no pudo perdonar aquella afrenta y menos aquella pérdida. A su manera, el amo era muy protector con los suyos. Pero para ventura del comerciante, logró escapar.

La noticia de su vuelta, le llegó al minuto de posar uno de sus bien calzados pies, en el portón sur que llevaba hasta a Sirquemón. Tan grande y eficaz era su red de ladrones y mendigos. En cuanto aquel viejo fauno sarmentoso se enteró, juró vengarse y puso de inmediato, precio a su cabeza. Había llegado su hora. Pero primero pondría a prueba al crío. Su última prueba. Así podría evaluar con exactitud su verdadero valor. En el fondo esperaba no perderlo, porque tenía grandes expectativas y buenos planes que realizar con él. Pero por encima de aquello, quería ver en los ojos del comerciante, antes de que muriese, la desesperación por haber sido desplumado. Ese que se jactaba de no haber sido robado nunca y que disponía de grandes riquezas inigualables. Se lo iba a quitar todo, incluida la vida. Nadie se burlaba de Fauno.

Aunque se lo negaba a sí misma, Dardo estaba preocupada por el ladronzuelo. Era demasiado pequeño para aquello. Lo matarían. Pero iba a estar muy pendiente de su seguridad. No sabía cuándo fue el momento en que se lo había propuesto. No entendía porque ella tenía que tener aquel sentimiento hacia él, cuando jamás nadie se había apiadado de ella. Pero siempre que lo observaba, se quedaba fascinada de cómo aquellas piernas delgaduchas se movían sigilosas y acechantes, sin perturbar siquiera el aire que lo rodeaba. Era una forma de moverse que nunca había visto, como de otro mundo. No obstante, lo que siempre le había llamado más la atención, era sentir la profundidad que había en sus ojos, negros como la noche. Cuando la miraban, sentía un abismo insondable abalanzándose sobre ella. Reconocía que la inquietaban, pero no la llegaban a atemorizar. Tan enigmáticos… Y nunca había visto tampoco, tanto valor y resiliencia en alguien de tan corta edad. Ni siquiera en ella misma. No sabría discernir, si lo que experimentaba, podría llegar a denominarse admiración o qué diantres de emoción era, porque ella carecía de eso.

—No te preocupes pequeño —murmuró—. Aquí estoy.

Lo vio moverse, resguardado entre los jirones de la niebla y adentrarse bajo el puesto de uno de los vendedores autóctonos. Vio sus pequeños pies deslizándose a través de los cachivaches y la mugre de la calle, quedándose inmóvil a la altura del puesto de la que parecía, iba a ser su víctima. Dardo no entendió aquel movimiento. ¿Por qué iba a robar al mercader? Las instrucciones del fauno habían sido claras. Lo estudió con más detenimiento. Se le veía muy seguro de lo que estaba haciendo. Eso era porque ya habría ideado algún plan que a ella se le escapaba. Nunca llegaba a saber muy bien qué pasaba por su mente. Observó cómo esperaba pacientemente, aguardando una oportunidad. ¿Cómo podía ser que un niño que apenas tendría cinco años, pudiese demostrar ya tanto control de la situación?. Fascinación era poco lo que sentía. A veces, se encontraba queriendo hacer algo más por él. Alguna acción que lo sacase de aquella terrible tesitura en la que se encontraba. Pero qué podía hacer ella, si no podía salvarse ni a sí misma…

—Lástima… —volvió a murmurar sin apenas ser consciente, y sin permitirse perderlo de vista ni por un segundo.

Sonrió repentinamente. Acababa de acordarse de que aquel pillo lograba hasta darle esquinazo en multitud de ocasiones. No sabía de qué manera lo conseguía. Ella que era la más sagaz de todos los maleantes del fauno. Esa era otra de las cosas que la asombraban.

Lo cierto era, que en cuanto tenía la ocasión y sin que se notase demasiado, lo intentaba ayudar. A su manera. Por eso pasaba por alto aquellos desplantes y no los informaba. En manos de otro, no habría sido así. Estaba segura. Por otro lado, también estaba ansiosa por averiguar adónde iba. Sentía muchísima curiosidad. Casi se había convertido en una necesidad vital. Ya que a lo mejor era por esa causa, que el amo le había dado ese encargo. Posiblemente estuviera al tanto de sus desapariciones. Sí era así, no podía esconder por mucho tiempo más, aquella información, porque levantaría sospechas y la mandaría directa a la casa de uso.

Por otro lado, la llegada de Rumor a Sirquemón, unos pocos meses atrás, era todo un misterio. Un buen día lo atisbaron robando comida, muy eficazmente, por lo que decidieron llevarlo ante el sátiro. Eso pasó, cuando consiguieron atraparlo, porque les costó varias semanas. Además, solo el amo decidía a quién se le robaba y a quién no. El primer aviso de que algo pasaba, fue porque varios mercaderes se le quejaron. Los vio haciendo cola indignados ante él. Se trataba de los que pagaban un buen dinero, para no ser robados, ni molestados. Era evidente, que el niño tenía aptitudes y disposición. Pero no sabía dónde se había metido. Sorprendentemente, Fauno no lo castigó, sino que no quiso perder aquella oportunidad de aumentar sus filas. Y menos mal que lo atraparon ellos primero, porque si no, hubiese sido entregado a algún esclavista del mercado de los malgamash. A saber qué terrible y nefasto fin le hubiese esperado. No había ni un alma en esa ciudad que no temiese acabar ahí.

Eso, y a quedar atrapados bajo el manto de la noche…

2/5

Comentarios

  1. Francisco Lopez dice:

    Qué buena pluma. Me encanta tu estilo de narración. Enhorabuena.

  2. Yolanda dice:

    Aiiiix !!!!!! Que tonti estic….la valoració es 5 estrelles peró el meu dit no fa el que li dicta el meu cervell

  3. Pack Oh! dice:

    🎼Se oye un Rumor por las esquinas,
    que anuncia que va a llegar, el dia en que todos los hombres, a E*****s conoceráaaan.🎼
    (Cantar al ritmo de “Rumor”, una canción de Triana).
    Maravilloso spin off, o spin out, o lo que sea.

  4. Isabel dice:

    M’agradat molt Gemma , enhorabona

Deja un Comentario

0
    0
    Carrito
    Tu Carrito esta vacío Volver a la Tienda

    TÉRMINOS DE REPUBLICACIÓN

    Puede volver a publicar este artículo en línea o impreso bajo nuestra licencia Creative Commons. No puede editar ni acortar el texto, debe atribuir el artículo a www.equilibria.es y debe incluir el nombre del autor en su republicación Gemma N. Escarp.

    Si tiene alguna pregunta, envíe un correo electrónico info@equilibria.es

    License

    Creative Commons License Attribution-NonCommercial-NoDerivsCreative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs
    Rumor, el silencio del secreto.